viernes, 28 de agosto de 2009

Historias ensayísticas, escritos temáticos con elaborados mensajes y lecturas a varios niveles


PLANTEAMIENTOS PRELIMINARES

Sin duda la literatura debe abordar todo tipo de temáticas… Sin duda la literatura debe experimentar con todo tipo de contenidos temáticos así como con todo tipo de estilos y de formatos…

De una manera o de otra, los escritos de ficción deben dar entretenimiento, pero también deben dar material para la propia reflexión creativa y para el propio enriquecimiento cultural y lingüístico… Las experiencias de vida de los personajes en la ficción, en ciertas circunstancias se transforman en modelos que nos ayudan a tomar decisiones, y/o se constituyen en advertencias dramatizadas de lo que eventualmente puede llegar a ocurrir en la realidad…

Obviamente hay temas escabrosos, hay temáticas tortuosas y escandalosas, hay desenlaces asquerosos y repudiables… Mal harían los escritores en siempre orientar sus historias con un tinte idílico y feliz…

Por cierto las narraciones en las que hay peripecias y emoción, pero que tienen finales felices y perfectos, también son importantes, también son necesarias, pues alegran el alma, pues nos llenan de gozo, pues marcan caminos de armonía, de justicia, y de equilibrio… Y afortunadamente la vida real tiene variados ejemplos de este tipo de experiencias y de desenlaces… Pero en la vida real también hay experiencias muy amargas, desenlaces muy injustos, situaciones inesperadamente escabrosas, maliciosas, difíciles… Es preferible prepararse para lo malo o para lo repudiable o para lo insólito o para lo inesperado a través de historias de ficción, que en carne propia y en la realidad tener que sufrir las consecuencias de lo malo o de lo repudiable o de lo insólito o de lo inesperado, y aprender así duramente con este tipo de situaciones…

En literatura lo importante es atrapar al lector con una narración que le motive a seguir leyendo, así dándole elementos para la propia reflexión, y presentándole situaciones y escenas que le ayuden a asimilar y a recordar lo leído, que le ayuden a elaborar y a trabajar una enseñanza o una conclusión… En literatura siempre hay que tener presente que se puede educar con el ejemplo, o con el contraejemplo, o con la ficción dramatizada, o con la reflexión inconclusa, o con una simple y borrosa sugerencia…

Rogamos al lector que tenga en cuenta lo que viene de ser expresado, al leer y analizar el escrito que se presenta seguidamente…

UN ESCRITO DE MARBELLA LIZETTE MARTÍNEZ FERNÁNDEZ: MUÑECA VIVIENTE

¡Lector, Escritor, Crítico literario, Pensador, Analista del alma!

¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que atrapa y que no pudiste parar de leer?

Creo que lo que sigue te va a encantar y a entusiasmar… Creo que lo que sigue te va a enseñar…

Quisiera que conocieras una historia de la vida real. Solamente voy a pedir que la leas cuando tengas suficiente tiempo, para que puedas disfrutarla sin interrupciones de especie alguna. No te adelantes a ver el final o las partes medias, porque echarás a perder la diversión del suspenso, y la sorpresa que ofrece cada cambio de párrafo.

Esta historia sin duda estaba destinada a perderse, de no ser porque su confesión llegó a conocimiento de quien tenía los recursos del lenguaje para entregarla al público, para entregarla al mundo entero. Por razones de elemental ética profesional, los nombres y los lugares han sido ocultados para proteger la privacidad de los protagonistas, y adjunto solamente se podrá observar la imagen de la real estrella de la historia, porque ella así lo autorizó. Por lo demás, el escrito que sigue se ajusta razonablemente bien a lo que realmente sucedió, a lo que realmente se transmitió, con apenas algunos cambios menores impuestos por una mejor redacción y presentación, o introducidos por la simple mezcla de recuerdos y de notas.

Y aquí comienza la narración principalmente en estilo de primera persona, con párrafos aclaratorios en tercera persona…

Actualmente tengo 17 años, pero recuerdo cuando tenía 13 o 14 y vivía con mis familiares en una hermosa hacienda a las orillas de la ciudad, un bonito lugar donde teníamos toda la comodidad posible. En ese ambiente campestre pasaba largos ratos paseando por el hermoso paisaje natural, y allí contaba con el cuidado y la atención de los sirvientes de la casa, entre los que había un jardinero que decoraba nuestros patios. Era un hombre de baja estatura, maduro como de cincuenta y tantos años, de fiera y dominante mirada, robusto casi obeso, calvo y prieto como llanta de carro, y de nombre Don Bernardo… aunque todos ahí le decían BernAsno… Ciertamente en un principio pensé que esa extraña denominación se debía a las toscas y feas facciones de aquel hombre, propias del clásico lugareño de esa región.

Sabía por los chismes de las cocineras, que en alguna etapa de su vida ese jardinero había trabajado como guardia interno de un reclusorio para mujeres, que en realidad era una correccional para las menores de edad, y que fue donde conoció a la que fue su esposa por un tiempo. Pero que habiendo enviudado muy joven no se volvió a casar, y decepcionado y amargado, vivía en soledad junto a uno de los graneros donde que había acondicionado un sector como habitación.

Con el tiempo noté que él me miraba mucho cuando estaba de espaldas. Bueno, eso es algo a lo que estaba ya acostumbrada con los hombres, pues desde esa edad tenía bien desarrollados los atributos femeninos que ellos tanto admiran. Muchos decían que era por la natación y por mi afición a pasear en bicicleta. Tal vez por eso fui la líder de porristas animadoras del equipo deportivo de mi escuela.

En fin, sea como sea, acostumbraba platicar con él cuando se encontraba haciendo el trabajo de arreglos florales, y siempre que platicábamos me llamaba cariñosamente: “guerita”. Su voz tenía un tono grave y varonil, creo que eso era lo que me agradaba al platicar con él. Un día espontáneamente cortó una flor y me la dio. La tomé de inmediato y casi sin pensar, le correspondí con una amplia sonrisa y me aproxime para darle un beso en la mejilla, el cual falló en intensión cuando él giro su cara, y nuestras bocas se encontraron entonces en forma por demás accidental… Juro que fue accidental… Luego los dos nos apenamos y aparentamos que nada había sucedido.

Presentía que habíamos metido la pata, pues por unos momentos tal vez nos habíamos olvidado de las edades pareciendo dos acaramelados adolescentes en tren de coquetear. Después de ese inesperado acontecimiento me alejé de él, y por un tiempo no volví a aproximármele. Tal vez tuve miedo de lo que sentía al acercarme a ese hombre, pues a partir de ese suceso empecé a notar algo que no podía definir muy bien. Obviamente me sentía nerviosa en su presencia, y si me miraba de frente evitaba cuanto podía esa mirada que me perturbaba por completo, y que me hacía cometer errores con las cosas más obvias e inocentes. Cuando estaba tras de mí sentía cómo esa fiera y dominante mirada, me acariciaba con fuego desde la nuca hasta los tobillos.

Por esas fechas cumplí los 14, y como era de esperarse, cada amigo incluidos los sirvientes me abrazaban y me daban un beso en la mejilla. Todos lo hicieron, pero esa mañana no vi a Don Bernardo. No le di mayor importancia a eso, y estando en el comedor con mi madre preparándonos para el desayuno, ella me pidió que trajera un condimento que estaba en un sótano que servia como bodega de vinos. Como había estado nadando, aún tenía puesto un mini atuendo de dos piezas para playa, y solamente me cubría con un delgado y escotado suéter azul que se anudaba bajo las costillas. Ciertamente no acostumbraba vestirme completa estando dentro de casa.

Bajé al fondo de la bodega y entré al cuarto de vinos en donde siempre había una mortecina iluminación de color azul, y como de costumbre sentí la puerta accionada por un pistón neumático cerrándose suavemente tras de mí. Y al igual que cuando tarde se entra a una sala de cine, me tomó unos segundos acostumbrar la vista.

Entonces abrí el refrigerador donde se encontraba lo que buscaba, y al abrir su puerta con la iluminación de éste observé con sorpresa que ahí se encontraba Don Bernardo haciendo un trabajo de pintura. Ciertamente entonces la sangre se heló en mis venas y enmudecí, pues no esperaba encontrar a nadie en ese aislado subsuelo. En esas circunstancias sólo atiné a saludarle con una rápida sonrisa y un movimiento de mi mano, pero él rápidamente dejó lo que estaba haciendo, y limpiando sus manos con una toalla, se acercó a mí para felicitarme por mi cumpleaños. Tomó el condimento de mis manos y lo colocó en una mesa mientras la puerta del refrigerador se cerraba lentamente, y entonces quedamos iluminados sólo por la tenue luz azul. Bien sabía que me iba a abrazar y a besar como todos lo habían hecho ese día, pero los dos estábamos solos y encerrados en un cuarto casi oscuro. Obviamente me sentía atrapada y quería escapar pronto de esa situación, pero no tenía ningún pretexto.

Mi mente estaba paralizada, y mis pies parecían estar pegados con goma al suelo. Sentí su severo rostro de fiera y amenazante mirada a escasos centímetros del mío, y como hipnotizada por su cercanía experimenté una extraña sensación de atracción que me hacía sentir la instintiva necesidad de unir mi cara a la suya. Con toda seguridad él sabía o presentía lo que estaba sintiendo, y como si quisiera probarme prolongó ese momento el mayor tiempo posible, pero resistí cuanto pude, inmóvil como estatua, hasta que me estrechó en un abrazo y con cierta brusquedad me acercó a su cuerpo. Debido a su baja estatura no me dio el beso en la mejilla sino en el cuello. Noté que abrió un poco su boca y succionó con exquisita y sutil suavidad. Obviamente era la primera vez que un hombre me besaba ahí, y sentí tantas y tan ricas cosquillas en ese momento, que seguramente él lo notó debido a que instintivamente cerré los ojos y estire el cuello, como mirando hacia arriba mientras le dejaba hacer. Y como disculpándose por su torpeza, repitió el beso estirándome ahora por la nuca con una de sus manos, para que me inclinara un poco y poder besarme la mejilla, y diciéndome muy cerca de la oreja sin soltarme de la nuca.

“ES USTED MÁS ALTA QUE YO SEÑORITA, PERO DEFINITIVAMENTE ES USTED LA MUJER MÁS HERMOSA DE TODO EL MUNDO, FELICIDADES.-”

La mano que me colocó en la nuca era grande, caliente, y áspera por el trabajo, y me había provocado unas cosquillas muy semejantes a las que me había hecho en el cuello con su boca.

Con una sonrisa nerviosa y casi tratando de zafarme, le agradecí su cumplido. Y no sé porqué rayos, pero justo cuando menos debía suceder, el nerviosismo me hizo limpiarme los labios con la lengua mientras sonreía, un tic nervioso que mi madre siempre me había advertido que jamás lo hiciera frente a un hombre, y lo cual con certeza fue lo que provocó que el abrazo continuara en la forma en que tradicionalmente lo hacían los nativos de ese lugar cuando felicitan a un amigo: ¡Levantándome completamente del suelo! Por cierto había recibido ese tipo de abrazos muchas veces de parte de parientes y amigos, pero esta vez corrió por mi cuerpo una sensación increíble, algo que no puedo explicar pero que sin duda mucho me agradó. En cuanto sentí que me levantaba, la sangre galopando afluyó a mi rostro como un intenso rubor, y no pude evitar divertidas exclamaciones que parecían sofocados grititos de placer… El femenino escándalo que hice mientras me cargaba no logró hacer ningún efecto en su acción. Con su amplia y sincera sonrisa de alegría, él miraba hacia arriba cuando clavó su mal rasurada barbilla en el centro de mi plexo, justo donde se abría el escote de mi suéter, y pude sentir sobre mi piel descubierta cómo este contacto me picaba y me pinchaba. Su caliente respiración rozaba mi cuello… Cierto, por mi mente pasó que debía protestar, pero había metido la pata bien al fondo al mostrarle mi lengua con esa coqueta sonrisa, así que entendí no tenía derecho de expresar queja alguna. Además, la sensación que sentía era tan deliciosa, que durante todo el abrazo decidí permanecer con los ojos cerrados, muy quieta, con la espalda arqueada hacia atrás, los brazos colgando sin fuerza, y la cabeza también caída hacia atrás como mirando al cielo para evitar que él percibiera el placer que me causaba la rudeza de su abrazo. Sin atreverme a mirarlo, trataba de ahogar en mi garganta cualquier sonido que delatara mi perturbado estado emocional. En verdad no sé cuanto tiempo pasé así, creo que fue bastante, pero traté de no preocuparme por esto, pues convenientemente el sentido común de mi educación me decía que el prolongado y tradicional abrazo que él me estaba dando con tanto cariño por esa ocasión tan especial, debía continuar hasta que él lo determinara, y tal parecía que él no tenía intenciones de terminar mientras yo permaneciera inmóvil y sin protestar. A decir verdad tampoco yo tenía muchos deseos de que esa situación finalizara. Me sentía bien atrapada, y completamente rendida y sin voluntad a causa de la excitación. Sentí que no tenía forma de defenderme, y que si él quisiera plantarme una docena de besos en el cuello y la boca, me sería realmente imposible negárselo. Y ante la imposibilidad de escapar, pensé que mi hora había llegado, y que por azares del destino sería este pequeño asno el que se encargaría de mostrarme el paraíso de la carne.

Cuando finalmente me liberó, me sentí como aturdida o mareada, no sé si por la emoción o porque la sangre fluyó de nuevo después de tan apretado abrazo. Rápidamente cubrí mis ojos y mi boca con una mano debido a que no podía borrar de mi rostro esa sonrisita de placer que me delataba. El apretado y sensual abrazo que acababa de darme, seguro le había hecho saber que yo era capaz de excitarme a tan corta edad, y con su accionar había probado mi aguante. No logré disimular mis emociones. Ahora él sabía que podía excitarme, ahora él sabía que me tenía en sus manos.

Avergonzada por no haber ocultado a tiempo esa coqueta sonrisa, di la vuelta para irme, pero no había avanzado ni dos pasos cuando sentí su robusta mano cerrándose suavemente en uno de mis brazos, y de nuevo sentí esa inefable sensación que irradiaba desde la mano que atrapaba mi brazo, y que se disparó por todo mi cuerpo como electricidad, haciéndome cerrar los ojos y capturar la mayor cantidad posible de aire en mis pulmones, y reteniéndolo luego mientras quedaba inmóvil. Lentamente me hizo girar hasta quedar con mi espalda recargada en una pared, mientras con los ojos cerrados sentía como se colocaba frente a mí y tomaba mi mano para poner en ella el condimento que había dejado sobre la mesa. Abrí los ojos, y al mirar hacia abajo escapó el aire contenido en mis pulmones, con la clásica risita nerviosa de rubia tonta que quiere ser perdonada. Y una lágrima de vergüenza rodó por una de mis mejillas. Sin soltarme del brazo, tomó mi mentón con sus dedos, miró de frente mi enrojecido rostro, y con voz firme y gruesa me dijo.

“ES USTED TODA UNA BELLEZA GUERITA, HERMOSA, PRECIOSA, BIEN DESARROLLADA Y PROPORCIONADA, TODA UNA VICTORIA DE LA MADRE NATURALEZA, LA FELICITO UNA VEZ MÁS.-”

Le volví a dar las gracias y me fui tan rápido como pude, pero por los nervios me equivoqué de puerta y abrí una que dejó caer un montón de latas. Dejé en el piso el frasco del condimento y las comencé a juntar, y por cierto él me ayudo. Tan pronto acabamos corrí escaleras arriba pero olvidando el frasco con el condimento, y cuando llegué al comedor mi madre me preguntó por ese elemento, y me quedé inmóvil sin saber que decir, pero súbitamente escuché una voz salvadora a mi espalda que dijo.

“AQUÍ ESTA EL FRASCO QUE ME PIDIÓ QUE BUSCARA SEÑORITA.-”

El alivio me volvió y le di las gracias a Don Bernardo. Esta vez sí tenía ganas de darle un beso, pero me contuve por la presencia de mi madre, y únicamente le obsequie una sonrisa dándole las gracias por su amabilidad. Y mi sincero agradecimiento no fue solamente por librarme de una reprimenda de mi madre, sino por algo más que únicamente él y yo sabíamos.

Durante todo el desayuno noté que mi frente estaba perlada de sudor, y mi corazón se mantenía acelerado como si hubiera corrido. Esa vez devoré todo el desayuno como nunca lo había hecho antes, lo cual sorprendió gratamente a mi madre, pues ella siempre tenía una ligera inquietud de que no me alimentara bien. Solía decirme: “Estás muy delgadita y me parece que no comes lo suficiente; cuídate de no agarrarte una anemia”.

De noche tuve dificultades para dormir. Sin duda, la sensación del apretado abrazo y de los besos en el cuello y en la mejilla, que tan inesperadamente Don Bernardo me había plantado, y también la remota percepción de su picante barbilla en la piel de mi plexo, no dejaban de continuar electrizándome con cosquillas.

Y ya entre dormida, varias veces sentí cómo él me tomaba de la nuca con ambas manos, para inclinarme y aplicarme un prolongado beso en la boca, y para luego darme uno de esos efusivos y muy cariñosos abrazos típicos de los lugareños. Y luego de esa especie de pesadilla o de alucinación, súbitamente despertaba con el corazón batiente, con la sensación del beso aún en mi boca, y con la certeza de que alguien me había apretado con fuerza.

Me sentía confundida luego de esas fantasías, luego de esas alucinaciones que se reiteraban y que ya molestaban. En mi fuero íntimo me resistía creer que me gustara alguien tan feo y tan mayor. Para distraerme, para alejar esos pensamientos, me levanté para asomarme a la ventana de mi cuarto al ver las luces de un carro que llegaba. Por ese tiempo mi hermana mayor tenía un novio, y a veces llegaban por la noche en el carro de él. Y desde la ventana de mi habitación veía como él simulaba despedirse e irse, escondiendo su carro en una esquina y regresando a hurtadillas y en silencio. Y entonces mi cabrona hermana lo metía a su cuarto para juntos pasar la noche, mientras que desgraciadamente yo estaba completamente sola, mientras que desgraciadamente yo no tenía ni siquiera un perro para que me acompañara… y para que cariñosamente me lamiera… las manos claro está.

En fin, un sábado al atardecer cuando todos los sirvientes se fueron a una fiesta del pueblo que ellos celebraban una vez al mes, por casualidad o tal vez por curiosidad se me ocurrió ir a las habitaciones de Don Bernardo. La reja que protegía su casa tenía por dentro un candado que sabía bien que no servía, pues varias veces le vi abriéndolo sin llaves cuando paseaba con mi bicicleta. Entré decidida y observé que había una buena colección de vinos y latas de cerveza, pues este hombre tenía fama de embriagarse los fines de semana. Luego entré a su cuarto de dormir y encendí la luz, momento en el que recibí un gran susto que casi me hace gritar. En la cama había una persona durmiendo. Al tratar de huir desgraciadamente tumbé cacerolas que hicieron mucho ruido, e imaginé que ahora tendría que disculparme con la otra persona que estaba en ese cuarto. Pensaba alegar que buscaba a Don Bernardo para algún trabajo de jardinería o qué sé yo… Estaba realmente nerviosa, muy nerviosa, y velozmente trataba de encontrar las palabras más adecuadas.

Sigilosamente me acerqué a la cama pero la persona seguía inmóvil, la persona parecía seguir durmiendo… Ciertamente era una chica muy pero muy joven y acostada boca abajo, y mucho me llamó la atención que tenía la espalda desnuda y una falda muy corta a cuadros rojos… Asombrada comprendí que era una falda de mi propiedad que desde hacía tiempo no veía… No dejaba de sorprenderme que esa persona no se hubiera despertado con el ruido que había hecho, y entonces decidí acercarme a ella para asegurarme de que realmente estuviera dormida… Y así podría irme tranquilamente sin más ni más…

Obviamente también tenía gran curiosidad por saber quién era ella. La situación no me causaba miedo, pues se trataba de una chica muy semejante a mí en aspecto y edad; así que lenta y silenciosamente me fui aproximando, y cuando estuve lo suficientemente cerca pude por fin saber a quién me enfrentaba…

La supuesta jovencita era una muñeca de silicona, tan perfectamente bien hecha que parecía una persona de carne y hueso reposando tranquilamente sobre esa cama.

Y aquí va lo más sorprendente: La muñeca era una copia casi perfecta de mi persona…

Y todo eso se explica, pues Don Bernardo era también un hábil artesano que hacía figuras plásticas para las tiendas de ropa, perfectas figuras para lucir la vestimenta de moda, aunque esta vez había creado una figura con ese hule tan especial que imita la consistencia de la carne, para incluir allí hasta el más mínimo detalle de mi cuerpo y de mis facciones. Corrí las cortinas de la ventana para observar la obra de arte a la luz del sol, y por largo rato admiré la obra de aquel hombre rudo y de escasa instrucción. La piel de la muñeca era de un color blanco dorado casi exactamente igual a mi propio color de piel, y hasta incluía un pequeño lunar que tengo en uno de los muslos. La forma de los senos, la amplitud de las caderas, e incluso hasta el tipo y color de cabello, ciertamente también lucían muy parecidos a los míos…

Fruncí el entrecejo extrañada, pues no encontraba explicación razonable a cómo Don Bernardo estaba enterado de todos esos detalles… Si hasta incluía unos finísimos zapatos de tacón alto y de mi medida, que hacían juego con la falda a cuadros. Eran de esos que van atados a los tobillos con unas coquetas cintillas de amarre… Además, la desnuda y arqueada espalda tenía todo el detalle de la anatomía muscular, y se veía tan real que no resistí tocarla aplicándole presión a modo de masaje, quedando entonces sorprendida por la consistencia de ese dorso, pues daba toda la impresión de también tener una estructura ósea por dentro. Enseguida le flexione brazos y piernas, y comprobé que la elasticidad, consistencia, y peso de cada pieza de aquel cuerpo, engañarían a cualquiera en un ambiente de poca luz… Aquello era increíble, era como verme a mí misma desde afuera… Ahora empezaba a comprender porqué llamaba tanto la atención de los hombres…

Seguí analizando a la muñeca, y observé que en uno de los brazos tenía dibujado a modo de tatuaje un corazón con mis iniciales, aunque el dardo que lo atravesaba era largo y tenía una forma muy peculiar, pues ciertamente no era una flecha, y más bien parecía un cigarro que tenía a todo lo largo grabadas las palabras: “Yo la haré sufrir, yo la haré chillar, yo la haré pedir clemencia”. Y en uno de los extremos de ese extraño dardo colgaban dos bolas alargadas con aspecto de espinosos cactus, y en el otro extremo parecía salir una gota que colgaba formando un alargado y fino hilito… Por unos instantes pensé que Don Bernardo posiblemente había tratado de representar un dardo o estaca envenenada, cuyo grosor tal vez simulaba estar expandiendo ese corazón…

Sin darle mayor importancia al tatuaje por el momento, pasé a revisar algo que pensé sería imposible que Don Bernardo hubiera modelado bien. Levanté la falda y asombrada observé que la escultura tenía perfectos orificios anal y vaginal… el vaginal estaba intacto, pero “el otro”… ¡Dios mío!… Esta vez no me aguante, y solté una sonora carcajada. Así que Don Ber… Sencillamente no lo podía creer, ese picarón mañoso y degenerado señor, soñaba con hacerme eso a mí. ¡Pues sí que tenía un sueño imposible! Con la velocidad del rayo comprendí ahora porqué la muñeca tenía ese tatuaje en el brazo. Sin dejar de reír, la tomé por el cuello que era exquisitamente largo y delgado, contemplé ese rostro que era toda una filigrana de bien copiados detalles, y que con sus ojos cerrados daba la genuina impresión de sufrir en silencio. Y sonriendo le dije: “¿Porque sufres muñeca?… ¿Será porque tienes una herida que nunca te cierra?… ¡Ja Ja Ja!… No me digas que se te hinchó por picadura de asno… ¡Ja Ja Ja!”.

Hacía tiempo que no me reía tanto… Pero en fin, cuando dejé de reírme revisé la boca de la muñeca, y constaté tenía una dentadura perfecta, labios abultados y sensuales, una lengua de silicona tan suave y roja como una original, y una abertura oral que llegaba mas allá de la garganta… Curiosa introduje un dedo en la boca, y al extraerlo los masturbantes labios de la muñeca se estiraban haciendo una succión por el vacío interior, y de nuevo no soporté decirle: “Eres una p… muy bien hecha muñeca… ¡Ja Ja Ja!… Empiezo a sospechar que eres una calentona… ¡Ja Ja Ja!”.

En líneas generales puedo decir que la muñeca era una copia casi exacta de mi persona, y un estuche de monerías para hombres. Ese tipo de trabajo sólo se hace en ciertas regiones de Europa y Estados Unidos. A Don Bernardo debió llevarle meses hacerla, pero por fin, gracias a su destreza artesanal, se había hecho de una chica de súper lujo para hacerle todo lo que él quisiera, y sin que ella se negara a nada, absolutamente a nada. En ese momento realmente admiré a aquel hombre por su habilidad, y por haber invertido su tiempo, talento, y esfuerzo, en hacer esa bien formada muñeca. Ese trabajo fue para mí el mayor halago que jamás recibiré de un admirador, y para el hombre sin duda algo muy importante en su vida. Con justicia debía dejarlo que siguiera divirtiéndose con mi “hermana gemela”, pues su secreto e inofensivo juego a nadie afectaba, y a nadie debía importarle.

Revisando el resto de su habitación entré a su baño. Éste era bastante rustico pero tenía lo necesario, y se veía limpio excepto por una pared chorreada de manchas amarillentas que también tenía una pequeña ventana, bajo la cual estaba un banquito acojinado donde bien podría caber una persona acostada. Me subí al banco acojinado y me asome a la ventana, y constaté que quedaba bien oculta por las ramas de un árbol. Desde ese lugar se veía la alberca del patio interior de la casa donde yo tomaba sol en traje de baño, quitándome a veces el sostén, y pasando largo rato escuchando música. A veces y para divertirme, hacía allí un poco de ejercicio y algunas monerías, por ejemplo caminaba como una modelo sobre una pasarela, o practicaba ese tonto y provocativo baile con el que se hacen sugestivos movimientos contorsionando el cuerpo. Entonces bajé la mirada para ver de nuevo la parte baja de la pared de la ventana, y finalmente me di cuenta de lo que eran esas chorreantes y amarillentas manchas que iban desde el medio cuerpo hasta el piso. De pronto vino a mi mente el nombre de esa acción. Me ruborizaba tan sólo pensar en esa palabra; siempre quise saber como se hacía eso, y tal parecía ser la causa de las furiosas marcas que Don Bernardo dejaba en la pared mientras me espiaba en la alberca, cuando modelaba esas provocativas tangas y bikinis que nunca me dejaba usar mi madre en la playa. Lo que por cierto no logré comprender del todo, era por qué Don Bernardo hacía eso allí parado y en el baño, teniendo una muñeca con una boca que me imaginaba perfecta para ese trabajo.

Para ser honesta, de nuevo sentí que la atención que él daba a mi persona era un halago que nutría mi vanidad. Regresé luego al dormitorio, y al observar con atención la cabecera de la cama, reparé con sorpresa que ahí había una imagen con una deidad venerada por los habitantes de esa localidad, y junto a ella una oración de poder que decía.

“A LA GLORIA DE LA LUZ ETERNA QUE ES EL NOMBRE BENDITO DEL TODOPODEROSO, Y POR LOS PODERES DE QUE ESTOY INVESTIDO POR LA GRACIA DIVINA DEL AMOR SENSUAL QUE ES SU FRUTO, TE PIDO QUE LA FUERZA DE ESTA PASIÓN NO TERMINE CON EL ACTO COMPLACIENTE Y CONFORMISTA DE LOS FORNICARIOS.- QUE TU LUZ LIBERE LA PASIÓN DE ESTE MOMENTO, PARA QUE SU CUERPO SE ENTERE DE LA FUERZA CON LA QUE ES DESEADA.- Y QUE CADA ACCION O PENSAMIENTO SOBRE SU IMAGEN O SOBRE SU RECUERDO, TENGA EN ELLA EFECTOS IGUALES Y PERMANENTES Y ACUMULATIVOS, QUE SEPAN ENCENDER EN SU FRÍO E INDIFERENTE CORAZÓN LA LLAMA PERFECTA DEL AMOR SENSUAL.- QUE ASÍ SEA.-”

¡Comprendí entonces que él estaba obsesionado conmigo, al grado de recurrir a una superstición como esa! Es increíble en lo que pueden creer los nativos de este lugar. Los muy tontos no saben que lo único real y verdadero es “La Pata de Conejo”, pero en fin, si él se había tomado la libertad de copiar mi cuerpo, en desquite yo me tomaría la libertad de espiarlo cuando llegara, y así estaríamos a mano. Y para eso cumplir me subí por fuera a lo alto del granero, justo sobre su dormitorio, y cuidadosamente hice una pequeña abertura entre la pared y el techo, para desde allí observar directamente la cama y su muñequita. Así podría ver de primera mano lo que haría el muy tonto con ese cuerpo inerte. Esa sería mi espléndida y secreta revancha.

Por la nochecita y cuando todos volvieron, obviamente estaba bien instalada en mi escondite, esperando impaciente a que llegara Don Bernardo a su cuarto, lo cual hizo solamente con la luz del exterior, que era suficiente para ver todos los detalles pues el cielo estaba despejado y había luna llena. Lentamente y con parcimonia se quitó sus botas, dejó a un lado su camisa, y de un cajón de su ropero sacó unos objetos como anchas pulseras de cuero negro con imitaciones de púas metálicas, las que se puso en ambas muñecas de sus gruesas y toscas manos, y de modo que ellas casi le cubrían los antebrazos. Luego también se puso una banda también de cuero negro y con las mismas imitaciones de púas, la que se abrochó al cuello como collar. Y por último se puso un muy ancho cinturón de cuero que recordaba a los que usaban algunos luchadores, el cual una vez ajustado y apretado haciendo juego con el resto de su atuendo, sin duda lo hacía lucir terriblemente imponente y peligroso, dando el aspecto de ser una mezcla de fiero guerrero con perro de caza.

De inmediato desabrochó su pantalón para descollar un largo miembro que ya empezaba la erección con la contemplación de su muñeca, y cuando la rigidez se completo quedé muy sorprendida. ¡A ojos vista el miembro era al menos de nueve pulgadas! Recién entonces entendí porqué todos llamaban BernAsno a Bernardo. Dejando luego su pantalón en el suelo, el imponente y oscuro cuerpo de ese hombre se colocó suavemente sobre el frágil y blanco cuerpo de su muñequita, acostándose sobre ella y abrazándola con un cariño que se irradiaba en el ambiente y que se hacía sentir a flor de piel. Seguidamente la besó calidamente en el cuello y en la espalda, y acto seguido se llevó a cabo la penetración. Miró luego la cabecera de su cama, y en voz baja murmuró su oración.

Lo que siguió a continuación fue toda una clase práctica de educación sexual de nivel universitario. A pesar de que la noche era fresca, casi fría, yo sudaba a mares sin poder siquiera parpadear. De vez en cuando tragaba saliva y carraspeaba ligeramente, mientras veía cómo ese hombre se contorneaba sobre su muñeca, a la que tenía bien apresada por un fuerte abrazo, mientras ejecutaba sobre ella vigorosos movimientos dorsales con los que se clavaba fuertemente contra ese firme y bien asegurado nalgatorio, produciendo un rítmico golpeteo que me hacía morderme los labios por la emoción. Desde mi puesto de vigía constataba que el hombre no tenía ninguna consideración por la fragilidad aparente de la exquisita y femenina escultura de compañía. Don Bernardo daba rienda suelta a una incontenible y violenta lujuria, sin el más mínimo recato, sin la más mínima moderación.

Desde donde me encontraba, la muñeca daba la impresión de ser una chica de verdad, con la frente clavada en la cama y sufriendo horrores, mientras era sacudida de pies a cabeza por el enardecido asno. Con certeza la escena era realista por demás, y me conmovía por entero… Ahora me daba cuenta que la expresión de sufrimiento que Don Bernardo le había dado a la cara de su muñeca estaba muy bien justificada dada la situación… Durante las dos o tres pausas en las que se aquietó por breves segundos, podía escuchar con claridad cómo su agitada respiración emitía sofocados gruñidos al tiempo que sus dientes rechinaban por la excitación, mientras con fuerza se aferraba a su muñeca en un firme abrazo y como si luchara consigo mismo; por momentos apaciguándose y controlando su propia lujuria, y por momentos simulando los movimientos de un burro encabronado, el hombre daba rienda suelta a sus instintos. Finalmente Don Bernardo lanzó un fuerte y prolongado gruñido, para luego echarse por completo sobre la espalda de su muñeca, quedando desfallecido sobre ella con la respiración agitada y el rostro desencajado por el esfuerzo, mientras continuaba rugiendo y gruñendo como bestia satisfecha y cansada. Los sonidos que emitía el hombre en parte intimidaban, y en parte anunciaban que el peligro ya había pasado, al menos por el momento.

Así permanecieron los dos cuerpos largo rato en la casi completa inmovilidad y en inquietante silencio, contrastando con el anterior alboroto. El robusto y casi obeso cuerpo de ese calvo e imponente hombre, se apoyaba por completo sobre la perfecta y bien torneada espalda de su muñeca, mientras los dorados cabellos de la hembra eran ligeramente movidos por la agitada respiración del asno ya satisfecho.

Luego de un rato de estar reposando sobre ella, el robusto hombre volvió a la carga una y otra vez, siempre utilizando la misma vía de penetración, siempre practicando la penetración anal. A cada instante el hombre me sorprendía. No tenía idea de lo bravucón que podía llegar a ser con su muñeca ese abusivo y aprovechado salvaje… y menos mal que la que sufría ese trato era la pobre muñeca y no mi pobre y delicado cuerpo de fémina…

Luego de divertirse con su muñeca hasta la saciedad, Don Bernardo se levantó de la cama y fue a ducharse. Y tardó un buen rato en ese menester. Cuando volvió a aparecer perfectamente limpio y seco, inmediatamente se acostó junto a su muñeca, colocando la cabeza de ella bajo su abdomen, para así dormir tranquila y plácidamente. Mucho me hubiera gustado quedarme para ver lo que haría Don Bernardo con su muñeca al despertar, pero la noche era fría y ya tenía mucho sueño, así que sin más ni más me fui a dormir. Tendría que conformarme con imaginar lo que casi seguramente pasaría en la madrugada.

A la mañana siguiente con los primeros cantos de los gallos, sonreía y me regocijaba entre las cobijas de mi cama, pensando en la forma como Don Bernardo, con el vigor matutino encendido, le estaría poniendo el ombligo en la frente a su muñequita, para así recibir un servicio oral con esa boca puñetera a la que solamente le faltaba hablar. Sin duda la pobre muñeca tendría que devorar algo semejante a lo que vi en las paredes de su baño… “Mmh… ¿Qué tal sabe el licor muñeca?… Ja, ja, ja”.

Durante ese día vi a Don Bernardo muy tranquilo haciendo sus arreglos florales en uno de los jardines, y pasé por ahí varias veces para que él me viera. Quería hacerlo sufrir un poco por haberse tomado el atrevimiento de copiar mi imagen, y para cumplir mi objetivo llevaba puestos unos sexy short pants, de los que usaba para mis recorridos en bicicleta, y a los cuales les había hecho algunos recortes y arreglos para que ajustaran apretando bien mis formas, para así darle un aspecto aún más provocativo. Mi atuendo se completaba con una escotada blusa anudada bajo las costillas, un femenino sombrero de ala ancha, y los infaltables lentes negros para protegerme del sol y de las miradas indiscretas. Y todo esto lo había escogido cuidadosamente, para hacerme lucir tal y como a ellos sin duda más les gusta. Escogí un lugar cercano a donde Don Bernardo estaba trabajando, para descuidada e inocentemente ejercitarme arqueando mi espalda y contorneándome. Y mientras me lucía como pavo real, bien imaginaba que él tenía su mirada clavada en mi cuerpo, con ese morboso y especial interés en mi personita que parecía obsesionarlo tanto. Fue divertido constatar que durante todo el tiempo que pasé así en esas evoluciones, el hombre no se movió del lugar desde donde me podía ver con toda claridad, y en una postura que no parecía muy forzada. Finalmente, pretendiendo estar cansada o aburrida, me senté en el borde de un estanque cercano, en el cual mojé mis manos para masajear y refrescar mis piernas, mostrando llamativamente unos zapatos con cintillas de amarre parecidos a los de su muñeca. Luego me acosté bocabajo, dejando expuesta por completo la forma de mi trasero que tan especial interés parecía tener para él. Y cuando me cansé de jugar a eso, salí de ese jardín para continuar con mis “ejercicios” en otra parte, cuidando de pasar junto a él para así tener el pretexto de obsequiarle una sonrisa con la que pretendí hacerle saber que no era tan tonta como para no haberme dado cuenta que todo el tiempo me había estado devorando con la mirada.

Continuando con lo que dejé pendiente, a la noche siguiente lo volví a espiar desde mi seguro escondite, pero esta vez Don Bernardo durmió tranquilamente y en paz, la muñeca seguramente guardada pues no se la veía por ninguna parte. Y así sucedió noche tras noche en las cuales lo espié, hasta que me di cuenta de que casi seguramente esa actividad sólo la llevaba a cabo una vez al mes, cuando regresaba del festejo popular, como si ese fuera un ritual bien establecido. Entonces comprendí que este hombre soportaba un mes de abstinencia, para así unirse a su adorada muñeca con una pasión y ansiedad intensa y violenta, como la de un sediento cuando finalmente encuentra y bebe el preciado líquido.

Así que durante la noche del siguiente festejo, espié y constaté que él había dejado a su muñeca preparada para su regreso, y entonces con atención tomé nota de todos los detalles. La escena estaba preparada como la vez anterior, y en esta oportunidad cuando él vino, podía adivinar qué es lo que seguía en su rutina. Al verlo enfundado en su imponente atuendo de cuero tomando por asalto a su muñeca para penetrarla, tuve una extraña sensación de cosquilleo en el vientre así como en la región o conducto por el que Don Bernardo estaba penetrando a su adorada compañera, y como llevaba puesta una delgada playera sin sostén palpé mis pechos, y con horror constaté que las puntas de mis senos estaban endurecidas y bien resaltadas por una presión interna bien establecida. Casi sin pensar salí huyendo de ese lugar, y al llegar a mi cuarto de nuevo palpé mis senos, y me imaginé que mis pezones habían adquirido una forma que recordaba los chuponcitos que usan los bebes, y que mucho se asemejaban a los pechitos de la muñeca de Don Bernardo. En ese momento supuse que era una exageración lo que estaba imaginando, y pretendiendo librarme de esos pensamientos recé durante horas, prometiendo al cielo jamás volver a espiar a nadie. Pero la implacable y rebelde sensación en todo mi cuerpo no desaparecía, y con fuerza la sentí hasta bien entrada la noche. Tras haberme duchado con agua tan fría como podía soportarla, finalmente pude librarme de ese alboroto que había alterado todo mi cuerpo, y casi enseguida me quedé dormida en reparador descanso.

Pero sin duda a partir de aquella noche algo pasó con mi cuerpo, sin duda algo cambió. Sabía ya de antes lo que era la excitación, pues la había experimentado con suaves masajes mientras imaginaba encuentros cargados de erotismo. Pero con toda certeza, la intensidad con la que esa noche había sentido esa sensación, produjo un cambio singular que imaginaba había llegado para quedarse. Como consecuencia ya no pude seguir usando esas simpáticas playeras sin sostén, pues bastaba con que algún hombre me tocara afectuosamente o me rozara sin querer, para que casi de inmediato esos botones se hicieran notar sobre la ropa. No soy supersticiosa ni creo en maleficios, pero poco a poco se fue incrementando en mí el deseo casi morboso de ocupar el lugar de esa muñeca. Estaba segura que Don Bernardo aceptaría fácilmente, y lo único que me frenaba era recordar el tamaño de esa cosa que tenía Don Bernardo. Pero… ¿si la muñeca podía soportarlo, por qué yo no? Después de todo éramos casi idénticas, y sólo necesitaría un poco de práctica para acompañar la rutina de aquel hombre y gozar con él.

Como salida transitoria, y para no hacer algo de lo que luego podría arrepentirme, me vi prácticamente en la obligación de conseguir uno de esos juguetes de hule, como los que como broma le llevaba a mi hermana su novio. Tomé coraje y compré uno en una tienda especializada de la ciudad, y de entre una amplia colección escogí el cigarro que más se parecía a lo que yo andaba buscando. Según me dijo la vendedora de esa tienda, lo que había escogido era la réplica exacta creada en molde del jerarca de cierta tribu de cazadores salvajes de África del Sur. Sin duda era casi tan grande como la de Don BernAsno, y en detalles coincidía con las características de la hinchada forma de su aparato en estado de erección, incluido ese color negruzco que lo hacía lucir como la cosilla de los burros. Ese juguete era tan parecido en tamaño y forma y color al aparato de Don BernAsno, que sin duda me serviría como si fuera la pieza original. Así que al llegar la noche, en la tranquila soledad de mi cuarto y tras haber tomado una ducha caliente y reparadora, ungí mi cuerpo con una crema suavizante que me proporcionó un intenso relax, y mientras me dedicaba a esta práctica no podía apartar mi vista de ese largo y anchuroso cuello africano cuyas brincadas venas parecían las hinchadas varices de un potente y esplendoroso músculo en tensión. La sola visión de aquel elemento me hacia sentir palpitaciones en el pecho y cosquillitas en el lugar que pronto ocuparía esa portentosa arma.

Finalmente me decidí. Acostada en la cama y mirando al techo, empuñé con ambas manos esa endurecida y negra longitud de hule, y la clavé cuanto pude en mi órgano. A pesar de que la lubricación previa facilitaba el avance, el dolor iba en aumento desalentando mi laborioso intento. Pero por cierto no iba a rendirme justo ahora, y cuando el objeto estuvo lo suficientemente dentro de mí, con comodidad pude empuñar con ambas manos los dos soportes parecidos a mangos de desarmador que había en los costados del peludo extremo raíz, y de donde también colgaban dos bolas muy similares a las del dardo que tenía la muñeca en su tatuaje. Y mientras en esa posición luchaba conmigo misma, entorné los ojos imaginando que era la presa del salvaje cazador que sirvió para hacer el molde de esa pieza. Tras una larga lucha en la que no aguanté ni la mitad de esa cosa, por primera vez sentí ese extraño calambre mezcla de dolor y placer, que me dejó quieta y atontada como una estatua. Luego de un rato levanté la frente de la cama, y pude ver en el espejo de la pared un rostro sudoroso con aire de sufrimiento y asombro, que me hizo recuerdo de la expresión que Don Bernardo le había dado a la carita de su muñeca de hule. Clavé de nuevo la cara en la cama y ya no me atreví a continuar con esa actividad, pues el placer provocado por ese delicioso calambre o cosquilleo que había experimentado por primera vez, había venido acompañado por un dolor desgarrador que me había paralizado por completo, y que desalentaba la idea de repetir la experiencia. Pensé para mis adentros que si apenas había soportado la mitad de la longitud, menos podría con todo el asno completo. Ni siquiera me atrevía a pensar en las rítmicas arremetidas que había soportado la muñeca aquella noche, así que arrepentida, decidí que esas experiencias no eran para mí. Sinceramente no creí que algo de semejante tamaño pudiera jamás entrar en mi cuerpo… Y tal vez por eso Don Bernardo usaba una muñeca… y tal vez por eso Don Bernardo en un tiempo usó a una reclusa acostumbrada a todo…

Pero a pesar de la frustración de la primera experiencia y como movida por una fuerza invisible e irresistible, noche a noche repetía el procedimiento recién descrito, pues el deseo seguía insistiendo cada vez con más fuerza. Por más que trataba, por más esfuerzos que hacía, noche a noche experimentaba cierta frustración pues sólo lograba meter en mi cuerpo la mitad de aquella cosa de hule, cuyo tamaño imaginaba era ligeramente menor que la tosca y velluda y negra pieza orgullo del burro monarca de aquellos lugares. Además, en mi fuero íntimo tal vez quería que fuera él quien me lo hiciera, quería que fuera ese calvo, mal rasurado, prieto, velludo, y obeso hombre, de fiera y dominante mirada, quien como trofeo cobrara la virginidad de ese orificio, y no una fina y bien acabada imitación de hule, sin sabor, sin olor, sin emoción, hecha para las bromas de las señoritas en las despedidas de soltera.

En vano visité innumerables veces la bodega de vinos con la esperanza de encontrar ahí al hombre que me estaba quitando el sueño. Ansiaba estar a solas con él en ese seductor y oscuro ambiente, confesarle abiertamente que en forma accidental me había enterado de su admiración por mí… y que… y que… y que quería sentir de nuevo uno de esos abusivos abrazos… bueno, y tal vez también algo más…

Durante una fría y lluviosa noche de octubre que coincidía con el famoso festejo mensual, miraba distraídamente por la ventana de mi habitación hacia la casa de Don Bernardo, y viendo las cortinas de su dormitorio ya cerradas, no dejaba de imaginarme lo que estaría haciendo con su muñeca. Finalmente el cansancio me rindió y me dormí, pero tuve una pesadilla por demás extraña: Soñé que se repetía la escena en la que bajaba a la bodega de vinos en busca de un condimento, y que allí lo encontraba a él, avanzando hacia mí con esa mirada intimidante y avasallante, mientras yo retrocedía lentamente hasta tocar con mi espalda la pared del oscuro final de la bodega, donde él finalmente me tomaba con ambas manos por la nuca con la misma suavidad con la que trataba a sus flores, inclinándome para acercarme a su rostro, y en esa posición y con mi trasero apoyado en la pared, escuchaba como con su dominante y grave voz me decía muy cerca de mi rostro:

“MI ESTIMADA SEÑORITA, DESDE HACE TIEMPO VENGO SIGUIENDO DISCRETAMENTE SUS PASOS CON LA MIRADA, Y PROBABLEMENTE USTED NO HA REPARADO EN ELLO.- SU EXQUISITO Y SENSUAL MODO DE CAMINAR Y DE MOVERSE, ME PROVOCA LAS MÁS DELICIOSAS Y EXÓTICAS SENSACIONES, PUES COMO USTED SEGURAMENTE DEBE YA ESTAR ENTERADA, LOS HOMBRES A DIFERENCIA DE LAS MUJERES, ESTAMOS PROGRAMADOS POR LA MADRE NATURALEZA PARA SENTIR CON SÓLO MIRAR E IMAGINAR.- ASÍ QUE QUIERO QUE SEPA QUE DESDE QUE LA CONOZCO NO HE TENIDO UN SOLO MOMENTO DE REPOSO MENTAL, PUES ME BASTA RECORDAR EL MOVIMIENTO DE ESE MARAVILLOSO Y BIEN FORMADO CULO DE FANTASÍA QUE USTED TIENE, PARA QUE LA VERGA SE ME PARE A REVENTAR, Y POR MÁS QUE TRATO Y TRATO DE OLVIDARLA, ESE ESFUERZO ES ALGO QUE SIEMPRE TERMINA EN TREMENDA PUÑETA, QUE DEJA EMBARRADAS DE SEMEN LAS PAREDES DE MI BAÑO.-”

“NO QUIERO QUE SU EVASIVA NATURALEZA FEMENINA INTERPRETE ERRÓNEAMENTE MIS SINCERAS Y ESPONTÁNEAS PALABRAS, PUES SON LOS PENSAMIENTOS DE UN HOMBRE MADURO, VIGOROSO, Y MAL HABLADO, PERO ABSOLUTAMENTE DESESPERADO POR GANARSE SU ATENCIÓN.- ME HA COSTADO MUCHO TRABAJO ENCONTRAR EL MEJOR MOMENTO PARA ACERCARME A USTED Y DECIRLE ESTOS ESTUDIADOS CONCEPTOS, Y OBVIAMENTE NO QUIERO QUE ESTA OPORTUNIDAD SE DESPERDICIE POR UN MAL ENTENDIDO, MIS INTENCIONES CON USTED SON DE LO MEJOR.-”

“SABEDOR DE LA DISCRECIÓN Y RESERVA QUE USTED AMERITA Y DE QUE SEGURAMENTE NO QUIERE ARRIESGAR SU VIRGINIDAD EN UNA AVENTURA, LE PROPONGO ATRAVESARLE EL CULO CON UNA VERGA DE NUEVE PULGADAS, PARA LA CUAL DIFÍCILMENTE CONSIGO CONDONES CÓMODOS Y ADECUADOS, AMÉN DE QUE LAS ARREMETIDAS DE ASNO CON LAS QUE YO TERMINO NO ADMITEN FRENO ALGUNO.- PERO ESA ES OTRA HISTORIA QUE EN SU MOMENTO USTED PROBARA EN CARNE PROPIA, SI ES QUE LA SUERTE ME ACOMPAÑA.- POR MI PARTE, A USTED PUEDO ASEGURARLE MI ESTIMADA SEÑORITA, QUE NADA IMPEDIRÁ QUE NOS ACOPLEMOS CON UN BUEN LUBRICANTE, PARA ASÍ PODER CONSUMAR EL ACTO VENÉREO QUE LE DARA ALIVIO A ESE DESEO QUE ATORMENTA MIS ENTRAÑAS.-”

“COMO ES OBVIO Y EVIDENTE, NO PRETENDO ENGAÑARLA EN LO MÁS MÍNIMO.- ES MUY POSIBLE QUE LA PENETRACIÓN FORZADA DE NUESTRO PRIMER ENCUENTRO LA HAGA SUFRIR UN POCO.- PERO NO DEBE TEMER PUES ESTE SERVIDOR TIENE GRAN EXPERIENCIA, Y ESTÁ ACOSTUMBRADO A DOMAR CHIQUILLAS POR EL CULO HASTA HACERLAS GOZAR, COMO SIN DUDA LO HARÉ CON USTED EN UNA CONFORTABLE Y AMPLIA CAMA MATRIMONIAL, EN LA CUAL PODREMOS DISFRUTAR COMO MACHO Y HEMBRA, DURANTE UNA DE ESAS FRÍAS Y LLUVIOSAS NOCHES QUE SE AVECINAN.-”

En ese momento de la pesadilla desperté sudando como si tuviera fiebre. El corazón me latía como tambor, y sentía unas intensas e irrefrenables ganas de masturbarme, debido a ese cosquilleo que me había atrapado desde la segunda noche que vi a ese hombre con su muñeca. Por la hora que era, me imaginaba que en ese momento la muñeca estaría recibiendo su segunda o tercera dosis de amor. Me incorporé para arrodillarme en la cama, y al quitarme la ropa que me cubría vi que tenía otra vez las puntas de los pezones brincadas a reventar, y sin atreverme a tocar nada, crucé los dedos de ambas manos tras la nuca, y apoyada en mis rodillas clavé la cabeza en la cama, gimiendo y casi gruñendo. Trataba en vano de apartar de mi mente las imágenes de lo que sabía bien estaba sucediéndole a la muñeca a manos de ese asno sin ley. La excitación que tenía era terrible, pero lacerar de nuevo mi cuerpo con el doloroso calambre africano, solamente aliviaría una fracción del tremendo deseo que estaba sintiendo en todo mi cuerpo. Ahora sí empezaba a arrepentirme en serio de haber espiado a Don Bernardo, y para mis adentros pensé que ese era el castigo vudú que me había ganado, por ser una niña traviesa que a hurtadillas anda viendo lo que no debe. Sin embargo otra parte de mí se resistía a aceptar como castigo no hacer absolutamente nada, pues todo mi cuerpo se estaba incendiando, fuera por el tonto hechizo que tal vez Don Bernardo me estaba enviando, fuera porque el hombre me transfería el placer que su muñeca no podía sentir, fuera por mis hormonas, fuera por lo que fuera. Deseo natural o amor brujo, el resultado era el mismo, estaba atrapada y fuera de mí.

Finalmente un baño con agua bien fría me salvó del tormento africano, y un somnífero ligero me dio la paz del sueño y del reposo. Sin embargo y al paso de los días, los sueños y las fantasías con Don Bernardo se volvían a repetir. Las escenas eran cada vez más y más reales y atrevidas. A veces él aparecía en la bodega con su imponente atuendo de cuero. Y en forma súbita me daba cuenta de que estaba vestida tan sólo con la corta falda roja, así como con los zapatos de tacón alto de la muñeca. En esa fantasía las puertas de la bodega habían desaparecido, y solamente había paredes. Por cierto trataba de correr, pero con esos zapatos él me daba alcance muy fácilmente, colocándome luego contra una pared donde me mostraba el portentoso instrumento de hule que de sobra ya conocía, y apuntándome con ese objeto me decía que sabía muy bien lo que había hecho con eso, y que ahora me daría mi merecido por haber maltratado y masturbado ese orificio que por derecho le pertenecía solamente a él. A continuación y cual tormento psicológico, me daba unos golpecitos simbólicos en la cabeza y la cara con ese objeto de hule, como cuando se juega a castigar a una niña traviesa, mientras por mi parte, avergonzada, trataba de apartar la cara de ese objeto que ya me atormentaba a rabiar. Luego tiraba el vástago al suelo, me tomaba de los brazos y la nuca con una suavidad que me hacía su cautiva voluntaria, y una vez vencida mi escasa resistencia, me repetía al oído sus obscenas proposiciones, diciendo cosas cada vez más excitantes y atrevidas, con esa voz que tanto me afectaba y que me derretía en cuerpo y alma.

“AHORA GUERITA, LE VOY A DAR EL TRATAMIENTO DE UNA MUÑECA REINA, Y USTED SABE YA MUY BIEN DE LO QUE SE TRATA.- LE ESPERA UNA MUY LARGA NOCHE EN LA CÁRCEL DEL AMOR, DONDE ESTE ASNO CARCELERO TENDRÁ A SU CARGO DARLE LA BIENVENIDA.- HARÉ LO QUE SÉ HACER MUY BIEN, Y LE ASEGURO QUE VA A SENTIR UN POCO DE DOLOR, MÁS NO POR ESO DEJARÁ DE GOZAR INTENSAMENTE.-”

Luego me abrazaba levantándome del suelo, y casi de inmediato constataba con horror que realmente me había transformado en una muñeca de hule. Por más esfuerzos que hiciera ningún músculo de mi cuerpo me obedecía, y mientras mis piernas y brazos colgaban sin fuerza, con la espalda arqueada y mi cabeza caída hacia atrás como mirando al cielo, Don Bernardo con su picante mentón clavado en medio de mis desnudos y expuestos senos, continuaba con el implacable y despiadado tormento mental.

“NO INTENTE MOVERSE PRECIOSURA, PORQUE CIERTAMENTE LE SERÁ IMPOSIBLE HACERLO.- ESTE CUERPECITO SUYO HA QUEDADO INMÓVIL PORQUE DESDE ADENTRO PIDE A GRITOS SER MÍA, ASÍ QUE RELÁJESE Y DEJE DE LUCHAR, QUE ESTE ASNO DARÁ BUENA CUENTA DE USTED Y DE SUS NECESIDADES MÁS ÍNTIMAS.- LA VOY A HACER MI MUÑECA, MI OBJETO PRIVADO ESPECIAL, Y AUNQUE TAL VEZ AL PRINCIPIO EL DOLOR LA HARÁ PEDIR CLEMENCIA, UNA VEZ BIEN ACOPLADOS GRITARÁ Y CHILLARÁ DE PLACER, COMO LO HACE UNA VIRGEN AGRADECIDA GOZANDO CON SU PRIMER MACHO.-”

Luego aplicaba lentos y succionantes besos a los lados de mis senos, los que estaban completamente a su disposición debido a la posición en la que me tenía abrazada, haciéndome derramar lágrimas de placer producto de la terrible emoción que esas libidinosas caricias me provocaban, y sin que pudiera mover ni un solo dedo, y sin que pudiera emitir ni un solo grito. Hasta que finalmente, ya mareada por la emoción y la excitación, mi cerebro me obligaba por fuerza a despertar, al no poder resistir por más tiempo el delicioso tormento de esa perversa situación. Los exquisitos y tormentosos encuentros mentales con Don Bernardo continuaron noche tras noche con ligeras variantes. A veces él aparecía tras de mí cuando espiaba desde mi escondite, y de inmediato me llevaba de los cabellos hasta su recámara para darme mi merecido. A veces el encuentro era en un sendero en medio de una noche con una luminosa luna. Y en esas ocasiones invariablemente me proporcionaba un tormento mental como preámbulo, el que me inmovilizaba y me transformaba en su muñeca de hule, para luego hacerme las cosas más inimaginables y grotescas, que eran tan fuertes y sorpresivas que finalmente me hacían despertar en medio de la noche, sudorosa, el corazón palpitante, húmeda en mis partes, y en las mismas desastrosas condiciones de siempre desde el punto de vista psicológico.

Hasta que una de esas noches de fin de semana que coincidía con el festejo popular y con la cercanía de mi periodo menstrual, no pude más, no resistí más, e imaginé un plan. Aprovechando que el hombre estaba en el pueblo embriagándose, pensé inocentemente que en ese estado no podría notar la diferencia entre la muñeca y mi personita. Y si la descubría, pues ya no me importaba. Seguramente él no se negaría a tener su propia muñeca de carne y hueso. Y ambos quedaríamos gratificados y felices.

Me preparé entonces lo mejor que pude, y revisé todo mi cuerpo desnudo en un largo espejo. Recordé fugazmente que alguna vez me dijeron que yo era el sueño dorado de cualquier caballero, debido al parecido físico que tengo con los juveniles inicios de cierta cantante de rock, que es medio lesbiana o que lo deja entender, y de la cual hasta tenía la colección de tontos sombreritos que la hicieron famosa. Si eso era cierto ahora más que nunca necesitaba de ese recurso. Con una pluma copie en mi brazo el tatuaje de su muñeca aunque sin tanto detalle, y como riguroso requisito final, acostada bocabajo en mi cama realicé una última práctica con el juguete africano, y tal vez por la excitación del inminente encuentro o tal vez para convencerme de no hacer esa visita, esta vez logré clavar más de la mitad de esa interminable longitud de endurecido hule, casi tres puños de mi mano, lo cual no fue suficiente para llegar a la velluda raíz, pero pensé que con eso bastaría pues la lubricación que le había aplicado al juguete facilitaría el camino que faltaba para enfundar al todavía más largo juguete de Don Bernardo.

Luego me puse el bikini de dos piezas y mi suéter azul, lo mismo que vestía cuando me abrasó en la bodega, y una vez preparada, me salí de la casa por el patio interior a través de una cerca de madera que comunicaba bastante directamente con las habitaciones de Don Bernardo. Entré a su dormitorio, quité el foco de la habitación para que no encendiera la luz, boté a la muñeca debajo de la cama, y me puse los zapatos de tacón alto y la falda roja sin ropa interior, dejando mi torso completamente desnudo. Y mientras ataba a mis tobillos las cintillas de amarre de los zapatos, pensaba que si todo salía bien, una vez que Don Bernardo terminara y entrara a ducharse, yo podría colocar de nuevo a la muñeca en su lugar, y luego escapar sin que el hombre se percatara de nada extraño. De esta manera él haría lo suyo y yo recibiría lo mío, y así me libraría por fin de esa nueva necesidad de fuego que había surgido en mi cuerpo, y que me urgía apagar lo antes posible y antes de cometer cualquier importante insensatez de la que pudiera luego arrepentirme. Sin duda faltaba ya poco para que él llegara y comenzara así la acción. Me acosté tal y como él había dejado a su muñeca, bocabajo y con una pequeña almohada bajo el vientre, para mejor resaltar las formas sin pérdida de la comodidad. Y esperé. Y esperé pacientemente.

De improviso lo escuché entrar tarareando sus canciones por la ebriedad, y mi corazón comenzó a latir como si fuera a reventar. Entró al dormitorio y como estaba previsto, la luz del foco no se encendió. De reojo vi como se colocaba su imponente atuendo de cuero. Me mordía los labios mientras oía el ruido que hacían las hebillas y los broches al cerrarse sobre su robusto y fuerte cuerpo. Y luego de unos instantes se aproximó a “su muñeca” y le dio el acostumbrado masaje. Me tomó de la nuca y con sus anchas narices olfateo mi perfume. Sentí las cosquillas que me hacía su respiración sobre mi piel desnuda. Tonta de mí se me olvido quitarme el perfume, pero supuse que con la ebriedad no tomaría en cuenta ese detalle. Acto seguido se sentó en la cama, y abriendo con cuidado uno de mis ojos, vi que de un cajón sacó un frasco de pastillas azules de esas que provocan a los hombres cuatro horas continuadas de erección. Se tomó dos, enseguida se levantó, y casi frente a mi rostro ungió su erecto miembro con una aromática crema. Seguramente era uno de esos lubricantes especiales de los llamados retardadores. Todo eso no lo había visto antes, pero sin duda había llegado demasiado lejos, y arrepentirme ya no era una opción. Sin ninguna prisa el hombre se acomodó para completar el exquisito masaje. Hice un gran esfuerzo para no mover ni un solo músculo. Luego se acostó sobre “su muñeca” abrazándola hábilmente, y uniendo así su velludo y oscuro cuerpo a la blanca piel de su amor.

El agasajo por sí mismo era paradisíaco, y poco a poco se preparaba la penetración que me imaginaba sería brusca y sorpresiva. Don Bernardo acomodó la tumefacta y rígida punta de su largo miembro, para penetrar en un orificio que era un poco diferente al de su muñeca de siempre. Obviamente confiaba en que eso no sería problema, pero sin embargo, luego de varios intentos en los que notoriamente el hombre encontraba más resistencia de la acostumbrada para la penetración, cambió de táctica y empezó a acariciar de nuevo con sus grandes manos las curvas del femenino cuerpo de su muñeca.

Pensé que no tenía caso seguir fingiendo, estaba segura de que ya me había descubierto, pero en mi fuero íntimo tenía la esperanza de que él también fingiera que lo estaba haciendo con su muñeca de hule, pues así al día siguiente ambos podríamos comportarnos como si nada hubiera pasado. Y mientras pensaba en todo eso, y mientras estos pensamientos en tropel se presentaban en mi conciencia, sus toscas manos se concentraron entonces en una laboriosa caricia en la que clavó con fuerza sus dedos pulgares, en una acción separadora que soportaba estoica, con los párpados apretados y la boca abierta, como en actitud de expresar un grito silencioso. Casi en seguida Don Bernardo hizo un ruido con su boca como cuando se extrae una pesada flema de la garganta, y sentí como el lubricante natural caía certeramente en el interior del rebelde orificio de su compañera. Ahora Don Bernardo volvió a repetir la acción, y empuñando su largo miembro con su mano hizo un hábil movimiento circular, remolineando la entrada hasta que finalmente me sentí abrochada por la dura punta de ese largo y duro miembro. Un empujón me hizo sentir como la flema era empujada hacia adentro por la dura punta, y un avance de su miembro se produjo, y luego otro empujón de avance, y su muñeca enloquecía de placer sin atreverse a hacer un solo movimiento, mientras sentía como la deslizante flema de Don BernAsno avanzaba al frente de la henchida punta lubricando el camino que así se abría a su paso.

Ahora sí estaba segura de que podría soportar cualquier tormento con la misma tranquilidad que mi “hermana de hule”, pero una embestida de toro enardecido por fin hizo que la muñeca soltara una espontánea y dolorosa queja, cuyo agudo y casi imperceptible gemido evidenciaba la mezcla de placer y dolor que le provocaba sentir que el asno abriera las partes más intimas de ese conducto. Sin dejar de impulsarse hacia adentro, Don BernAsno por fin habló: “CREÍSTE QUE ME IBAS A ENGAÑAR NIÑA BONITA”. Y la muñeca sollozando le respondió: “Plis Don Ber que me esta matando, juro que me esta matando”.

Luego intercambiamos algunas frases cortas: “¿PERO DIOS MÍO, QUÉ DIABLOS ESTÁS HACIENDO AQUÍ?”… “Quiero ser su muñequita.”… “¿TIENES IDEA QUERIDITA, DEL ENORME TAMAÑO DE VERGA QUE TE VA A ENTRAR?” La muñeca no respondió, y movió la cabeza aceptando con eso ser culpable de espiarlo. Y Don BernAsno volvió a embestir gruñendo como toro enfurecido, adentrándose todavía más en esa anatomía hasta ahora inexplorada, y haciendo que su muñeca pidiera clemencia en forma reiterada.

“ASI QUE YA SABES POR QUÉ ME DICEN BERNASNO CABRONA, PUES PREPÁRATE PORQUE AHORA TAMBIÉN LO VAS A EXPERIMENTAR DE VERDAD EN TU PROPIO CUERPO.- Y PREPÁRATE PARA LO MEJOR, PUES APENAS LLEVAS MEDIA VERGA DENTRO CHIQUILLA PRECIOSA.-”

La muñeca intento suavizar a Don BernAsno con su encanto femenino, dándole un rápido beso en su severo y enojado rostro, para luego de nuevo esconder su cara en la frescura de la almohada. Sin embargo Don BernAsno no tuvo la más mínima clemencia, no se enterneció ni ablandó por esa expresiva súplica, y la penetración continuó, provocando en su muñeca esa extraña mezcla de dolor y placer que le arrancaba expresiones entrecortadas: “!Put… a madre!… ¡No Jodas Burr!… ¡Pero Que Ric!… ¡Ouug! No… ¡Plis Don Ber!… ¡Suave, con cuidado!… Oh… Dios… No… ¡!Ahuuuugg!”.

Y con esta última exclamación la muñeca sujetó la almohada con sus dientes, ahogando así los gritos del doloroso placer que acompañaban a cada impulso del asno, que inevitablemente ganaba terreno cada vez más y más.

Embestida tras embestida, el insistente asno por fin consiguió abrir la parte más interna, estrecha, y resistente del conducto, avanzando tan sólo unos cuantos centímetros más, y con un último golpe Don BernAsno quedó clavado hasta la raíz de su miembro, acción con la cual arrancó a su muñeca un desgarrador grito que parcialmente ahogó la almohada, anunciando con esto el completo triunfo de la bestia, que finalmente había doblegado la juvenil resistencia de esa virginal y tierna carne. La muñeca sentía que Don BernAsno se había alojado tan dentro de ella como le era posible, tal y como él acostumbraba hacerlo con su obediente muñequita de hule. Pero a pesar de ya haber entrado por completo en ese cuerpo, Don BernAsno continuaba con la frenética inercia de una feroz lucha por acomodarse y por adentrarse todavía un poco más. La muñeca apretaba con fuerza sus párpados y abrazaba la almohada, así expresando el dolor que le provocaba el enfurecido asno, que gruñendo con furia y con su severo rostro deformado y contraído por el esfuerzo, acometía una y otra vez, presionaba una y otra vez las redondeces posteriores del frágil cuerpo que tenía en su poder. Finalmente la acción se aquietó, convencido por fin el hombre que ya no podría ganar más espacio en ese cuerpo en el que estaba montado.

La muñeca había entregado su delicado, tierno, y virginal orificio, al sin duda vigoroso y dominante macho, que se lo había ganado como recompensa a una larga espera y a una inquebrantable voluntad de hierro, pues sin duda ese era un codiciado trofeo de caza que esa noche estaba siendo reclamado por un asno enardecido que había jurado una y mil veces obtenerlo. La persistente espera y la tenaz insistencia en la obtención de sus objetivos, por fin habían cobrado su cuota.

Tras la aparatosa y monumental cornada que le había aplicado Don BernAsno, se echó sobre ella haciendo contacto completo con el aplastante peso de su cuerpo, y a pesar de las obvias dificultades de esta irregular unión, su potente y tumefacto miembro de asno había quedado insertado en el interior de la muñeca en forma por demás extraordinaria. La muñeca sentía que el asno había quedado perfectamente montado sobre ella, con su nervuda y gruesa raíz de pelambre haciendo presión permanente contra su delicada y virginal entrada, para lo cual el asno se había ventajosamente ayudado con la abultada almohada, y de la cual ahora se ponía claramente de manifiesto de que no sólo servía para resaltar las formas de la compañera, sino también para proporcionarle al hombre una firme montura que asegurara en todo momento la penetración completa de su erecto miembro, mientras así descargaba su aplastante peso sobre el arco de la espalda de su compañera de placer.

La muñeca intuía que adentrarse por completo era una necesidad instintiva del macho, para así asegurar el máximo alcance de sus descargas y poder preñar con éxito a su hembra… como instintivos eran también los vigorosos movimientos de entrada y salida, los cuales se intuía iban a comenzar en cualquier momento, y que en el caso de nuestro buen BernAsno serían los de un asno encabronado, que sin duda no pararía hasta saciar sus bestiales ansias de descargar la lujuria contenida durante un mes de abstinencia. La muñeca había dejado de luchar, tenía miedo de lastimarse aún más si lo hacía, razón por la cual se mantenía ahora muy quieta y silenciosa, con sus piernas bien separadas, tratando así de acomodar a Don BernAsno de la mejor manera posible sobre su arqueada espalda, para que reposara sobre ella, y con la esperanza de retardar el mayor tiempo posible los furibundos movimientos que se insinuaban, que se intuían, que se esperaban. Todas las condiciones para la consumación de un exitoso apareamiento estaban dadas, y sin duda se cumpliría de acuerdo al bestial antojo y capricho de Don BernAsno.

Con los párpados apretados y respirando con dificultad, la muñeca no se atrevía a mover ni tan siquiera los dedos de los pies, pues la mas mínima contracción muscular de su cuerpo podría provocar que el nervudo y grueso tronco pulsara y se expandiera, provocando en el asno el reflejo instintivo por adentrarse todavía más de lo que ya estaba. Ahora, cornada por un asno en celo, la muñeca permanecía inmóvil y con una mueca de dolor en su cara, pues imaginaba todo lo que aún faltaba para que se completara esta acción que apenas acababa de empezar, y que no pararía hasta que el macho la diera por terminada. Querer pasarse de lista con un asno por cierto no era la empresa fácil que inicialmente imaginó, y ahora estaba pagando las consecuencias de su osadía.

Don BernAsno la tomó entonces con sus manos de gorila a la altura del cuello y la nuca, sujetándole la cabeza para acercarla hacia él, y así contemplar divertido cómo el hermoso rostro de su muñeca, con los ojos cerrados, se transformaba a cada movimiento, a cada acomodo, a cada ajuste. Si hasta los cambios de presión provocados con su miembro, si hasta los cambios de ritmo de su potente y agitada respiración de asno en celo, se reflejaban de una u otra forma en la cara de su compañera. Luego él dio a ella un largo y apasionado beso, y acercándose a la oreja de la hembra, le dijo.

“¿QUE LE PARECE EL TAMAÑO DE VERGA, GUERITA?… ADIVINE CUANTAS PULGADAS TIENE DE LARGO ESTA MORENA MEADORA, GANADORA DE VARIOS CONCURSOS CANTINEROS, Y FINALISTA DE UN TORNEO ESTATAL.-”

Sin poder hablar, pero temerosa de no responder, la muñeca elevó un poco sus temblorosas manos que estaban a la altura de su cabeza, extendiendo los cinco dedos de su mano izquierda y cuatro de su mano derecha. Pero Don BernAsno, con una amplia sonrisa, tomó su mano derecha y extendió su quinto dedo, indicándole así el número correcto, y haciendo que su muñeca cerrara con fuerza sus párpados y emitiera un ahogado suspiro, al enterarse de las extraordinarias medidas que ya estaban dentro de su cuerpo. Ya no cabía la menor duda. Las palabras escritas en el tatuaje realmente podían ser escritas a todo lo largo de ese inflamado y nervudo dardo de amor, que metafóricamente le tenía atravesado el corazón, y que muy pronto haría realidad la advertencia allí materializada.

Pero no todo era dolor para la nueva muñeca, pues la fémina ya estaba capacitada para gozar y no lo estaba pasando del todo mal. Después de todo eso era lo que ella había soñado, tener esa verga de asno tan adentro de ella como sólo la brutal fuerza de un hombre como Don BernAsno podía hacerlo, y así provocándole ese calambre de placer que ya había experimentado con el juguetito africano. Solamente que con Don BernAsno esa extraordinaria y placentera sensación sin duda sería al menos diez veces más intensa. Ya sentía esa electricidad, ese delicioso y preparatorio cosquilleo, recorriendo sus entrañas a todo lo largo de ese palpitante y bestial miembro de asno. La muñeca percibía que en ese momento los dos eran uno solo, y que sentían al unísono. La rudeza de los acomodos de Don BernAsno la hacían cerrar con fuerza los párpados y gemir de miedo, al presentir que se aproximaba el momento culminante en que darían inicio los movimientos cabrones del macho dominante. Lo soportaría todo con la frente clavada en la almohada, pues desde el principio sabía bien la forma en que su virginal orificio iba a ser tratado, y a pesar del brutal asalto que se anunciaba, ansiaba el momento de que esto ocurriera.

En cuanto Don BernAsno empezó a moverse, la muñeca no pudo evitar las repetidas y suplicantes exclamaciones de clemencia que hacían sonreír a Don BernAsno, quien enormemente divertido con los lloriqueos de su muñeca, la sujetaba con fuerza haciéndole sentir el férreo agarre de esas manos de gorila, que le arrancaban quejidos de todo tipo y color. Como frágil presa en las garras de un depredador, la muñeca sabía bien que Don BernAsno haría lo que sabía hacer, haría lo que todo macho sabe hacer, y sin duda alguna la brutal sentencia dictada en el tatuaje se cumpliría al pie de la letra. Don BernAsno por fin la tenía como siempre quiso tenerla. La altiva y orgullosa princesa rompecorazones ahora yacía en la cama, bocabajo, de piernas abiertas, y con el culo atravesado por una enorme porra, pidiendo clemencia a cada embestida, pidiendo más prudencia y suavidad a cada cornada.

“¡Auuch! … !Despacio Don Ber! … ¡Despacito Por Plis! … ¡Oh! ¡Oh! ¡Au! ¡Au!” Pero los femeninos escándalos que la muñeca hacía cada vez que el ansioso asno arremetía contra su cuerpo, no sólo eran de dolor sino también de placer, y por momentos el “calambre sagrado” arreciaba con los frenéticos movimientos del compañero, haciendo así disfrutar intensamente a la hembra, excitándole así todas esas recónditas y femeninas terminales nerviosas que se ramificaban al resto del medio cuerpo. Sin duda el macho era fuerte y dominante, y jugueteaba a su antojo con la jovencita como si realmente fuera un pelele o un monigote, como si realmente fuera un juguete de placer. El secreto e idílico sueño de ambos se estaba haciendo realidad, mientras la actuación del hombre arrancaba a la hembra todo un abecedario de dolientes y simuladas quejas. Don BernAsno cumplía a la perfección con la parte activa del acto, y por momentos dejaba pendientes los movimientos de apareamiento, para sin prisa explorar y disfrutar todos los encantos que podía ofrecerle su nuevo juguete, para sin pausa aplicar todo el arsenal de mañas y trucos que se pueden hacer con una mujer receptiva al placer. Luego de un entreacto sin duda reparador y refrescante para ambos, el hombre volvió a sujetar la cabeza de la fémina, y aproximándose a una de las orejas de su compañera, la atrapó con los dientes con cierta suavidad, para luego introducir en el oído la punta de su impúdica lengua de asno, aplicándole así una prolongada, sensual, y enloquecedora caricia contra la que no había defensa alguna. La muñeca sentía cómo esa lengua de asno parecía acariciar las propias entrañas del cerebro. Por cierto ambos estaban en el paraíso. Por cierto ambos estaban absortos, enfrascados, concentrados uno con el otro. Y mientras Don BernAsno le besaba y mordisqueaba las orejas, con voz grave y pausada, murmuró al oído.

“NO SABE GUERITA CUÁNTO ME GUSTA SU CULO, Y CUÁNTO HE ANHELADO COMUNICARLE EL FUEGO DEL DESEO QUE SIENTO POR USTED Y ACTO SEGUIDO HACERLA MÍA, PERO YO SOY POBRE, FEO, Y VIEJO, ADEMÁS PELÓN GORDO Y NEGRO, Y EN CAMBIO USTED ES JOVEN, MUY JOVEN, CON UNA CARA ANGELICAL, CON HERMOSOS OJOS VERDES, Y CON UN CABELLO QUE PARECE UNA CASCADA DE LUCES DE ORO.- USTED TIENE UN CUERPO FANTÁSTICO, Y SIN DUDA LO SABE MOVER COMO MODELO PROFESIONAL DE PASARELA.- USTED TAMBIÉN TIENE UNA MUY FEMENINA, FINA, Y BIEN TIMBRADA VOZ, SIN DUDA EDUCADA EN UNO DE LOS MEJORES COLEGIOS, Y CAPAZ DE CHAMULLAR EN VARIOS IDIOMAS.- Y PARA COLMO, Y PARA REMATAR LA COSA, SIN DUDA USTED TIENE CULO DE SEÑORITA Y YO PILINA DE BURRO.- PAREJA MUY DESPAREJA LA QUE AMBOS ESTAMOS HACIENDO.- AHORA SIENTO QUE HA VALIDO LA PENA VIVIR TANTO TIEMPO PARA AL FIN TENER LA DICHA DE EXPERIMENTAR ESTE MOMENTO.- Y SI ESTO FUERA TAN SÓLO UN SUEÑO, PREFIERO MORIR Y ETERNIZAR ESTE INSTANTE, ANTES QUE DESPERTAR A LA DURA REALIDAD QUE LUEGO DE ESTE ENCUENTRO NOS SEPARARÁ.-”

Mientras Don BernAsno le murmuraba estas palabras al oído a su muñeca, ella se mordía los labios con los ojos entrecerrados, sintiendo el increíble agasajo que le daban a sus excitados senos las ásperas y calientes manos de trabajo de ese hombre hecho a golpes. Y girando entonces la cabeza, la hembra ya fuera de sí, buscó la boca de quien había endulzado sus oídos con esos delicados halagos. Recompensa debía tener ese hombre, y se la prodigó con un prolongado y cálido beso, acariciando con su lengua los labios de Don BernAsno, quien luego de recibir lo suyo continuó diciéndole.

“ES USTED UNA CHIQUILLA MUY CALIENTE SEÑORITA, Y ESTANDO TAN HERMOSA Y BUENOTONA, NO DEBE ANDAR POR AHÍ SIN DUEÑO.- ESO ES PELIGROSO.- ESO ES MALO, EXTREMADAMENTE MALO PARA USTED.- RECUERDE SIEMPRE ESTE CONSEJO SEÑORITA.- EL HOMBRE SABE POR SABIO PERO MÁS SABE POR VIEJO.-”

Sin más trámite, Don BernAsno empezó a restregar la nervuda y gruesa raíz del tronco de su verga contra la lampiña y fina entrada de su muñeca, adentrándose y tallando con su peluda parte la cada vez más dilatada entrada de la muñeca, a la par que a viva voz decía.

“¿QUE LE PARECE ESTE MASAJE GUERITA? ¿VERDAD QUE CON ESTE TRATO SE SIENTE MUY HEMBRA?… PARA ESO SIRVE EL PELO DE LA VERGA, PARA DAR SUAVES CARICIAS, Y A ESTAS FRICCIONES YO LAS LLAMO ABRECULOS.-”

Obviamente, lo que en realidad buscaba el astuto asno con tanta insistencia, no sólo era darle ese excitante masaje a su juguete sexual, sino también montar en su nervudo y grueso tronco raíz los sensibles y virginales nervios de la entrada al orificio, que al expandirse unían y sumaban esa infame y desvirgante sensación, con el profundo y celestial calambre que se insinuaba, que iba y venía, y que tenía a la hembra como hipnotizada y casi paralizada. Y mientras Don BernAsno continuaba restregándose, su muñeca con la cara en la almohada, de improviso sujetó con fuerza las cobijas de la cama y empezó a encabritarse, hundiendo su vientre y arqueando su espalda, con la frente siempre clavada en el lecho. Los jadeos del hombre se unieron así a los gemidos y movimientos característicos de la hembra excitada, y sin duda esa era la señal que Don BernAsno con ansia estaba esperando. Los femeninos chillidos de placer de la muñeca eran música para esas orejas de asno, y aprovechando el espacio que su muñeca había liberado bajo su vientre, pasó por allí sus fuertes brazos para sujetarla, diciéndole entonces.

“PUEDO SENTIR CON CLARIDAD QUE TIENE MUY ADENTRO UN DIABLITO JUGUETÓN, QUE ES EL QUE AHORA PRODUCE ESE FUEGO QUE CIRCULA POR SUS VENAS GUERITA, PERO SEPA DE UNA VEZ MI REINA, QUE ESE DEMONIO AÚN ESTA ADORMILADO.- EN REALIDAD ES UN BEBÉ RECIÉN NACIDO, AL QUE ESTA MISMA NOCHE UN ASNO A SU SERVICIO TENDRÁ EL GUSTO DE DESPERTARLO Y DARLE EL BAUTIZO DE LEY.-”

Y mientras Don BernAsno continuaba acomodándose y apretando con mucha fuerza la delgada cintura de su excitada y jadeante muñeca, ésta un tanto avergonzada, trataba sin éxito de disfrazar sus gemidos de placer con quejas de protesta y de dolor. Y en cuanto el apretado abrazo se completó como cerrojo de acero, el hombre continuó diciendo.

“JODER, NO TIENE IDEA GUERITA DE CUANTAS PUÑETAS ME HICE VIÉNDOLA EN BIKINI, Y CUANTAS VECES QUISE APRETARLE ESTA CINTURITA Y HACERLE UN ABRECULOS.-”

“PERO USTED ERA LA PRINCESA INALCANZABLE DEL PALACIO, Y UNA CHIQUILLA PRESUMIDA, ALTIVA, Y ORGULLOSA, QUE JUGUETEABA CON LOS SENTIMIENTOS DE QUIENES LE VEÍAN, Y HASTA DE QUIENES LE SERVÍAMOS CON AHINCO A CAMBIO DE UNA BREVE Y DESPREOCUPADA SONRISA.- PERO LLEGÓ EL MOMENTO DE PASARLE FACTURA POR TODAS ESAS TRAVIESAS FECHORIAS, Y CUYOS COSTOS ADICIONALES INCLUYEN HABERSE LUCIDO COMO PAVO REAL EN EL ESTANQUE DEL JARDÍN, FRENTE DE UN POBRE ASNO QUE LA ADORA COMO REINA Y COMO DIOSA.- Y LA FACTURA CIERTAMENTE TAMBIÉN DEBE INCLUIR EL TONTO Y BURDO INTENTO DE ENGAÑO, EL TONTO Y BURDO INTENTO DE HACERSE PASAR POR MI PERSONAL MUÑECA DE HULE.- EN PRENDA, COMO CASTIGO, DEBERÁ SER MI REINA POR TODA UNA NOCHE, Y ESE AGUJERITO SUYO QUE AHORA COMIENZA A EXPERIMENTAR LO QUE ES UNA PILINA BIEN PARADA, DEBERÁ AMAR Y SENTIR COMO CUANDO LOS ASNOS SON ATRAÍDOS POR LA YEGUA MÁS BONITA Y MÁS DISTINGUIDA DEL CORRAL.­”

La muñeca experimentaba la delicia de ese abrazo, mientras el orificio que Don BernAsno tenía en su poder, ahora bárbaramente dilatado por el prolongado masaje, había adquirido una sensibilidad extrema que captaba cada movimiento, cada acomodo, cada vibración, incluidos los tremendos latidos de ese corazón que la deseaba con la fuerza de una bestia en celo. El macizo, apretado, y virginal conducto de la muñeca, ahora era capaz de sentir en toda su extensión, lo mismo que sentía esa pulsante y endurecida pilina desde la raíz hasta la henchida punta. El libidinoso proceder de Don BernAsno y su hábil y florida verborrea, habían dado sin duda en el blanco, derrumbando hasta el último vestigio de resistencia y de vergüenza que le quedaba a la hembra. Entonces el hombre la abrazó con más fuerza, haciéndole sentir las imitaciones de púas de aquellos brazaletes de cuero que traía en sus antebrazos, y que se clavaban bajo las costillas de la hembra. A la vez, simulaba morder el cuello y la nuca de la fémina, gruñendo y resoplando como enfurecido perro de caza. El canino proceder de Don BernAsno le provocó a la muñeca un verdadero y primitivo diluvio de goces, al sentir las docenas de besos y cariños que caían sobre la nuca y sobre la espalda. La hembra sentía y gozaba como nunca imaginó que podría hacerlo. Cada movimiento, cada acomodo, cada sorpresivo proceder del hombre, provocaban en su compañera ese glorioso calambre que iba y venía y que la espoleaba hasta la locura. Luego el asno la apretó con furia mientras gruñía rechinando sus dientes como para controlarse, como para prolongar ese instante de placer, y tal y como la chiquilla le había visto hacerlo con la otra, con la muñeca de hule.

Finalmente el hombre se dio un inesperado respiro. Lentamente levantó la vista, y recitó la oración que tenía en la cabecera de la cama. Este imprevisto cambio de actitud impactó en la jovencita que con rapidez se transformaba en mujer. Cada una de esas palabras por cierto quedó grabada a fuego en la memoria de la curiosa e inexperimentada fémina. La dominante y grave voz de Don BernAsno parecía transmitirse como vibración a todo lo largo de su erecta y vigorosa verga, excitando aún más a su pícara y a la vez reticente compañera, cuyo orificio tenía ahora la misma sensibilidad de una herida abierta. Al concluir la oración, Don BernAsno aprovechó la ventajosa y dominante posición en la que tenía a su muñeca, y retiró un poco de su largo mástil, para luego volver a clavarlo con fuerza, de un solo golpe y hasta la raíz, tal y como lo hizo cuando dificultosamente la penetró por completo por vez primera.

A consecuencia de la violenta acción, la muñeca aflojó por completo todo su hermoso y suave cuerpo, quedando inmóvil, con la frente clavada en el lecho y los párpados apretados, mientras la respiración retenida en sus pulmones escapaba trabajosamente en forma de agudos y apagados gemidos, a la par que con fuerza mordía los labios para ahogar en su garganta los aullidos de placer y de dolor que incontroladamente emergían, debido al terrible y súbito estado de excitación que le había provocado el repentino y bestial ensarte del macho dominante. Obviamente la estocada le había hecho sentirse mujer, y también por completo le había atravesado el alma, dejándola sumisa, rendida, exhausta, sin voluntad, y experimentando una profunda lujuria que superaba ampliamente a las sensaciones dolorosas. La posesiva y dominante brutalidad de un asno disponiendo al antojo de su hembra, eso era lo que más le impresionaba. La muñequita jamás creyó que su cuerpo pudiera experimentar tal nivel de excitación, y sin embargo esa magistral cornada de profundidad que había recibido, era tan solo el primer relámpago de la tormenta que se avecinaba, que se insinuaba, que se asomaba. Haciendo caso de este anuncio, la muñeca se preparó. Atrapó con sus dientes la almohada que tenía a su alcance, y mansamente esperó, y sumisamente esperó. Sin más preámbulos y sabedor de que su muñeca se encontraba en óptimas condiciones para resistir y para gozar, Don BernAsno accionó con muy vigorosos movimientos de entrada y salida, que se transmitían a la cama así amenazando con desarmarla. Y a medida que pasaba el tiempo, los movimientos se hacían más y más bruscos, más y más violentos.

Con los brazos y las piernas extendidas, la indefensa muñeca era sacudida de pies a cabeza con cada uno de los impactos de entrada de una serie de enérgicas y vigorosas estocadas, y con las que parecía estar crujiendo todo el mobiliario del cuartucho. Mientras gemía al mismo ritmo con el que se movía Don BernAsno, la muñeca veía pasar por su mente los hechos más importantes de su vida, pareciendo que cada recuerdo era su último momento, pues la hembra sospechaba que no resistiría ese trato y que de un momento a otro iba a desfallecer. La suerte de su delicado y tierno orificio había quedado en poder de un asno salvaje, que cobraría muy caro los coqueteos con los que lo había provocado.

Por su parte Don BernAsno, enloquecido de placer, continuaba imparable hasta que de pronto se detuvo, proyectándose hacia adentro, esforzándose cuanto podía por adentrarse todavía un poco más, e impulsándose con los dedos de los pies apoyados contra la cabecera de la cama. La muñeca, en ánimo de colaborar con esta acción, estiró sus separadas piernas para recibir cuanto podía del vigoroso y seductor asno, que seguía aferrado a la delgada cintura de la hembra, y que ahora estaba rígido y estirado. Y mientras Don BernAsno continuaba apretándola con fuerza, su muñeca se retorció lanzando un femenino pero fuerte grito de placer, y exhalando completamente el aire de sus pulmones, como si liberara una tensión largamente contenida. Una tremenda oleada de calor surgió en la parte interna de su anatomía, replicándose con furiosas oleadas, siguiendo el ritmo acompasado con el que pulsaban explosivamente las venas de la enorme verga que tenía clavada hasta la raíz. Al tiempo Don BernAsno lanzaba fuertes gruñidos, que semejaban los mugidos de un asno en celo, mientras saciaba su bestial lujuria, y mientras trataba de disfrutar con esa sensación el mayor tiempo posible. El accionar del hombre arrancaba a la muñeca atormentados gritos de placer y frases incoherentes y sin sentido, que en un pueril arranque de moderación y vergüenza, la fémina intentaba ahogar en la almohada, la que fuertemente sujetaba con los dientes mientras sentía correr en lo más profundo de sus entrañas, el calor de los potentes, furiosos, e interminables chorros de semen de Don BernAsno. El mes de abstinencia del hombre ahora se desencadenaba en lluvia. Ahora la muñeca experimentaba esa increíble e inefable sensación de fuego que le estaba comunicado Don BernAsno. Y el hombre por su parte, disfrutaba del momento cuanto podía, y se regocijaba pensando en el ir y venir de la jovencita, con esas cortas faldas escolares que le quedaban tan bien, o con esos provocativos bikinis preparándose para tomar el sol en la alberca.

Al terminar el asno el brutal acto, ambos respiraron ruidosamente oxigenando así con urgencia sus excitados cuerpos, él con rebuznos de macho satisfecho, y ella con sollozantes gemidos de hembra agradecida y dominada. Los compulsivos movimientos terminaron, pero el asno aún tenía clavado su cosa en las entrañas de la hembra, y continuaba eyaculando el tibio y bronco contenido lácteo, proveniente de sus peludas y colgantes gónadas de semental. Ella gozaba aún un poco más sintiendo cómo se escurría ese abundante líquido, abriéndose paso intestinos arriba, como pretendiendo alcanzar hasta el último rincón de su interior.

Al concretarse la bestial y abundante eyaculación, la muñeca sintió que había quedado completamente espermatorreada, bestialmente inseminada por las reiteradas descargas del vigoroso y dominante macho, que así había saciado en ella toda la ansiedad y la lujuria que pacientemente había acumulado día tras día, admirándola en silencio, y esperándola pacientemente durante meses, hasta que por fin la paloma había caído en su trampa. La sensación de explosivo placer sin embargo, no parecía tener fin ni para ella ni para él. La muñeca experimentaba esa extraña condición que sólo las mujeres son capaces de alcanzar, y en la que prolongan el estallido de la excitación final por espacio de varios minutos, aunque por cierto en escalonamiento suavemente descendente. Y mientras tanto, ese calvo, obeso, prieto, y mal rasurado hombre, de fiera y dominante mirada, dibujaba en su rostro una muy amplia sonrisa, pues había dado a la chiquilla el mismo trato que a su muñeca de hule, inundando sus entrañas con la gloria del paraíso. Cierto, la brutal descarga no había ocurrido en el conducto reproductor, pero igual la fémina había chillado y gozado bajo el pesado asno, con el mismo escandaloso alboroto de una virgen recién desflorada.

Al finalizar el terrible y prolongado asalto, y al aquietarse un tanto las emociones, la muñeca pudo hacer un recuento de la desastrosa situación en la que se encontraba. Sentía que en su interior había esperma de asno para inseminar a toda una manada, y ahora por cierto ya estaba muy segura de que la cosilla del asno había logrado penetrar completamente dentro de ella. Y ahora también empezaba a comprender las palabras anteriores de BernAsno. Por fin había despertado el diablito del que le había hablado aquel hombre tosco y rudo. En su fértil y juguetona imaginación, visualizaba ese escurridizo demonio como un hombrecillo fuertemente abrazado a la raíz del endurecido y firme tronco del hombre. Desde luego que esa criaturita tenía nombre conocido: “Orgasmo”, y era el responsable de haber encendido el fuego que ardía en las entrañas de la chiquilla ahora transformada en mujer, y que la había obligado a entregarse por completo a un asno brutal y violento.

Y acto seguido, con los párpados cerrados y refregando suavemente su frente en la cama, la inocente y vergonzosa muñeca experimentaba el mismo nivel de satisfacción y complacencia de una hembra en celo, que ha sido preñada con éxito por su entusiasta y emprendedora contraparte. La muñeca sentía en ella todo un volcán de emociones inducidas por el vigoroso y resistente asno, emociones que probablemente eran de similar intensidad a las experimentadas por el compañero. El feroz tratamiento que el bárbaro y astuto asno le había aplicado a la hembra, había activado en ella la función neural del orgasmo. Tal fue el bautismo de ley antes mencionado por Don BernAsno, ahora consumado. El otrora inocente y virginal orificio de la hembra había quedado habilitado, había quedado activo y funcional, y al servicio de los machos que quisieran servirla. Y la muñeca aún se mordía los labios por la tremenda satisfacción que sentía tras haber recibido la descarga completa de un macho en celo.

Agitado y exhausto por el esfuerzo y la emoción, Don BernAsno cargó todo el aplastante peso de su cuerpo en la espalda de su muñeca, y mientras se echaba a descansar sobre ella sin perder por el momento su tremenda erección, la excitada muñeca dio media vuelta de cabeza y empezó a acariciar con su lengua el sudoroso y negro rostro de Don BernAsno, tal y como lo hubiera hecho una mascota con su amo. Sentir en su lengua el cepillado de esa dura y mal rasurada barba, le provocaba a ella las más placenteras y primitivas emociones. La naturaleza femenina se había desatado completamente en aquel cuerpo, por iniciativa de ese hombre al que con esas caricias la hembra rendía un agradecimiento casi animal. Con sus ojos entrecerrados y una expresión facial que delataba el placer que le provocaba el pesado asno descansando en su espalda, la muñeca continuó relamiendo el curtido y severo rostro de Don BernAsno, aún sensible con el placer y la satisfacción antes experimentados. La muñeca sentía que había sido domada por el culo, y lejos de sentirse incómoda, parecía ebria de placer, y con la imperiosa necesidad de rendir abundantes y cariñosas muestras de tributo y servicio a su domador. Finalmente y recapacitando, se sintió un tanto avergonzada, e inmediatamente cesó con esas muestras de agradecimiento, escondiendo la cara en la almohada en señal de sumisión y resignación. La educación recibida en el sentido que la hembra siempre debía ser sumisa y pasiva, se había impuesto a sus más primitivos instintos.

El acto venéreo había sido consumado por completo, y sin embargo la muñeca sabía bien que esto de ninguna manera era el final. Su delicado, tierno, sensible, y recién desflorado orificio, sin duda tendría que continuar al servicio de Don BernAsno, que pronto le daría por lo menos otro par de embestidas brutales, pues como ya lo había comprobado ella misma mientras lo espiaba noches atrás, Don BernAsno era capaz de repetir la acción en más de una ocasión. Así que esperó, mientras anticipadamente disfrutaba con la imaginación, acompañada por el resoplar de las anchas narices del asno dominante. El agitado y caliente aire de la respiración de su compañero, le refrescaban un lado de su cara, y su regular apaciguamiento anunciaban que pronto empezaría otra salvaje embestida.

En ese momento la muñeca estaba doblemente atrapada, pues a la indudable desventaja física se sumaba el terrible estado de excitación que le había provocado la suma de todas las mañosas acciones de ese marrullero asno. Las acciones del macho le habían hecho sentir una lujuria brutal, un deseo inmenso, obligándola a repasar y disfrutar de cada detalle de la situación en la que se encontraba: Su macizo, apretado, y virginal conducto, alojaba un enorme piringundín que apenas si se había ablandado, que apenas si se había achicado. La acción preñadora del macho, la caliente y bestial descarga de semen con la que había sido orgasmada, se reflejaban en su mente una y otra vez, y las cosquillas aún bullían en su interior como rebrotes. Con sus cuatro extremidades extendidas e inmóviles, la muñeca tenía la sensación permanente de haber sido lechada por un asno en celo, que la había dominado por completo en desigual lucha, y que la mantenía atrapada por su tremendo peso y por un fuerte abrazo a su cintura, haciéndola experimentar la inigualable y placentera sensación de tener montado sobre ella al macho proveedor de tales emociones, mientras éste recuperaba el aliento sin que se perdiera casi nada del brutal estado de erección de las diez pulgadas de asno que tenía clavadas hasta la raíz. Por un momento y ante tan abrumadora recompensa, la muñeca se había olvidado del dolor que le había provocado el asno. Sin embargo poco a poco empezaba a comprender que ese clavo de tormento que tenía en el culo, uniéndola al asno ganador, era la medicina exacta que su orgullo de reina necesitaba para sentir respeto por el deseo con el que era venerada por sus admiradores. Ahora comprendía a cabalidad, que la penitencia que el cielo le había enviado, era poner todo encanto femenino del que dispusiera al servicio de Don BernAsno, para cumplir hasta el menor de sus antojos. Y tal como ella ya lo había sospechado, en breves minutos Don BernAsno volvió a la carga.

Gimiendo con fuerza y restregando su rostro contra la cama, la muñeca sentía como el abusivo asno se regodeaba con sus encantos, clavándose fuertemente con cada impulso de entrada, chaqueteando con ansias el apretado y firme anillado de su garrote, atacando ese macizo ajustado y virginal orificio al que daba tremendas jaladotas sin la menor consideración, cuidado, o delicadeza, regocijándose por el hecho de que ese conducto no había sido usado por macho alguno. Por cierto, la necesidad de su muñeca tenía que ser cumplida de forma tal que disfrutara hasta lo indecible, mientras sentía los rudos y salvajes movimientos de ese asno sin riendas, que no entendía de moderación, y cuya única función era gozar y gozar y después de eso otra vez más volver a gozar. Completamente inmovilizada por su atacante y quejándose con cada movimiento, la indefensa muñeca esperaba sentir en cualquier momento la puñalada de semen que entraría violentamente en su interior, y que segundo más segundo menos, iría casi seguramente acompañada por un nuevo despertar de ese diablillo llamado orgasmo.

Al terminar el hombre la faena, la muñeca bramaba de lujuria tras la vigorosa eyaculación, que de nuevo el laborioso asno había alcanzado con los mismos efectos devastadores en la muñeca, que de cara en la almohada lloraba de felicidad, cual Magdalena arrepentida tras haber sido inseminada de nuevo por el vigoroso semental. El hombre no paraba de rugir como bestia en celo, y la muñeca nuevamente había caído en un orgasmo casi continuo, y gozaba con tanta intensidad que no podía contener el atormentado llanto de placer, que delataba la satisfacción extrema de la hembra humana.

Luego de otra pausa Don BernAsno tomó a su muñeca por la cintura para elevarla, hasta conseguir así dejarla apoyada en sus separadas rodillas, pero con la cabeza aún en la cama, quedando por tanto ambos de rodillas. Luego la tomó por los antebrazos estirándola hacia arriba a la posición de “Yegua con Riendas”, y en esa erótica posición y con el zizi aún clavado hasta la raíz, la muñeca colgaba hacia adelante su inerte cuerpo, sintiendo el delicioso estirón que le daba Don BernAsno a sus brazos, para así presionar su femenino y lampiño trasero contra su oscuro y velludo cuerpo. Con un control absoluto de la “rienda” y haciéndola elevar o descender a su antojo, Don BernAsno presionó la cabeza de la fémina contra la cama, imponiendo vigorosos movimientos de entrada y salida, y por un instante la muñeca recordó que la posición y movimientos que Don BernAsno hacía con ella, era la mímica que en algunas ocasiones veía hacer a los barbajanes que trabajaban en las construcciones cercanas. Ella imaginaba lo que ese movimiento significaba, pero ahora lo estaba sintiendo y experimentando en su propio cuerpo. Un tanto atormentada y molesta por esos pensamientos, la muñeca sacudió su cabeza y tironeó sus brazos, gimiendo como protesta y también por la excitación. La inexperta muñeca estaba ansiosa por nuevamente sentir los movimientos del macho enardecido, desesperado por descargar su semen a toda prisa, pero Don BernAsno con su dominante y grave voz de mando le dijo.

“NO SE MUEVA PRECIOSA, Y TAMPOCO FORCEJEE.- LA REINA NO DEBE HACER UN SOLO MOVIMIENTO O TERMINARÁ VINIÉNDOSE SOLA.- SERÁ SU VIEJO ASNO QUIEN SE ENCARGUE DE TODO EL TRABAJO Y QUIEN LE MARQUE LOS TIEMPOS, PARA ASÍ PODER ENTRAR AL PARAÍSO MONTADO EN LA YEGUA MÁS HERMOSA QUE JINETE ALGUNO HAYA CABALGADO.-”

“AHORA GUERITA, AFLOJE POR COMPLETO TODO SU HERMOSO CUERPO Y LIBÉRELO DE TENSIONES, O DE LO CONTRARIO SERÁ MORDIDA POR UN ASNO RABIOSO QUE LE TRAE GANAS.- MANTÉNGASE MUY QUIETA Y RELAJADA, MIENTRAS LE DOY A PROBAR ESTE PALITO.-”

“¿PERO HASTA CUÁNDO VAN A ENTENDER USTEDES LAS REINAS CHIQUILLAS, QUE PARA GOZAR DE VERDAD NECESITAN UN ASNO VIEJO Y ASOLEADO, CON EXPERIENCIA Y RESISTENCIA, Y NO UN JOVENCITO INEXPEDIENTE QUE ACABA EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS?-”

Obedeciendo a estas disposiciones, la muñeca aflojó todo su cuerpo y se mantuvo con la cabeza clavada en la cama, sin atreverse a interferir en las decididas acciones de Don BernAsno, mientras sentía como sin ninguna prisa éste jugueteaba con su cuerpo, acariciando todo lo que sus enormes manos de gorila podían alcanzar; por cierto no faltó un buen agarrón de clítoris, que por lo inesperado la hizo arañar la pared cercana en ánimo de no cambiar mucho su posición. Luego Don BernAsno la volvió a agarrar de las “riendas”, para aplicarle entonces en forma controlada y por pausas, esos vigorosos movimientos de entrada y salida con los que continuaba dando a la hembra eso que los hombres llamaban palos.

Con la “rienda” bien tirante y con esa actuación, la chiquilla enloquecía de placer, mientras obediente se mantenía quieta y con la cabeza colgando, derramando lágrimas de felicidad que caían sobre la cama. Luego, con un seco estirón y apoyada en sus separadas rodillas, el hombre la levantó hasta casi colocarla sobre él, con la espalda arqueada y su cabeza ahora colgando hacia atrás, de cara al cielo. El fiero asno la estiraba a placer, haciéndola permanecer en esa complicada posición cuanto le permitía el equilibrio, y sin que la muñeca ofreciera la más mínima resistencia. Durante esos procedimientos, ella se mantuvo con los ojos cerrados, y con una doliente mueca de placer reflejada en el rostro. A cada acción del asno tras ella, la fémina parecía estar dando gracias al cielo, por poder experimentar ese hechizo de amor que le inducía el compañero. Don BernAsno había conseguido llevarla a la situación en la que se encontraba: Atrapada e inmovilizada, experimentando en su cuerpito los brutales desahogos del poderoso deseo que ese asno sentía por ella, y llegando ella misma al éxtasis.

Luego de un rato de estarla mostrando al cielo como trofeo de caza, el hombre la volvió a bajar para seguir jugueteando con ella, unas veces con la cabeza clavada en la cama, otras con la cabeza en el aire, hasta que finalmente la muñeca sintió cómo se aceleraba la vigorosa cabalgata del asno, y que la conducía a todo galope hacia el destino prometido. Con una última embestida del hombre pudo sentir cómo las tibias y bestiales descargas de semen se le inyectaban en su interior. Una vez más la muñeca pudo comprobar cuánta razón tenía Don BernAsno; se sentía transportada al paraíso montada por un asno en llamas, que hábilmente controlaba con las riendas a la fogosa yegua, para así poder llegar juntos al ansiado clímax del orgasmo.

Con cada llegada del asno, la muñeca sentía como si de nuevo perdiera la virginidad de ese orificio, amén de que con cada embestida, sus excitadas y sensibles entrañas sentían el mismo desahogo del largo y anchuroso miembro que las eyaculaba. Ahora parecía que Don BernAsno disfrutaba con el espectáculo que le ofrecía su muñeca, chillando de placer y restregando furiosamente su rostro contra la cama, mientras el hombre continuaba aplicándole a su antojo ese férreo control a las riendas con el que seguía haciéndola gozar. El lujurioso asno la había arrastrado una vez más por el pantano del placer, y la había hecho sentir y gozar con extrema intensidad. El cuerpo de la fémina respondía ya como si tuviera una larga experiencia, lo que la hacía disfrutar cada vez con más fuerza y por más tiempo. Los brutales orgasmos que ese asno le provocaba con su enorme verga, mostraban a la hasta ahora inocente muñeca lo que significaba ser tomada por el culo. Por cierto era mucho más de lo que ella había imaginado o soñado. Tras esta última embestida, Don BernAsno la empujó para que cayera de nuevo en la cama, echándose de inmediato sobre ella, ganchada aún por la enorme verga. El hombre entonces buscó con su boca la parte más carnosa de la blanca espalda, y de inmediato la muñeca abrió cuanto pudo sus ojos que parecían luceros, mientras sentía cómo con rebuznantes gruñidos y sin clemencia alguna, Don BernAsno le aplicaba una prolongada y fuerte mordida en la espalda. Por cierto ni las súplicas ni las aullantes y repetidas peticiones de clemencia, lograron impedir que Don BernAsno continuara con esa acción, gruñendo como fiera, y con sus ojos brillando de placer. La mordida finalmente adquirió la fuerza suficiente para grabar la espalda, como si así quisiera marcarla como ganado en señal de propiedad. Al terminar el castigo la muñeca quedó inmóvil, sintiendo hervir su sangre por la excitación, como si la hubiera mordido la serpiente del amor.

Tras completar la salvaje y bestial práctica ganadera, Don BernAsno se acostó sobre ella y decidió entrar en un reposo ahora más prolongado, acomodándose con comodidad sobre su nueva conquista, que ahora domada y marcada, era usada como firme soporte para el descanso. Así, Don BernAsno se proponía descansar totalmente relajado y sin ninguna preocupación, como todo un asno monarca tras haber cumplido con su importante e instintiva función reproductiva. Pronto el macho quedó completamente adormecido por el aroma de la bella flor con la que tantas noches había soñado. E iniciando el sueño, imaginó que a esa flor estaba prodigándole todo tipo de cuidados, acariciando sus bordes, recortando sus espinas, regándola, y dirigiéndole palabras bonitas.

Don BernAsno cayó así en un profundo éxtasis de adoración, en el que imaginaba todo tipo de fantasías. Por momentos veía el femenino y frágil cuerpo de la muñeca vestida con diminutas y provocativas prendas, y haciendo esos femeninos y delicados movimientos que tanto admiraba. Por momentos la veía completamente desnuda y dándole cornadas en el conducto reproductor. Y mientras el asno dormitaba tomando así un necesario descanso, la muñeca continuaba disfrutando al frotar suavemente su cara contra el mal afeitado rostro de Don BernAsno, y al pellizcar con sus labios ese severo y masculino rostro. Luego de un rato de estar haciendo esas amorosas caricias, la muñeca se sorprendió gratamente al percibir que aún dormido y en éxtasis, el asno hacía muy suaves movimientos de apareamiento con ella. Y por el modo de gruñir así como por el torpe y suave modo de moverse, la chiquilla imaginó que ello se debía a los enfermizos sueños de lujuria que seguramente padecía el pobre bruto en ese momento. Pero se abstuvo de criticar al hombre, pues después de todo tan solo era un macho cumpliendo instintivamente con sus funciones reproductivas. Además, esos movimientos y ese proceder, íntimamente le provocaban un terrible nivel de placer y satisfacción, pues seguramente ellos tenían como imaginario destino su propio conducto reproductor, y eso la hacía sentirse muy complacida y halagada.

El dolor que le llegó a propinar el asno y al que tanto terror le había tenido, lejos de ser la factura que cobrara esos increíbles errores de la chiquilla, resultaba en sí mismo ser la parte más importante de todo el acto, y sin lo cual no sería posible la brutal complacencia que experimentaba la hembra al ser usada por el asno. Y luego de un rato de juguetear con estos pensamientos, la muñeca finalmente exhaló su retenida respiración, cuando el asno inesperadamente dejó de moverse rítmicamente y se aflojó. Ella en esa situación no tenía más acomodo que dejar expuesta su soberbia montura, para que el asno alojara allí su nervudo dardo descalibrado ahora por el relax del sueño. La muñeca sabía que esto significaba un entreacto, así que ella también se aflojó y cerró los ojos para descansar.

Tal vez casi enseguida, tal vez después de unos cuantos minutos, la muñeca se despertó al sentir en su interior otro chorro de semen tibio, eyectado ahora por su compañero a través de un sueño húmedo. Esta emisión involuntaria proveniente del almacén del asno, que aún durmiendo deseaba intensamente a su diosa y soñaba con ella, por cierto asombró a la chiquilla. ¡Dios mío, qué enorme cantidad de semen podría tener aún el asno en su interior! ¡Qué facilidad del hombre para lograr una masturbación mental en sueños, luego de haber cumplido en buena forma con un acto físico!

Después de eso Don BernAsno volvió a entrar en reposo, descansando sobre su muñeca y aún aferrado e incrustado profundamente en su interior como si fuera parte de ella, y por cierto conservando parte de su hinchazón glandular.

Por su parte la muñeca, con sus párpados cerrados, continuó mordiendo con fuerza la almohada, ahogando en ella los gemidos provocados por réplicas atenuadas de placer provocadas por esta nueva situación, para así evitar molestar el reparador descanso del hombre que ya comenzaba a considerar sagrado. Los espasmos involuntarios surgían en la hembra por todo su cuerpo, como si ella estuviera siendo sometida a pequeñas descargas eléctricas. La nueva e involuntaria eyaculación del asno había recorrido la red nerviosa del cuerpo femenino. Pero luego de un rato poco a poco la fémina volvió a la calma y al reparador sueño.

Así permanecieron los dos sin perder sus posiciones durante algo más de media hora, con sus cuerpos inmóviles y en reposo, Don BernAsno durmiendo profundamente, pero la muñeca apenas dormitando, y alternando así sueño liviano y vigilia. Ciertamente no era nada fácil conciliar el sueño con un asno clavado hasta la raíz. Además para la hembra era su primera vez, y ello le provocaba por cierto una excitación adicional, a la par que también sentía curiosidad por saber lo que hacía o lo que soñaba su lujurioso acompañante, que obviamente de vez en cuando cambiaba ligeramente de posición, y/o emitía algún ruido gutural o ronquido. La muñeca sentía bien la sensación de estar en una cárcel de amor, de la que era imposible escapar, y en la que era imposible negar lo que se pidiera.

Con la excitación por momentos recorriendo las terminaciones nerviosas de su cuerpo, la muñeca no tenía otra que seguir con ese lujurioso juego en el que la tenía atrapada el asno. A pesar de todo y luego mil esfuerzos, la fémina logró hacer a un lado al adormilado asno, para acto seguido extraer con sumo cuidado esa tremenda verga que ya no aguantaba en su interior. Cuando por fin se libró de semejante apéndice de asno, corrió con suma urgencia al baño, mientras sentía con claridad la expulsión de las abundantes muestras de amor y embriaguez que el abusivo asno le había inyectado en su conducto.

En cuanto la muñeca se deshizo de todo residuo del grosero asno, se aseó y se lavó con abundante agua y jabón, revisó su cuerpo por entero, y se sonrojó sorprendida al darse cuenta de que ahora ella tenía condiciones muy similares a las de la muñeca de hule cuando la revisó por primera vez, ambas eran vírgenes con total evidencia, pero con el ano exageradamente dilatado. Ignoraba si con el tiempo ese “recuerdito” que había dejado a ella Don BernAsno cerraría y sanaría por completo, o por el contrario si permanecería para siempre, como testimonio innegable del salvaje enculamiento que le habían propinado.

Y entonces algunos desordenados pensamientos vinieron a la conciencia de la fémina. ¿Esa marca de la falta femenina que no dejaba duda de su debilidad para resistir el fuego del deseo, tal vez la delataría en la noche de bodas? Ciertamente le preocupaba enfrentarse a esa hipotética situación. ¡Que mentira podría decir entonces a su esposo, para justificar algo cuya única explicación era la entrada de un pene de burro hasta la raíz! Obviamente no podía admitir haberse revolcado con alguien hasta quedar satisfecha, y menos con ese tosco campesino ya entrado en años. Pero bueno, algún costo debía tener esa experiencia que acababa de padecer… y de en extremo disfrutar…

Acto seguido examinó más detenidamente su delicada y virginal vulva, a la que encontró enrojecida y algo dilatada por la experiencia vivida. Se notó húmeda y molesta. Se notó extraña. Sin duda ya empezaba a destilar la inconfundible humedad, que a todas luces indicaba que su cuerpo estaba entrando en periodo de ovulación. Con toda evidencia, la experiencia de haber sido multi-inseminada por tan vigoroso ejemplar, también estaba cobrando su cuota en cuanto a transformación del cuerpo femenino se refiere.

Luego y utilizando un pequeño espejo que había en la pared, puso un poco de orden en su cabellera, y acto seguido y con el paso firme de reina que la caracterizaba, salió del baño con la intensión de vestirse e irse de inmediato. Obviamente esperaba que Don BernAsno siguiera durmiendo, pero al salir se detuvo en seco, al encontrar al hombre obstruyendo la salida del estrecho corredor que comunicaba el baño con el improvisado dormitorio.

El calvo y regordete macho estaba esperándola, para así cerrarle el posible escape. Don BernAsno encaminó sus pasos hacia ella, mirándola fijamente a los ojos con esa fiera mirada que la hacía sentir que ya no era dueña de sí misma. Ese robusto mancebo ataviado con su imponente atuendo de cuero, lucía como los fieros y despiadados verdugos medievales cuando elegían una victima para ensañarse con ella. Sin saber qué decir o hacer, la muñeca bajó la vista y se cubrió con cierto pudor, usando como pudo la falda roja que llevaba en sus manos. Simultáneamente Don BernAsno se acercaba lenta y sigilosamente hacia ella, como fiera salvaje al acecho y pronta para caer sobre su indefensa víctima.

El macho dominaba con la mirada a la hembra, provocándole por su simple proximidad insinuaciones de cosquillas y calambres en lo más recóndito de sus recién usadas entrañas. Sin poder sostener esa lujuriosa y lacerante mirada que le transmitía directamente a su interior el rabioso deseo que Don BernAsno sentía por ella, la muñeca terminó por ceder sumisamente, dejándose caer en los brazos del hombre, y simultáneamente soltando la falda símbolo de su débil resistencia, para así dejar completamente expuesta la desnudez de su frágil y femenina figura. La hembra quedó inmóvil y rendida, y dispuesta a que sucediera lo que tuviera que suceder.

Don BernAsno no esperó ninguna otra reacción, y enseguida cargó a la chiquilla cual si fuera un juguete, lo que provocó que en ella se encendiera de nuevo toda esa compleja gama de sensaciones que la hacían perder el escaso control que aún le quedaba.

Esta vez, en lugar de llevar a la muñequita al lecho de placeres donde ella había conocido el paraíso, Don BernAsno la llevó de nuevo al baño, para allí meterla a la regadera. En cuanto sintió el agua helada sobre su cuerpo, la chiquilla intento prestamente salirse de esa situación, pero Don BernAsno la controló, sujetándola de los brazos y aún de los cabellos, para regresarla en más de una ocasión bajo la fría ducha. La muñeca estaba aprendiendo ahora cómo se bañan los pobres que siempre le han servido. El tratamiento sin duda era duro, pero Don BernAsno sabía que si quería hacerla enteramente suya, tendría que terminar de domar a esa chiquilla rebelde acostumbrada a siempre salirse con la suya, por encima del sentido común, por encima de la disciplina, demostrándole además que él no era otro de sus juguetes al que podía usar y luego dejar tirado en cualquier parte.

Luego de un rato Don BernAsno también entró a la regadera donde se bañó junto con ella, enjabonándola y dándole un agasajo bañista en todo su bello y delgado cuerpo. Los lujuriosos besos que Don BernAsno le daba en su boca, cuello, y orejas, poco a poco le proporcionaron el calor necesario para dejar de sentir tanto frió, y una vez ambos limpios y frescos, sin soltarla de los cabellos la estiró haciéndola caminar con los zapatos de tacón alto de su muñeca que aún tenía puestos, hasta una de las paredes donde descolgó un grueso cinto de cuero que colgaba de una de las perchas, y blandiéndolo a modo de látigo mientras la mantenía sujeta de los cabellos golpeó con fuerza la pared. De inmediato la muñeca dejó de forcejear, dejando caer sus brazos para quedar en completa actitud de docilidad. Después de los varios equívocos de la pobre muñeca esa noche, debía expiar las culpas. Tal vez unos cuantos azotes no excesivamente fuertes era el mínimo castigo que se merecía, por haber gozado como niña mala en la cama de un hombre que no era su esposo.

Por su parte Don BernAsno sabía bien que tenía en su poder a una adolescente capturada en falta, y que bien necesitaba de una imagen de autoridad que le aplicara un correctivo a su conducta. Ahora, que la fémina aparentemente estaba sumisa y resignada, quedaba a su elección el tipo de castigo que debía darle. Y Don BernAsno no tardó en decidirse, tomó un cordón como los de las cintas de los zapatos, y con ellos unió y ató las manos de la chiquilla, para luego colocárselas cruzadas tras la nuca, y con el largo que sobraba del cordón ató el cuello, haciéndole un nudo de cierre justo en la garganta. Entonces la llevó sujeta de los cabellos hasta la pared chorreada de feas y amarillentas manchas, y la acostó boca arriba en el acojinado banquito alargado que estaba justo bajo esa ventana. La intención era bastante clara, Don BernAsno ya no ensuciaría más las paredes ni el piso de su baño, pues ahora sería su muñeca la que se tragaría todo el semen que él expulsaría.

Don BernAsno se acomodo arriba de su muñeca con las rodillas apoyadas en el acojinado banquito y a ambos costados de ella, al mismo tiempo que decía…

“AHORA GUERITA DARAS MAMADAS, PERO SIN TIRAR NI UNA SOLA GOTITA.-”

Sin saber que hacer ante tal orden, la muñeca estiró sus labios cuanto pudo para darle un minúsculo beso a la punta de la erecta verga que tenía frente a su cara, pero Don BernAsno, como buen conocedor del comportamiento femenino, sabía bien que esa inocente caricia no duraría mucho, y esperó pacientemente a que su muñeca sintiera la instintiva necesidad de abrir su boca para introducir la ancha punta de su enorme verga, lo cual hizo bien pronto succionando con fuerza el resto de esa larga ubre, haciendo introducir el miembro cada vez más hasta hacer presión contra su garganta. En esa situación la muñeca sentía cómo las hinchadas y pulsantes venas de esa verga estaban brincadas a reventar, como también recordaba lo estaban las de su juguete africano. Pasó unos cuantos segundos succionando y succionando y succionando, pero el brutal estado de erección de aquel miembro no menguaba, y los alargados, velludos, y bien desarrollados testículos del asno alcanzaban a posarse sobre el cuello de su muñeca, justo donde tenía el nudo de cierre que aseguraba sus manos a la nuca. El blanco rostro y el cuello de la muñeca así como sus rosados labios hacían un tremendo contraste de color con esa larga, negruzca, y excitada verga que se encontraba haciendo presión contra su garganta.

Luego de un rato en esa situación, Don BernAsno muy lentamente extrajo su largo pene hasta sentir en la punta la succión de los labios de su muñeca haciendo vacío para sujetarlo, y luego soltó la cabeza de la chiquilla. Acto seguido Don BernAsno empuñó el tronco de su larga verga con su mano, apuntando al rostro de su muñeca, para mostrarle cómo de la dura punta nacía una gota del más blanco semen, y mientras iniciaba una lenta masturbación. Luego tocó nuevamente los labios de su muñeca con la punta de su largo miembro, esparciendo en ellos la viscosidad seminal de esa espermatorrea que toda verga excitada segrega copiosamente mientras es mamada, y que a partir de ese momento la muñeca tendría que saborear durante todo el tiempo que durara semejante acto. Don BernAsno volvió a adentrar su miembro en la boca de su compañera, dándole fuertes jaladas al tronco de su larga verga con el puño.

Obviamente la muñeca ya sabía bien que por fin había llegado el momento en que iba a aprender cómo realmente se hace una puñeta, sólo que no sería una simple observadora sino la receptora de cuanto semen resultara de tal extraña acción. Comprendiendo que no tenía otra opción que seguir sintiendo con su cuerpo los desahogos de ese lujurioso asno, se dedicó a masturbar con su boca la tremendamente hinchada verga de Don BernAsno, con el mismo reflejo de succión que ella se imaginaba haría la boca de la muñeca de hule. Y después de un breve período de entrenamiento y experimentación, la chiquilla logró emular la habilidad de una consumada profesional, haciendo un “servicio oral completo” al compañero. Cada caricia que la muñeca hacía con sus labios, su lengua, y su garganta, eran complementadas con el firme jaloneo que Don BernAsno hacía con la mano empuñada al tronco de su tremendo miembro, y tratando de mantenerlo tan adentro de la garganta de su muñeca que al momento de hacerla devorar los furiosos y tibios chorros de semen, ella solamente se daba cuenta de tal acto por la súbita y pulsante expansión del tronco del miembro, y por el calorcito que circulaba por su cuello y su pecho. Luego de algunos segundos en estos menesteres, Don BernAsno retiró un poco su miembro para darle oportunidad a su muñeca de limpiar el desorden que había provocado con sus excitantes caricias, y cuando su muñeca cumplió obedientemente con todas sus exigencias, dejando completamente limpia de semen todo el largo de la enorme verga manipulando hábilmente con su lengua y su boca, una nueva y súbita expulsión de semen tuvo lugar, y esta vez el líquido viscoso se derramó hasta afuera de la boca. Pero la muñeca, que bien recordaba le habían pedido que no desperdiciara nada, con habilidad engulló cuanto pudo, y continuó luego con su labor de limpieza y succión, mamando y re-mamando esa negra y dura y deliciosa verga, mientras Don BernAsno, con su fiera y dominante y atenta mirada supervisaba la totalidad de la acción. Obviamente el hombre seguía manteniendo a la muñeca sujeta de los cabellos, mientras el ancho y amenazante cinto de castigo colgaba a ambos lados de su grueso cuello.

Luego de dos tremendas puñetas adicionales seguramente parecidas a las que habían embarrado de semen la pared que estaba sobre su cabeza, la muñeca comprendió con claridad que de no tener esa verga en su boca, la pared obviamente habría quedado embarrada por el espeso y blanco semen de aquel rudo y regordete campesino. Seguramente los varios disparos de caliente torrente reproductivo estarían entonces chorreando pared abajo, para lentamente alcanzar el piso.

Acto seguido Don BernAsno retiró la cabeza de su verga hasta dejarla frente a los labios de su muñeca, como cuando empezaron, pero de inmediato la muñeca la volvió a atrapar con su boca. Instintivamente ella quería continuar recibiendo esas inyecciones de semen, que ahora habían embarrado desordenadamente sus abultados y sensuales labios y su boca, en contacto continuo con la henchida punta de esa enorme y dura verga. El órgano de aquel hombre continuó exudando gruesas y tibias gotas de vigor reproductivo, que la fémina saboreaba con sedienta ansiedad, mientras hacía hábiles movimientos circulares con su cabeza.

Como es obvio la muñeca tenía conocimiento de este tipo de actividades a través de Internet, y por momentos en su conciencia se oían fragmentos de las conversaciones que al respecto había tenido con sus amigas. En esas pláticas por cierto todas las jovencitas rechazaban esos actos haciendo gestos de vergüenza, de desaprobación, y de repugnancia. Nunca se imaginó entonces la muñeca que ella misma lo haría, e incluso en su primera vez, en su primera relación. Y nunca tampoco se imaginó entonces que esos actos le gustarían, al grado de apasionarse haciéndolo, al grado de caer en éxtasis haciéndolo, cual si fuera una prostituta ebria, que presa de un incontrolable estado de lujuria y de excitación, se complacía bebiendo el néctar de su excitado cliente.

Cuando Don BernAsno finalmente se libró de la succión de los labios de su muñeca, un remanente final arrancado en la acción colgaba pegado entre los labios de su muñeca y la punta de su glorioso mástil, y durante un rato ambos contemplaron divertidos, cómo la hembra se las arreglaba para con su lengua alcanzar la punta de la verga, para luego retraerla al interior de la boca. Estas evoluciones se parecían a invitaciones o señas, a través de las que la lengua invitaba a la verga a volver a entrar. Pero finalmente Don BernAsno limpió los chorreantes labios de su muñeca con una servilletita, diciéndole.

“ASI QUE TE GUSTARON LOS MECOS CABRONA, ERES UNA SEÑORITA MUY CALIENTE Y MUY BUENA MAMADORA, DE LAS QUE APRENDEN Y ACTÚAN POR INTUICIÓN, DE LAS QUE ESTÁN SEDIENTAS DE LECHE.- PERO QUERIDITA, SIN DUEÑO TERMINARÁS POR CONVERTIRTE EN UNA PUTONGA.- CON TODA URGENCIA DEBES ENNOVIARTE Y DE URGENCIA LUEGO CASARTE, PUES ESE ES EL DESTINO DE LAS CHIQUILLAS QUE SON DE TU CONDICIÓN.-”

Aquellas palabras sonaban terribles para los oídos de una princesa, aunque pronto comprendió que esa era la pura verdad expresada por un hombre sincero y de rudos modales.

Acto seguido Don BernAsno la obligó a girar su cuerpo hasta dejarla bocabajo, para empezar entonces a darle un lento y relajante agasajo con sus enormes y ásperas y calientes manos. El masaje se extendía desde las pantorrillas hasta los muslos, y por momentos terminando en las redondeces posteriores de la hembra que por cierto tanto excitan al macho. Luego de un rato en esta situación, la muñeca comprendió que el morboso asno se estaba solazando con la contemplación de las consecuencias físicas que el desahogo de su desenfrenado deseo habían dejado en el juvenil cuerpo de su compañera, el cual aunque en diferente lugar y forma ahora padecía la misma hinchazón del robusto miembro al que había dado alivio. Estando en esa situación, con las manos amarradas a la nuca e inmovilizada, y sintiendo el continuado manoseo del asno, le hizo recordar el momento en que revisó a la muñeca de hule por primera vez, y arrepentida recordó todo lo que entonces le dijo, y recordó cómo se rió de ella. Ahora bien sabía que ser “trabajada” por un asno no era cosa de risa.

Súbitamente Don BernAsno terminó con sus caricias, la puso de pie, y la abrazó de frente, levantándola del suelo para llevársela de nuevo a la recamara, donde la tumbó en la cama. Y atada como estaba la chiquilla, se lanzó sobre ella como perro rabioso, haciéndola gozar una vez más. En esa situación, su largo cuello y sus excitados senos eran blanco fácil para un certero, incansable, minucioso, desacatado, y concienzudo mancebo, que con energía recorría con labios y lengua cada centímetro de la piel de la muñeca, haciendo especial énfasis en aquellas zonas donde era captada la mayor sensibilidad. Esta vez Don BernAsno reclamaría su virginidad, y así se lo hizo saber a la adolescente, apuntándole a su rostro con un índice de fuego que le hizo sentir la inflexible decisión de sus palabras. Pero la muñeca, que no era tonta, ya había previsto esa posibilidad extrema, y parte de su preparación había sido tomar anticonceptivos de los que usaba su hermana mayor. Por su parte Don BernAsno también estaba haciendo uso de la magia de las pastillas azules, cuyo efecto estaba en pleno apogeo, y aún quedándole como dos horas adicionales de erección continuada, así como una recarga completa en su almacén de semen, lo justo como para amanecer trenzado en amorosa batalla con la causante de su obsesión. El hombre querría sin duda regresarle el favor que la chiquilla le hiciera en el baño, pues la hizo revolcarse por toda la cama, lamiéndole su área vaginal con el mismo entusiasmo y dedicación de un perro sediento. La atrapaba a cada momento, clavándole su inquieta lengua hasta hacerla reír y gritar y llorar al mismo tiempo, por la emoción, por las cosquillas, por sentirse atrapada y sin salida. En un momento de resignación, la muñeca aflojó por completo todo su hermoso cuerpo, quedando entonces tan inmóvil como una verdadera muñeca. Ciertamente no tenía caso seguir luchando y poniendo pequeñas resistencias, pues imaginaba bien que de esa no se salvaría, y que en cuanto Don BernAsno terminara de comérsela viva seguiría el “plato fuerte”.

Mientras el asno continuaba con su canina labor, la muñeca, con el rostro desencajado por el placer y con su cabeza colgando al borde de la cama, y con sus manos aún atadas a la nuca, pensaba para sus adentros que lo que quería el asno era lo justo, pues después de este breve noviazgo había llegado el momento de hacerlo como marido y mujer. Ahora conocía bien a Don BernAsno, había probado en carne propia cómo eran las cogidas de burro encabronado que le daba a su muñeca de hule, y había mamado como puta enamorada su enorme, dura, y lechosa verga de campeonato. Los ensayos y los prolegómenos se estaban terminando, y todo estaba listo para la prueba final de amor, para la entrega final. Poco a poco y casi inconscientemente, la muñeca y Don BernAsno empezaron a acomodarse para el acto supremo. Estar atada y con la cabeza colgando al borde de la cama no era ningún inconveniente para la hembra, pues su atlético y bien entrenado cuerpo de gimnasta le permitía estar cómoda en las más increíbles posiciones, así que con sus piernas extendidas a ambos lados del asno y los zapatos de tacón alto aún puestos, la muñeca respiró profundamente, estirando por completo su dorso, y dejando expuesto su cuello en señal de entrega, mientras sentía una dura y bien lubricada punta acoplándose contra su sensible y nunca antes estrenada vagina.

Corremos un velo a las lujuriosas escenas en las que la muñeca perdió su virginidad, y en las que Don BernAsno dio rienda suelta a su espantosa lujuria, disfrutando ambos durante el resto de la noche hasta la saciedad. El hombre dio tantos “palos” a ese estrecho conducto, que perdió cuenta del número de ellos, convirtiéndose así en dueño por derecho ganado. Al día siguiente y muy de madrugada, Don BernAsno ayudó a la chiquilla a llegar a su cuarto, debido a los obvios “problemitas” que su muñeca tenía para caminar. El llamado “Punto G” de su vagina había sido alcanzado y alborotado con tanta insistencia y frenesí, que sus piernas aún temblaban por la excitación, dificultándole el equilibrio con los zapatos de tacón alto. Nuevamente tenía puestos su bikini de dos piezas y su escotado suéter azul. Una vez en la entrada de su cuarto y en medio de la total oscuridad que antecede al amanecer, Don BernAsno se colocó tras ella para darle el último apretón de cintura, con los ojos entre cerrados y una expresión de placer en su rostro. La muñeca entonces dejó caer su cabeza hacia atrás, mientras Don BernAsno le decía bien bajito al oído.

“TIENE USTED UN CULO PERFECTO GUERITA, ES USTED LO MÁS CERCANO QUE HAY DE UNA DIOSA.- NO CABE DUDA QUE FUE DISEÑADA POR LA MADRE NATURALEZA PARA HACER GOZAR A LOS MACHOS, PERO USTED YA TIENE DUEÑO, ES PROPIEDAD DE UN SERVIDOR, Y YA NO PUEDE ANDAR POR AHÍ DE YEGUA TRAVIESA.- AHORA TIENE LAS RIENDAS BIEN PUESTAS, Y YA CONOCE SUS FUTURAS OBLIGACIONES.- LLEVA UN ENCARGO MÍO AHÍ DENTRO PARA QUE LE HAGA COSQUILLAS TODAS LAS NOCHES, CUANDO ME RECUERDE.- Y CUIDE MUY BIEN ESE ENCARGO, PUES LA ESPERO EL SÁBADO DE LA PRÓXIMA SEMANA, HACIA LAS DOCE, CUANDO TODOS SEGURO QUE YA DUERMEN EN LA CASA.- ESE AGUJERITO SUYO QUE TANTO APRIETA Y QUE ANTES TANTO DEFENDÍA, TENDRÁ QUE PRESTÁRMELO OTRA VEZ ESE DÍA.-”

Con los ojos casi cerrándoseles por el sueño, la muñeca aceptó con un movimiento de su cabeza, así haciéndole saber que estaba de acuerdo con sus peticiones, pero antes de cerrar la puerta de su cuarto, Don BernAsno la tomó de la nuca con una de sus manos, e inclinándola un poco la acercó de nuevo a su rostro para decirle.

“ASISTA PUNTUALMENTE GUERITA, PUES SI NO LO HACE VENDRÉ POR USTED Y LA LLEVARÉ DE LOS CABELLOS.- NO INTENTE PASARSE DE LISTA, PUES DEBE SABER QUE CON ESTE ASNO NO SE JUEGA.-”

La muñeca le sonrió y le dio un beso en los labios asegurándole que iría, y luego cerró la puerta y como pudo se quitó la ropa y los zapatos, y se puso su ropa de dormir, para casi en seguida caer en su cama de cara a la almohada, tras haber recibido el tratamiento completo de una reclusa olvidada y castigada en una prisión sin ley. La pobre muñeca estaba completamente agotada y exhausta por las emociones y las experiencias de ese día, pero complacida y satisfecha no tardó mucho en sumergirse en la más completa inconsciencia, desconectándose por completo de la realidad.

Y una vez tomado un merecido y reparador descanso dominical, se levantó de la cama cuando el día estaba promediando. Su juvenil cuerpo se había recuperado por completo, pero para su bloqueada mente los sucesos de la noche anterior parecían haber sido uno más de sus sueños eróticos. Pero al tomar su baño y enjabonar sus partes intimas, comprobó con horror que tenía en su cuerpo los signos inequívocos del degenerado ataque de un asno en celo, evidenciados por la anormal abertura de sus orificios anal y vaginal. Y además en su boca aún tenía el inconfundible aroma de las hormonas concentradas de los genitales de un hombre. Y además de vez en cuando sentía aún cómo su vagina destilaba el espeso y blanco semen que había guardado durante toda una noche.

Con la mirada clavada en la pared y el agua cayendo sobre su cuerpo, la muñeca hizo memoria de buena parte de lo ocurrido. Ahora sí que estaba bien jodida, y acariciando la marca que tenía en su espalda, finalmente asimiló la idea de que ahora ella era propiedad del asno que había usado y abusado de sus orificios para así saciar su bestial lujuria, pues otra alternativa en ese momento parecía impensable para ella. Con semejantes estigmas en su cuerpo y su mente enturbiada, ahora sólo tenía dos caminos a elegir: El asno o el congal, lugar este último donde sus tres orificios ahora completamente habilitados, deberían dar servicio a los hombres, con una tarifa no muy seductora, y sí con muchas obligaciones.

Cuando por fin fue expelida toda la formidable cantidad de semen que ya rodaba muslos abajo hasta llegar a sus descalzos pies, confundida y perturbada aún por la emoción que le había causado ese inesperado suceso, la muñeca con determinación se dedicó a asear su cuerpo y hacer sus arreglos. Al terminar con esos menesteres cayó casi sin fuerzas sobre un acojinado banquillo del baño, desnuda y con sus piernas separadas. Sentía que su conciencia la tenía en el banquillo de los acusados, recargada en la pared y con la cabeza baja, como si contemplara sus partes intimas, y pensando en lo tonta que había sido. Y entonces se interrogó a sí misma una y otra vez: ¿Cómo era posible que le hubieran dado con tanta energía por los dos orificios?

A pesar de los dolores con los que su juguete africano le había advertido que no debía jugar con esas cosas, finalmente ella misma dirigió los pasos a la trampa, finalmente ella misma dejó que ese bruto le hiciera un enculamiento de película, y que luego la mostrara de cara al cielo como trofeo de caza. Y cuando el hombre se aquietó tal vez había llegado lo peor, su virginidad había quedado rota en el tronco de esa verga de asno, y miembro y semen habían quedado guardados en su conducto una buena parte de la noche, manteniéndola en un estado de excitación casi continua. La poderosa e irresistible atracción que Don BernAsno había ejercido sobre ella, sin duda era la causante de toda la situación. Pero con honestidad la muñeca también hizo un recuento de sus ganancias, las cuales por ser demasiado extrañas y novedosas la seguían confundiendo, pues no estaba muy segura de cuál de sus dos orificios la había hecho gozar más. En el vaginal había logrado un buen contacto íntimo entre el clítoris y esa enorme verga, así como un electrizante manoseo del “Punto G”, lugar indiscutible de excitación natural, y toda una victoria de la naturaleza femenina por las descargas de placer que allí se habían desencadenado. Pero cuando la verga había bien penetrado en el conducto anal, también había experimentado un verdadero diluvio de goces, a tal punto que el solo recuerdo bastaba para hacerla morderse los labios y entre cerrar los ojos, imaginando con gran realidad los agitados y furibundos movimientos del abusivo asno procurándose el máximo de placer. Aunque indudablemente las sensaciones experimentadas en los dos conductos eran bien diferentes, las dos eran entradas al paraíso, y su BernAsno había sido quien había logrado provocar esas dos cosas.

Luego de haber repasado varias veces el balance de pérdidas y ganancias, la principal preocupación de la princesa pasó a ser lo que la semana entrante seguiría. Sabía bien que debería cumplir con la promesa que le había hecho a su BernAsno de volverlo a visitar, pues no quería arriesgarse a ser llevada de los cabellos, y/o a que Don Bernardo hiciera un alboroto en la casa. Pero por otra parte no tenía idea de qué actitud debería tomar la próxima vez que le viera durante el día. Finalmente se decidió por simular que nada había pasado, y evitar los lugares cerrados y oscuros donde el campesino la pudiera atrapar.

Sin embargo y a pesar de los temores de la princesa, en ese día domingo y también en los días siguientes nada pasó, pues todo volvió a la normalidad. Don BernAsno volvió a ser el respetuoso jardinero de siempre, y la princesa su inalcanzable muñeca de la casa. Si acaso ellos cruzaban sus caminos, apenas si se miraban y si se intercambiaban saludos. Obviamente no hacía falta, pues todo había quedado claro entre ellos, cada uno había ganado lo que quería, y la continuación de sus respectivos deseos estaba bien asegurada por algún tiempo. Por otra parte Don BernAsno ya no necesitaría una muñeca de hule, ni tampoco observar curioso de vez en cuando por la ventanita de su baño. Y en cuanto a la princesa de la casa, en menos de una semana comprobó que la necesidad volvía a su cuerpo, pues con todas las fibras de su ser deseaba ser copulada por Don BernAsno, tal y como él lo había hecho regularmente con su muñeca de hule, tal y como él lo había hecho con ella ese maravilloso sábado a la noche y domingo a la madrugada. Las necesidades sexuales de la chiquilla, lejos de desaparecer, se había multiplicado. Parecía como si Don BernAsno hubiera dejado un diablito escondido en ese orificio, el que todo el tiempo le recordaba quien era su dueño. A pesar de lo antedicho, la muñeca logró dormir bien casi todas las noches de esa semana, pues sabía bien que sus juveniles ansiedades serían satisfechas al próximo fin de semana, cuando de nuevo pasaría la noche con aquel hombre.

Se regocijaba en repasar la actuación que el sábado seguiría. Naturalmente, con certeza, asistiría puntualmente a la cita y en la oscuridad de la noche, para así ocupar el lugar de la muñeca esclava de Don BernAsno. Pero desde luego que con el pretexto de devolverle los zapatos al campesino, y nada más, absolutamente nada más…

Llegado el gran día, la princesa de la casa puso un toque especial de sensualidad en su arreglo, luciendo espléndidamente femenina, con atuendo de estilizada minifalda azul oscuro, ajustada playera de amplio escote abotonada y sin sostén, y disimulando la punta de los senos bajo un delgado suéter anudado bajo las costillas, para así resaltar el contorno cintura y caderas. Completarían el vestuario unas finísimas zapatillas oscuras de tacón alto en gamuza, con cintillas de amarre a los tobillos, así como un simpático gorrito al frente, tal como el que solía usar su artista favorita… Todo estaba decidido… Todo estaba dispuesto…

Por donde quiera que la princesa pasara caminando era un imán para los ojos de los hombres de la estancia, y entre ellos por cierto no podía faltar Don BernAsno, ante quien se lució como pavo real cuando en compañía de otras dos amigas de su escuela que la visitaban, les mostró el invernadero así como otras dependencias, haciendo un recorrido con ellas y hablándoles en su lengua nativa, pues una de ellas era francesa y la otra italiana. En esa oportunidad y cuando la ocasión era propicia, la chiquilla posaba para él y frente a él, para así excitarlo, para así mortificarlo un poco, para así mostrarle lo que por derecho era suyo pero que en ese preciso momento no podría tocar. Y luego, con el pretexto del calor, invitó a sus amigas a ir al estanque, donde las tres refrescaron sus piernas, acariciándolas con el agua remojada en sus manos, y lanzándose agua entre ellas. Don BernAsno fingía continuar con sus flores, pero obviamente estaba muy pendiente de todas las evoluciones de las tres encantadoras chiquillas. Y Don BernAsno se la aguantó, en silencio seguía haciendo su trabajo de jardinería, pero con la maliciosa sonrisa de quien está armando una bien cargada factura por cobrar.

Cuando por fin llegó la ansiada nochecita del sábado y luego de un reconfortante baño, la princesa dio los últimos retoques a su deslumbrante belleza, pues para ello había conseguido un impresionante juego de lencería en finísimo acabado color oscuro. Era un arreglo especial de los que rodean las caderas, para así sujetar con tirantes unas oscuras y finas medias. La princesa ajustó la diminuta banda corsé a su cintura, y modeló frente a su espejo comprobando cada detalle. Las tenues y oscuras líneas de esa prenda estaban diseñadas para hacer un contraste perfecto con el blanco de su piel, resaltando toda curva que partiera desde su delgada cintura hasta los torneados muslos de sus piernas, enfundadas éstas en unas finas medias oscuras sujetadas por delgados tirantes, y rematando el conjunto con unas suaves y femeninas zapatillas de tacón alto, encintadas a los tobillos, y que ciertamente la hacían lucirse más alta y delgada.

Con las formas que ya tenía la chiquilla más ese arreglo, se parecía cada vez más a una ramera de película, el sueño dorado de todo hombre. Terminó de vestirse con la misma ropa que había usado durante el día, para que su BernAsno no creyera que se había preparado en forma especial para él. Y por último y pensando siempre en la comodidad de su BernAsno y de ella misma para el disfrute, hizo con su pelo un arreglo de esos que llaman “Cola de Yegua”, atándolo muy por encima de su nuca, para así evitar que su pelo estorbara las áreas de su cuello, pues desde que ella lo había visto a él en el invernadero, había notado que el hombre no se había rasurado ese día, pues posiblemente así acostumbraba a hacer los fines de semana.

Terminado su arreglo, con los ojos cerrados tocó su cuello y su plexo, recordando y casi sintiendo el trabajo que esa dura y mal rasurada barba podía hacer sobre su piel desnuda. Y mientras caminaba decidida por el oscuro patio, sentía que levemente le temblaban las piernas, y que un enjambre de mariposas recorría sus entrañas. Obviamente eran la ansiedad y los nervios que así se expresaban. Pero a pesar del deseo que ardía en su cuerpo, como protocolo femenino tenía ensayado un pequeño discurso. Que estaba muy adolorida y apenada, y que necesitaba una semana más para reponerse y para aclarar las ideas. Pero sabía bien que en su cuerpo y en su atuendo había inconfundibles mensajes de entrega: la “Cola de Yegua”, las zapatillas con cintillas, y la ropa interior que el campesino descubriría bien pronto comenzara a quitarle la ropa. Obviamente el hombre no la dejaría escapar. Obviamente ella tampoco quería que la dejaran escapar.

A su llegada al galpón, la princesa sintió que el cosquilleo interno que siempre la excitaba por las noches se había vuelto terrible y apenas soportable, y la actividad nerviosa de su cuerpo hacía que se le doblaran los tobillos como si no pudiera equilibrarse bien en los zapatos de tacón alto. Finalmente optó por pararse bien erguida, respiró varias veces como si le soplará a algo muy caliente, y se decidió a tocar suavemente en la puerta. Don BernAsno abrió casi enseguida. Lucía como siempre, con su inexpresivo y sombrío rostro, y con una fiera y centelleante mirada que por momentos parecía enojo. La diferencia más importante en su aspecto, es que ahora estaba envuelto en una bata de baño que cubría su imponente y velludo cuerpo, que con toda seguridad estaba ya enfundado con ese impresionante atuendo de cuero negro que la chiquilla ya conocía de sobra, y cuyo canino collar de puntas podía verse sobresalir por la abertura de la bata que dejaba ver también parte de su velludo pecho.

Con voz quebrada y temblorosa lo saludó, y casi enseguida procedió a realizar la devolución del calzado que llevaba en una bolsita de seda, dándole las gracias por el préstamo, y disculpándose por el breve retraso. Don BernAsno extendió su mano pero en vez de agarrar la bolsita la sujetó a ella de una de sus manos, pidiéndole que pasara porque tenía algo que mostrarle. Ella rehusó cortésmente diciéndole que sólo había venido a devolverle el calzado, pero Don BernAsno tomó su otra mano y la estiró mientras ella intentaba recular, su trasero ligeramente arqueando, y suplicando que la dejara ir. Pero Don BernAsno conocía muy bien esa coqueta sonrisa que la princesa trataba de ocultar, así que insistió, hasta que por fin la hizo cruzar la puerta, y una vez dentro la princesa, con su rostro enrojecido por la excitación del forcejeo y con el corazón acelerado, vio como Don BernAsno cerraba con llave la puerta. Y una vez cerrada la puerta y de espaldas a ella, desató el nudo de su bata.

Lentamente Don BernAsno giró su cuerpo para luego avanzar hasta quedar frente a ella, sin quitarle en ningún momento esa fiera mirada a los ojos que sin duda inquietaba y perturbaba a la chiquilla. En ese momento la princesa esperaba que el asno se abalanzara sobre ella para derribarla en cualquier mueble, pero sin embargo Don BernAsno, parado frente a ella, continuó aplicándole muy de cerca esa fiera e inexpresiva mirada, sin decir una sola palabra, y sin hacer ningún movimiento brusco, lo que probablemente era una bien aprendida técnica de interrogatorio usada en algunas prisiones, oportunidad en que la indefensa victima era encerrada con un experimentado verdugo, quien con la sola mirada luego de un rato la hacía quebrarse, confesando hasta lo que no les interesaba a los verdugos. Y cuando la chiquilla ya estaba a punto del colapso nervioso, doblándosele a cada rato las zapatillas de tacón alto, el avezado Don BernAsno, con una sutil pero maliciosa sonrisa, la tomó con suavidad de la mano y la invito a sentarse en un sofá, donde la princesa acomodó su cuerpo perfectamente erguida, y como toda visita distinguida cruzó sus bien torneadas piernas, cuidando la cobertura de su corta falda.

En seguida Don BernAsno procedió a sentarse junto a ella, y tomando el control de su televisor para encenderlo, le dijo que quería que viera un desfile de modas que había grabado. Era una pasarela de modelos de las cuales le dijo que algunas tenían casi su edad, y que en algunos aspectos eran muy parecidas a ella. Con otro control apagó la luz para que se pudiera ver mejor el televisor, y casi de inmediato la princesa sintió la suave colocación del brazo de Don BernAsno sobre su espalda, uniéndola a él con gran cariño. Acto seguido la besó en la frente, y continuó abrazándola hasta que lentamente ella correspondió, apoyando con suavidad la cabeza en su pecho como si oyera su corazón. Así continuaron por largo rato sin otra acción que estar calidamente unidos, en romántica posición. Para ella el tiempo parecía haberse detenido. La princesa se sentía tan bien en esa posición, tanto placer experimentaba, que se derretía por dentro con esa inesperada muestra de afecto de alguien que sabía bien la podía hacer gritar de placer si iniciara el ataque. Su lujurioso y degenerado dueño ahora daba el aspecto de ser un padre con su hija. La princesa cerró sus ojos, mientras con una sonrisa de satisfacción sentía en el lado de su rostro el suave calor de hombre que tanta falta le hacía. Completamente embelesada y ensimismada, disfrutaba intensamente de cada segundo. Sin embargo la princesa sabía bien que esa situación no iba a durar por siempre. La “vestimenta de combate” y el hecho de haber cerrado la puerta con llave, le auguraba con toda seguridad que “la noche del asno” era inevitable, y que prácticamente ella ya era suya.

Pero sin duda la excitaba sobremanera que todo estuviera ocurriendo en esa forma, lentamente, primero en forma romántica y pasando de la simple sonrisa al suave contacto. Este novedoso y electrizante tratamiento la tenía embriagada de dicha y de expectación. El mórbido ambiente de ese oscuro cuartito muy modesto por cierto y apenas iluminado por la tenue luz del televisor, ligeramente le recordaba el encuentro de la bodega de vinos. Ahora percibía con claridad al “macho magnético” a flor de piel. Una escalada erótica con cierto romanticismo, que serviría de preámbulo al degenerado tratamiento que en secreto la fémina ansiaba recibir a manos del vigoroso asno, a quien había provocado los días previos y particularmente ese sábado.

Sin poder contenerse más y con su boca cerrada, la princesa ahogó en su garganta un fuerte gemido de placer que más bien parecía un sofocado aullido, cuando sintió cómo la caliente y áspera mano de Don BernAsno pasaba por debajo de su playera, alcanzando la firme turgencia de sus excitados y desnudos senos, ya hinchados y endurecidos por la presión de la terrible excitación que tal situación le provocaba… Pero la chiquilla, tratando de simular, lo empujó suavemente con su cabeza mientras le decía: “No Don Ber, yo sólo vine a dejarle los zapatos. Lo de la otra noche fue un accidente, una equivocación… quiero que sepa que…”.

Pero en ese momento Don BernAsno le interrumpió estampándole un calido y largo beso con el que atrapó completamente su boca, y mientras esto él hacía, la princesa fingía una débil y femenina defensa, durante la cual tocó por breves instantes con sus manos la rapada cabeza de Don BernAsno, sintiendo en ellas una picazón tan excitante como la de esa mal rasurada cara ahora en contacto con su cuello. Debido a esa instintiva atracción, la chiquilla tuvo que soltarlo de inmediato, a riesgo de terminar abrazada a él.

De inmediato Don BernAsno pasó su otra mano de gorila por debajo de su playera, obligándola así a recargarse en el respaldo del reclinado sofá. Entonces con ambas manos bajo su playera, el agasajo a senos y cuello empezó a tomar forma, provocándole una emoción tan fuerte que la dejó sin habla. El ajustado y fino escote de su playera apenas unido por frágiles botones de presión, obviamente se había abierto por completo, dejando al descubierto su medio cuerpo objeto de las caricias. Entonces Don BernAsno comenzó a darle succionantes besos, alternando cuello y senos. Con el forcejeo la playera había caído a la altura de la cintura, y el encendido asno que no perdía oportunidad, trepó al reclinado sofá poniendo una de sus rodillas a un lado de la cadera de la princesa y luego la otra, para así quedar frente a ella con ambas rodillas apoyadas en el mueble, y con la bata completamente abierta. Así la princesa sintió la presión del erecto vergón del hombre, que apuntaba al cielo, al mismo tiempo que experimentaba leves caricias que las peludas y bien desarrolladas gónadas provocaban sobre la sensible piel femenina. En esa situación la chiquilla exclamó: “!Oh Don Ber! Qué es lo que me hace usted sentir… estoy tan confundida”.

Y mientras Don BernAsno la sujetaba con fuerza de los brazos besuqueando con furia ese delicado cuello de cisne, con su ronca y excitada voz le murmuró groseramente al oído.

“¡NO ME DIGA! CABRONA… PUES A MÍ ME GUSTA SU CULO, Y NO ESTOY CONFUNDIDO EN LO MÁS MÍNIMO.-”

Como si esa terrible frase hubiera sido el último pase que la princesa necesitaba para entrar al mundo de lujuria de Don BernAsno, a partir de ese momento ella quedó completamente quieta, con la espalda recargada en el sofá, la cabeza caída hacia atrás de cara al cielo, los ojos entre cerrados, y los brazos caídos completamente a ambos lados del cuerpo, inmovilizada así por el placer y las rosquillitas que experimentaba. Mientras tanto, el abusivo asno completamente encaramado sobre ella, continuaba dando rienda suelta a su bestial lujuria. Don BernAsno la sujetó de la cabeza con ambas manos, y en esa posición la besó por largo rato en la boca, aspirando extasiado la frescura de su aliento. Luego, colocándola con los brazos extendidos en el respaldo del sofá, succionó a su antojo cada parte de ese exquisito y femenino cuello que estaba a su completa disposición, y dio también lujuriosos besos y caricias a toda parte desnuda del expuesto cuerpo de su princesa, arrancándole sofocados chillidos de placer pero sin que la chiquilla se atreviera a mover ni un solo dedo.

Luego de un severo agasajo, Don BernAsno la sujetó con fuerza presionándola contra el respaldo del sofá, mientras instintivamente hacía los movimientos a los que estaba acostumbrado, frotando con fuerza su descomunal aparato reproductor contra la desnudez del cuerpo de la princesa. Ese abusivo proceder de Don BernAsno le recordó inmediatamente lo que el hombre ya había hecho con ella, y aunque los fornicantes movimientos estaban siendo hechos contra su desnudo plexo, ella los sentía con toda claridad en lo más recóndito de sus entrañas, lo cual la hizo emitir agudos gemidos de placer, que por momentos simulaban sollozantes quejas de dolor y de protesta.

El asno actuaba como si estuviera dando un furioso enculamiento a la hembra, efectuado con la misma brutalidad, rudeza, y falta de cuidado, que ya había experimentado en carne propia cuando siete días antes se hizo pasar por su muñeca de hule.

Finalmente el asno paró de moverse. Suspirando aliviada, la princesa volvió a dejar caer su cabeza hacía atrás con los brazos extendidos y apoyados en el respaldo del sofá, dejando su cuello expuesto como una muda invitación. Mientras tanto Don BernAsno continuó manteniéndola firmemente presionada contra su enorme y pulsante verga parada a reventar. Y luego de unos instantes, Don BernAsno inclinó su rapada cabeza acercándose así a su princesa, y la volvió a tomar por el cuello con ambas manos colocando su rostro frente al de ella, tal vez para de esta forma no perderse un solo detalle del expresivo rostro de la chiquilla. Por su parte la ninfa ante esta situación, no se atrevía ni a abrir los ojos, lo que bien pronto provocó una maliciosa sonrisa en aquel rudo campesino. Y Don BernAsno, con su excitada y ronca voz, continuó impávido con el tormento mental.

“ASÍ SE CULEA GUERITA… ¿Y NO ME DIGA QUE LE DOLIÓ EL ANGELITO SOLAMENTE CON EL PENSAMIENTO?… ¿NO SERÁ QUE TAMBIÉN SE ACORDÓ DE CÓMO UN SERVIDOR LA HIZO GOZAR LA OTRA NOCHE CON ESTA VERGA? ¡PERO QUÉ CABRONCITA QUE ME SALIÓ ESTA NIÑA DE CIUDAD.-”

“USTED YA ME CONOCE GUERITA, Y SABE MUY BIEN LOS PALOTES QUE LE PUEDO PROPINAR.- LAS PRÓXIMAS JALADOTAS ME LAS VOY A DAR EN ESE AGUJERITO SUYO QUE TANTAS COSQUILLAS LE HACE POR LAS NOCHES.-”

“PERO DESDE LUEGO QUE PRIMERO TENDRÁ QUE CHUPARME LA VERGA CON ESA BOQUITA DELICIOSA, PUES YA SABE BIEN CÓMO HACER PUÑETAS A UN HOMBRE.- ESOS LABIOS DE ESTRELLA DE CINE Y ESA LENGUA DE FUEGO QUE HABLA EN TRES IDIOMAS, TENDRÁN QUE DARLE UNOS CHUPETONES DE SACA LECHE A ESTA VERGA DE ASNO.-”

“YA VERÁ CANIJA PRESUMIDA, COMO PRONTO GRITARÁ Y CHILLARÁ DE PLACER, A MANOS DE UN ASNO SALVAJE QUE NO SE CONFORMARÁ SOLAMENTE CON UNO O CON DOS ASALTOS.-”

Con su cara atrapada por las manos del asno, los ojos cerrados, y la respiración agitada, la princesa se retorcía de placer al escuchar esas sentenciosas y vulgares frases. Cada una de esas palabras expresadas por el grosero asno, hacían en ella un trabajo interno que le era imposible disimular. Y el hombre, sabedor del estado emocional que de esta forma le había provocado a su princesa, puso una de sus manos en la nuca de la ninfa, y acercó su cabeza hasta que su cara quedó pegada al velludo pecho de Don BernAsno. Sin poder contenerse más y con una expresión facial que casi parecía sufrimiento, gimiendo y casi gruñendo, la princesa restregó su rostro contra la velluda piel que tenía frente a su rostro. Y en seguida Don BernAsno la sujetó de los cabellos, para entonces deslizar su cabeza o mejor dicho sus labios por su velludo cuerpo. Y mientras esto pasaba, la chiquilla pudo constatar cómo en acto reflejo ella misma sacaba la lengua, para así acariciar la velluda piel que sus labios tocaban. Pronto la ubicación cambió, llevando esa lengüita de ensueño más abajo del ombligo, donde la chiquilla acarició y succionó la mata de pelo y la raíz de la dura verga. Y luego los lados de la misma. Y después la parte baja. Y para dondequiera que Don BernAsno colocara esa dócil cabeza que sujetaba de los cabellos, los labios de la princesa hacían una suave y femenina succión. Sin grandes esfuerzos y en forma casi natural, lentamente labios y lengua fueron llevados hasta las oscuras y colgantes gónadas, a las que dio un masaje oral de los más completos. Y luego de cumplida esta misión, le tocó el turno a la endurecida punta de esa enorme verga en brutal estado de erección, y en donde un espermatorreico blancor ya empezaba a erupcionar. Ciertamente esa es una visión que excita hasta la locura a muchas chiquillas que están completamente poseídas por el deseo. Sin más recato ni pudor, sin más simulaciones, y con movimientos de cabeza que delataban por completo su estado emocional, la princesa embarró sus labios y buena parte de su rostro con la viscosa y tibia espermatorrea que manaba lentamente por la punta de esa erecta verga, la que parecía la cera de una vela encendida. Y luego dio entrada en su boca a la dura punta, lo cual hizo lentamente, acomodando con cuidado sus labios al ganar terreno.

Y durante un rato la princesa acarició esa lechosa punta, y tal parecía como si sus labios y su lengua se movieran expresando palabras que jamás se atrevería a pronunciar. Y sin más remilgos, la princesa se dio a la tarea de atrapar cuanto cabía en su boca de esa enorme y negra verga, calibrada con la misma presión de una llanta de trailer, y deslizando sus labios desde la henchida y dura punta hasta el medio tronco, mientras hacía lentos movimientos de vaivén con su cuello.

Para Don BernAsno era un placer de dioses, sentir a todo lo largo de su hinchado miembro los labios de una princesa excitada por el deseo, y haciéndole una masturbación oral que no dejaba nada a la imaginación. Y en un momento dado la princesa succionó con mucho más fuerza y profundidad. La chica estaba dispuesta a ser espermada por cuanto semen quisiera arrojarle su BernAsno, pero la brutal y súper abundante descarga inicial de semen que ese asno podía lanzarle a chorros no era para esa deliciosa boca. Ciertamente Don BernAsno tenía otros planes para ella, pues sabía bien que la chica tenía otro pibe más urgido de ese alimento y con el que también tendría que ajustar algunas cuentas. E interrumpiendo abruptamente la que prometía ser una puñeta de lujo, cargó el frágil cuerpo de su princesa para llevarla hasta su recamara.

Desde que su BernAsno la atacó en el sofá, la entrega de la princesa había sido tan total y absoluta que no había movido para nada sus extremidades, pero no fue sino hasta que el asno la colocó en la cama que la princesa comprobó con horror que por más esfuerzos que hiciera no le era posible mover un solo músculo. El erótico tratamiento que había recibido en el sofá, habían impactado a tal nivel su sistema nervioso, que el placer desconectó temporalmente la movilidad muscular de sus extremidades. Ahora se sentía como una verdadera muñeca de hule. Tal era el deseo subconsciente de sus alocados sueños, que ahora ellos se habían hecho parcialmente realidad.

Y una vez despojada de parte de su fina ropa y acomodada en la posición deseada, el asno cayó sobre ella mugiendo y casi babeando de placer, ante la visión del desnudo cuerpo de su princesa adornada con la más fina lencería que el hombre solamente había visto en documentales de moda, y que hacían juego con unas finísimas zapatillas de tacón alto encintadas a los tobillos. El conjunto sin duda resaltaba al máximo las femeninas formas de su princesa, pues era el tipo de lencería que no necesitaba quitarse para el acto, y cuyo diseño totalmente plegado a la piel no estorbaba para nada los movimientos. Sin poder moverse y con el ansioso asno acomodándose sobre ella, la chica se mordía los labios mientras sentía como el hombre repetía paso a paso cada una de las acciones de la vez anterior. Una vez bien lubricado el conducto de la princesita, ella volvió a pasar por todos los rigores de un feroz enculamiento, y el que seguramente no pararía hasta la fecunda y total consumación. Y obviamente para ello eran inevitables los rudos y salvajes movimientos de asno en celo, que ya bien había experimentado. La diferencia fue que ese día la ninfa no había tenido ninguna práctica previa con su juguete africano, y por lo tanto la brutal abertura que tanto la había preocupado en la ocasión anterior estaba bastante cerrada, lo cual por cierto duplicó el dolor de la penetración aunque también el placer de la misma. Finalmente y tras vencer las mil dificultades que se presentaron, la princesa sintió tener al asno en plenitud de funciones. Y sin emitir entonces más quejas, la princesa derramó lágrimas de luna, producto de un ovulante deseo de entrega que se manifestaba tanto con dolor como con placer. Por cierto, la situación se presentaba como la callada protesta de una geisha, que muere envainada por sable negro de guerrero. Una vez ganchada y bien asegurada por el asno, el lampiño trasero de la princesa fue presionado con furia por la enardecida bestia, en un continuo e instintivo esfuerzo por adentrarse cuanto podía en el cuerpo de la compañera, hasta que finalmente se colmaron. Entonces el hombre echó el peso completo de su cuerpo sobre ella, sintiendo así mejor los escasos movimientos que la princesa podía hacer con el arco de su espalda, tratando de excitar al hombre un poco más, y como buscando que aún se produjeran otros potentes toques. El asno por su parte insistía en pegar por completo su pesado y oscuro cuerpo al de ella, embonando perfectamente su barriga en la parte baja de la espalda de su princesa, así como su velludo pecho contra el resto de la misma.

Fue en esas complicadas condiciones que la princesa se dio cuenta de que al mover el arco de su espalda también movía al pesado asno, haciéndolo deslizarse sobre ella como si él se moviera por su cuenta. Como un relámpago recordó que alguna vez había visto a su artista favorita hacer esos movimientos en una cama de agua, y ahora bien comprendió por experiencia propia para lo que ellos servían. Y con el pretexto de seguir acomodando los cuerpos, la curiosidad de la princesa la llevó a ejecutar con su columna una ondulación que hizo que el asno se meciera suave y repetidamente sobre ella. Pero bastaron tan solamente unas pocas reiteraciones de esos movimientos, para que la princesa quedara inmóvil y con la boca abierta, absorbiendo aire con el mismo gemido de quien sale del agua; era el efectivo y en parte doloroso “calambre africano”, que hacía irrupción a todo galope, y que la dejaba completamente postrada y sin fuerzas. Sin duda las sensaciones que experimentaba la ninfa eran deliciosas, y el placer tan intenso que casi podría decirse que era incómodo, que era muy incómodo. Una vez más la chiquilla se dio perfecta cuenta que una cosa era el nivel de excitación que ella misma podía provocarse con la masturbación, y otra cosa bien distinta lo que podía sentirse cuando se tenía el órgano erecto de un hombre dentro de ella. Después de todo, sentir la entrada de su delicado y fino conducto brutalmente dilatado por la expansiva hinchazón de esa excitada verga, era para ella toda una recompensa. Y sin embargo sabía bien que en cuanto el asno empezara a restregarse para hacerle un “abreculos”, la haría enloquecer aún más de placer, lo cual efectivamente ocurrió tan pronto como terminó de pensarlo. Había llegado el momento en que el lujurioso asno se divertiría arrancándole espontáneas expresiones de placer. Con sus largas y bien torneadas piernas extendidas a ambos lados del asno y con la frente clavada en la cama, gimiendo y casi llorando, la princesa expresaba casi a gritos lo que en esos momentos sentía: “Mhh… ¡Oh Wey!… ¡Oh Por Dios!… ¡Oh!… ¡Auu!… ¡Dios Mío!… ¡Creo que voy a morir!”.

La terrible práctica del “abreculos” que sabía bien era del todo necesaria para darle facilidad a los vigorosos movimientos que vendrían a continuación, le hizo recordar la primera vez que vio a Don BernAsno hacerle eso a su muñeca. Y entonces pensó que si alguien los observara en ese momento, posiblemente vería y pensaría algo muy parecido a lo visto y pensado por ella misma en aquella ocasión. Observaría desde arriba a una oscura y robusta masa mecerse y retorcerse sobre la blanca y lampiña figura de una exuberante y virginal chica de increíbles formas, cuyas extremidades a pesar de estar extendidas dejaban apreciar que ella era ligeramente más alta que el enardecido asno, quien apretaba con lujuriosa furia su delgada cintura; sin duda ambos cuerpos presentaban gran contraste, él un calvo, obeso, y velludo hombre, enfundado en cuero, y contorneándose contra la delgada, femenina, y bien proporcionada figura de la chica, a la que tenía bajo su completo dominio.

Ahora la princesa estaba exactamente en esas mismas condiciones, completamente inerte y a merced del abusivo asno, que sin duda pronto empezaría a moverse con ansia loca, y que no pararía hasta que la acción preñadora pusiera fin a esos esforzados e impresionantes movimientos. Y entonces el asno quedaría satisfecho reposando sobre la espalda de su princesa, hasta que llegara el antojo de la siguiente embestida.

Alterada un poco por estos pensamientos, la chiquilla se sintió en parte arrepentida por lo que había pensado ella misma días atrás, y en parte también sintió pena, aunque no sabía decir muy bien si por la muñeca de hule o por ella misma.

En las semanas siguientes las cosas continuaron con su delicioso curso, repitiendo una y otra vez esas interminables y lujuriosas noches sabatinas de “Luna de Miel”, que habían cambiado por completo el modo de caminar de la chiquilla. Ahora era el doble de provocativa que antes, y Don BernAsno ya no le protestaba por pavonearse de esa forma al caminar, pues sin duda todo hombre quiere, en su fuero íntimo, que su muñeca sea una reina en el exterior, y una puta bien hecha y experimentada en la alcoba.

En una ocasión ambos combinaron para encontrarse en la bodega, y allí el hombre manifestó en voz baja pero firme, que no le gustaba que su muñeca fuera tan coqueta. Sin duda el pobre tenía cierto miedo de que se la fuera a ganar algún otro asno, algún otro lugareño o alguien tal vez venido de lejos.

Sin duda el pobre estaba celoso, muy celoso. Obviamente traté de explicarle que yo caminaba de esa forma sin darme cuenta, como algo natural, y que la marcha en otras condiciones sería forzada. Por ciento esa respuesta hizo que me ganara algunos azotes con el cinto de cuero, los cuales debido al cuidado y suavidad con que los aplicaba, pretendiendo asustarme más sin querer marcarme, solamente lograron que me excitara sexualmente así como anímicamente. En realidad mi piel era más resistente de lo que me imaginaba, y sentir el quemante golpe de su cinto lamiendo mi espalda, lejos de ser un importante castigo, parecía más bien una invitación a la confrontación y al conflicto y al coito.

En ese estado sentí confusas sensaciones, así que mientras estaba en esa situación yo le arañaba la mano con la que me sujetaba de los cabellos, y le decía palabrotas con la intensión de enojarle, pero también con la intensión de provocarle para que allí en la bodega también consumara el acto sin más ni más.

Así que finalmente, esa plática se convirtió en algo que yo manipulaba a mi antojo sin que él se diera cuenta. Y para conseguir ese resultado, en vez de tomar la actitud complaciente y sumisa que él buscaba, yo hacía exactamente lo contrario, adoptaba la actitud altanera y orgullosa de una reina, de la reina con la cual él había soñado tantas veces.

Luego que ese castigo o supuesto castigo terminó, durante toda la semana lo ignoré por completo, haciéndole sentir que su muñeca se alejaba, haciéndole sentir que había perdido definitivamente a su princesita. Por momentos pasaba a propósito frente a su casa en mi bicicleta, y ataviada con muy sugestivas prendas, pero cuidando de no voltear para nada la cabeza, para que así él no se diera cuenta de mis verdaderas intensiones. Y como tal vez era de esperar, ello provocó que al sábado siguiente el campesino prácticamente me secuestrara, aprovechando la noche oscura y la quietud del fin de semana, pues en esa oportunidad entró a mi cuarto que estaba justo a la salida del patio de la alberca, para llevarme a la fuerza hasta su casa, y ciertamente sabedor de que yo era tan culpable como él, y que por tanto no haría ningún ruido que nos pudiera delatar.

Y en esa situación y ya encerrada en su casa, fui castigada como ramera rebelde, primero con severos regaños y excitantes amenazas de castigo, los que lejos de atemorizarme parecían que me hacían cosquillitas en todo el cuerpo. Obviamente yo disimulaba, y en silencio continuaba resistiéndome a ser besada o agasajada como si eso me desagradara. La situación se asemejaba a una escena de abuso sexual o de violación, más que a una inusitada discusión de amantes. Intuía bien que nada era más placentero para mi BernAsno que regañar a esa altiva, orgullosa, y presumida reina, pues en parte mi BernAsno era un verdadero sátiro, abusivo y degenerado, que no paraba hasta salirse con la suya.

Haciendo uso de cuanta sádica fantasía estuviera en su imaginación, incluidos los azotes, el hombre ató las manos de su muñeca a la espalda, para así evitar los rasguños y los manoteos, y luego la sujetó fuertemente de los cabellos mientras la mantenía de rodillas en el suelo. El brutal tratamiento que sin duda era similar al que daba a las indefensas reclusas de la prisión donde trabajó, terminó por desatar la locura hormonal en el cuerpo de la muñeca, que presa de un incontrolable ataque de lujuria y sin poder disimular más su deseo de ser poseída, eso expresaba casi a gritos. Entonces fue levantada del suelo para ser atrapada de frente por un apretado abrazo, y con los pies bien separados del piso y atada como estaba, fue llevada hasta la recámara para ser usada por el vigoroso asno como juguete de placer, como muñeca de hule.

Primero de pie y con la frente apoyada en la pared, Don BernAsno se clavó en su interior con gran habilidad, empujón tras empujón, empujón tras empujón, y siempre tratando de llegar hasta la raíz, haciéndola sentir como ramera de cantina enculada por uno de sus frenéticos y entusiasmados clientes. Sin embargo la cornación de cara a la pared sólo fue el comienzo de la brutal faena, pues una vez consumados esos repetidos movimientos, la hizo caminar hasta la cama donde cayó con el asno en su espalda, quien enardecido y resoplando por la excitación, la abrazó con tal fuerza y pasión, que la también excitada muñeca no tuvo otra que morder los labios ahogando en su garganta toda queja de dolor, para así impedir que el asno se compadeciera de ella, y detuviera tal vez el desfile de exquisitos tormentos que tanta falta le hacían a su juvenil cuerpo.

Ah, cuánta experiencia y sabiduría, ese marrullero asno sabía muy bien cómo hacer felices a las mujeres. Como gran experto en lucha olímpica que había sido, hacía hábiles demostraciones de su poderío y dominio sobre la indefensa y rendida muñeca, aplicándole castigos de baja intensidad con esas manos de gorila, castigos que lejos de intimidarla le arrancaban sofocados y femeninos gemidos del doloroso placer, que la muñeca bien cuidaba de ahogar en la almohada con bastante dificultad, mientras el lujurioso asno le aplicaba con la paciencia de un inquisidor, un prolongado, fino, y doloroso tratamiento, destinado a curar la desobediencia de su rebelde muñequita.

Por lo menos una vez al mes la chiquilla se encargaba de provocar situaciones similares a la que viene de ser señalada. Y obviamente, todo funcionaba bien para ella, y solamente en parte había que compadecer a Don BernAsno, quien a veces parecía sentirse arrepentido de tratarla así. Oh el pobre BernAsno. El pobrecito no comprendía, el pobretón no entendía a cabalidad, que su muñeca lo estaba utilizando y manejando a voluntad. Por increíble que parezca, ese tratamiento permitía a la hembra disfrutar y gozar de cada entrega amorosa como si se tratara de la primera vez, persistiendo las sensaciones placenteras durante unos cuantos encantadores minutos. Era como si su conciencia le dijera: “Muy bien niña mala, ya pagaste por adelantado tus faltas, y ahora sí, tienes derecho a gozar todo lo que quieras, sin temor a represalias, sin temor a críticas, sin temor a interrupciones, sin temor alguno a impedimentos”.

Durante un tiempo todo parecía marchar sobre ruedas y sin tropiezos para la pareja despareja, aunque sin embargo hubo una ocasión en que Don BernAsno tuvo que salir de viaje por negocios de la hacienda, ausentándose por cinco semanas del lugar, tiempo en que la muñeca tuvo que soportar la necesidad que su cuerpo tenía de ser copulada, sobre todo durante las tranquilas y pacificas noches. Especialmente en esos momentos, especialmente en las nochecitas, estando en la cama y sin poder conciliar el sueño, sentía cómo le circulaba fuego por las venas.

A veces el silencio de la noche era roto por insistentes rebuznos que se escuchaban en la campiña, los cuales la chiquilla interpretaba con su mórbida imaginación, como un imperioso e insistente llamado de la naturaleza para el apareamiento. Obviamente aumentaba así el tormento de la princesita, pues sus entrañas la impulsaban a atender con urgencia la rebuznante y primaveral invitación del macho en celo.

Sabía bien que todo eso era obra del diablito que le había despertado Don BernAsno, y que ahora corría libremente por su cuerpo, provocándole una necesidad que ya no podía ser engañada con una simple masturbación. Pero conseguir lo que necesitaba no era propio de una jovencita como ella, así que estaba obligada a soportar la difícil situación, guardando una apariencia angelical cuando sus emociones eran las de un demonio.

La muñeca sabía muy bien que en uno de los establos cercanos había un burrito miniatura que era el que hacía esos ruidos que tanto la inquietaban y la ponían nerviosa. Este pequeño era un verdadero capricho de la naturaleza, que no servía para ningún trabajo útil en la estancia, pero que a ella sí podría servirle bien para resolver su molesto problemita. En su inquieta y lujuriosa mente, la chiquilla tenía el conocimiento de que perritos falderos así como ese tipo de bestias, con frecuencia eran usados para esos servicios de urgencia, y que a falta de otra cosa mejor finalmente resultaban bastante efectivos. En secreto pensaba la chiquilla en lo que este lujurioso animalito podría hacerle a una muñeca de carne y hueso. Desde luego que no sería tan cómodo como hacerlo con Don BernAsno, además de que se requeriría de ciertos aditamentos deportivos para protegerse, tal y como lo había visto en un video porno, en donde se mostraba de qué forma uno de estos pequeños animalitos enloquecía de placer a una chica, a la que traía bien ganchada mientras paseaba a su victima por todo el establo, buscando como todo macho el mejor y más firme acomodo para inmovilizar a su hembra, la cual a pesar de ser una exuberante y bien desarrollada rubia de aspecto nórdico casi tan grande como el animal, era gobernada no obstante con toda facilidad por ese pequeño, cuyas ventajosas armas para ejercer ese dominio eran su potente y largo miembro alojado por completo en la región rectal, y un férreo abrazo de cintura del que no había forma sencilla de librarse. Así que sujetada y ganchada en esa dolorosa forma, el femenino y escultural cuerpo de Venus estatuaria de esa singular chica, fue llevado de aquí para allá, como si fuera una muñeca de trapo, incapaz de oponerse a los caprichos de su atacante, unas veces contra la pared, y otras contra el piso, gruñendo con furia y empujando a su victima cuanto podía el animal.

Es muy posible que debido a su instinto, estas posesivas y dominantes criaturitas tuvieran la necesidad de dejar muy en claro quien mandaba, como si esa fuera una condición exigida por la naturaleza para transmitirla y heredarla a su descendencia. Durante el apareamiento entre mujer y animal, y sin ninguna prisa por terminar, el burrito tranquilamente se tomó varios minutos en ese juego, hasta que finalmente se afirmó bien contra la desnuda y bien torneada espalda de mujer que le servía como soporte, deleitándose con agitados movimientos de entrada y salida que continuaron hasta saciar sus bestiales ansias de tener crías. Y esto ocurrió no una sino varias veces, separadas ellas por breves pausas en las que se daba un respiro, para así alborotar con su peluda y resoplante nariz el dorado y liso cabello de su excitada victima.

Mientras evocaba las imágenes de ese video, en su fantasiosa y degenerada mente la muñeca se imaginaba a sí misma durante una oscura y fría noche de terrible tempestad, caminando hacia el establo como sólo ella sabía hacerlo, y con sus protectores de rodillas deportivos y su casco de ciclista puestos, para ofrecerle a ese infeliz burrito que estaba condenado a vivir sin aparearse, un manjar que ella evaluaba de incalculable valor. En sus fantasías, en sus visiones de ensueño, la chiquilla pensaba que acomodaba su cuerpo sobre una pila de sacos de trigo, para así obtener la altura necesaria, mientras esperaba el apretado y singular abrazo, seguido de la inevitable cornada y de las indescriptibles emociones que esa salvaje criaturita le podría arrancar, como recompensa por servirle de burra tal y como lo había hecho la chica del video, a la cual su fiero animalito arrancó genuinas y espontáneas expresiones de placer, que sin duda eran reales pues serían muy difíciles de fingir, aún para una buena actriz con experiencia.

Mucho había pensado en ese video y en los enigmáticos párrafos que cerraban las escenas. El audiovisual tal vez pretendía representar la lección de “quien manda”, tal vez pretendía llamar la atención sobre la generalmente desgraciada condición de los animales así como sobre los abusos de todo tipo cometidos por los humanos en todos los tiempos.

Recordaba por ejemplo que hacia el inicio del video, la cámara enfocaba el hermoso rostro de mujer cubierto por un antifaz, mientras se percibía la llegada y la aproximación del burrito, evidenciados por suaves pasos pero sobre todo por los gestos que hacía la chica, así como por las casi involuntarias expresiones que escapaban de su garganta, que eran como sofocados gemidos de placer y de dolor y de expectación.

Y también recordaba que al terminar la faena, burro y mujer quedaban ambos en el suelo, postrados por el éxtasis. El burro completamente inmóvil, mientras que la chica aún hacía leves contracciones con su cuerpo, moviendo al pesado burro hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, hasta a su vez quedar exhausta e inmóvil. El burro por su parte y aunque no se movía, no dejó de aplastar a la chica por largos minutos, hasta perder por completo la rigidez de su largo miembro.

Y luego y hacia el final de las escenas, la cámara se retiraba para que se apreciara por completo el dantesco cuadro. Este drama venéreo sin duda pretendía transmitir un mensaje cifrado, un mensaje simbólico, que tal vez quería significar un pago que una especie le hacía a la otra, por haber realizado abusos sobre los burritos durante tantos siglos, utilizándolos como bestias de carga, utilizándolos para paseos y juegos infantiles, utilizándolos para trabajos peligrosos, utilizándolos en los espectáculos circenses, y en momentos especiales de penuria utilizándolos incluso como comida. Ahora estos pequeños, debido a sus adecuadas dimensiones y a su enorme atributo viril, eran los encargados de cobrar factura por su milenario trabajo, o por lo menos eran los encargados de equilibrar las cosas pues de esas acciones de apareamiento resultaban beneficiados tanto los ejemplares de una especie como los de la otra.

Gracias al video, la muñeca sabía que el truco para manipular a estos pequeños, consistía en luchar un poco con ellos, para después soltar por completo toda su frágil y femenina figura, haciéndolo sentir que la había rendido, dando la apariencia de quedar sumisa y receptiva. Y aunque hubo noches ideales en las que el insistente llamado de ese lujurioso amiguito casi logra vencer su voluntad, la muñeca continuaba resistiéndose y resistiéndose. Por portentosa que fuera el arma del animal, sin duda ella prefería a un ejemplar de su propia especie.

Pero finalmente fue la naturaleza quien terminó por quebrantar esa frágil voluntad, y durante una de esas tormentosas noches de la temporada de huracanes, con la respiración agitada y con el corazón latiendo como tambor, la muñeca llegó hasta las puertas del establo con sus aditamentos deportivos puestos, mientras el ruido de la fuerte lluvia caía como diluvio, y los ensordecedores relámpagos la tentaban al ofrecerle la oportunidad de así poder cubrir los agitados gritos de angustioso placer, que sabía bien ese pequeño sería capaz de arrancarle si lo dejaba descargar en sus entrañas la bestial lujuria que lo atormentaba. Y mientras se decidía, tragaba saliva con dificultad al darse cuenta de que el inquieto y ansioso burro ya había captado su presencia en la entrada del establo. Hacía varios días que lo tenían encerrado en ese lugar debido a las travesuras que hacía, y por entre las rejas de su corral resoplaba el pobrecito con gran impaciencia, observando con lujuriosa atención la imponente y femenina figura de esa presumida diosa a la que sin querer había atraído, pues como animal que era podía presentir las emociones humanas, y ahora sabía que lo que había atrapado con su anzuelo era nada menos que “el premio mayor”, una verdadera cena de lujo que no se debía dejar escapar por ningún motivo, razón por la cual el animal permanecía tranquilo y silencioso, tratando de inspirar confianza a su victima. Lo delataba sin embargo su agitada respiración, que podía verse por el vapor que exhalaba al ambiente, evidenciando la tremenda temperatura interna a la que se encontraba su cuerpo. Pero luego de un rato en el que la larga espera empezaba a impacientarlo, instintivamente el burrito ejecutó con su cuerpo un vigoroso y rápido movimiento dorsal, con el que se dio un fuerte golpe en la panza con su largo y erecto miembro. Y con esto le hacía saber a la muñeca que “la de hacer burritos” estaba lista y disponible para ella. Y aunque la muñeca sabía bien que ese pequeño cobraría muy caro la prolongada espera a la que lo estaba sometiendo, una parte de ella ansiaba ser castigada por ese salvaje y despiadado burrito, en consecuencia recibiendo en sus entrañas la fenomenal mecateada que acostumbraba darle a los bultos de trigo, pero otra parte de ella le decía que era mejor volver sobre sus pasos. De todas formas controló la faja que llevaba puesta, la que había sido recomendada en el video como elemento de seguridad, y para así minimizar posibles rasguños o heridas que pudieran provocarse los contendientes durante los forcejeos y los prolegómenos. Conocido era el llamado “Estirón de la Obediencia”, con el que estos pequeños solían doblegar la rebeldía o la falta de receptividad de sus victimas.

Sin duda en ella jugaban dos fuerzas en ese momento: la curiosidad y la prudencia. La prudencia le decía que tuviera cuidado, pues una vez capturada por el animal y colocada en posición, sin duda no habría marcha atrás que fuera posible. También la prudencia le decía que el juguetito del burrito era más grueso y más largo que el de Don BernAsno, y que por tanto podía hacer estragos en su anatomía. Y también la prudencia le decía que ese largo y anchuroso miembro cuya tremenda hinchazón primaveral lo mantenía casi pegado a su panza, invariablemente sería clavado contra lo único que estaba a esa altura, y que una vez internado en sus entrañas no soltaría a su presa hasta quedar deslechado a más no poder, y la hinchazón primaveral aliviada por completo. Pero la curiosidad la carcomía y la impulsaba a continuar, como dirigida por una misteriosa y poderosa fuerza.

Finalmente la muñeca se acobardó y regresó corriendo a su cuarto, y una vez dentro recargó su espalda en la puerta para cerrarla, mientras se deslizaba al piso con los párpados apretados, sufriendo tanto como ese pequeño cuyo enojo se podía escuchar aún con la lluvia y los relámpagos. Esta vez la sensatez y la prudencia habían ganado la batalla, pero sin embargo se intuía que la guerra podía estar perdida, pues faltaba menos de una semana para que se presentara el periodo de ovulación de la chiquilla, que según habían dicho en el noticiero, sería justamente la noche en que estaba pronosticada la peor tormenta tropical de la temporada. Y cuando eso sucediera, tal vez ella no tendría otra opción que rendirle pleitesía a ese amiguito, que emprimaverado y sin riendas como estaba a causa del prolongado encierro, y ansioso por dar su primera cogida de iniciación a una hembra, no tendría clemencia para hacerla pagar por todas las veces que lo rechazó. Así que por lo pronto decidió esperar, confiando en que soportaría el paso de esos días, hasta que su BernAsno finalmente llegara, quien aún iba a tardar algo más de una quincena. Finalmente quince días no era tanto tiempo.

Por suerte para la princesita, ella pudo reprimir esas alocadas y bestiales tentaciones pero con cierta dificultad, y cuando Don BernAsno regresó a la hacienda, las cosas volvieron a la normalidad.

Obviamente la muñeca tenía preparado para la ocasión, un cuento fantástico y sumamente convincente de todo lo ocurrido durante la ausencia del hombre, pero su BernAsno, haciendo uso de esa gran madurez que otorga la edad y la experiencia, aceptó en silencio todas las historias, y jamás le preguntó nada de nada, ni siquiera acerca de las mordidas de burro que tenía en su espalda. Solamente se dedicó a amarla como siempre lo había hecho, pues nada era más importante para él que estar de nuevo con su amada muñequita. Eso hizo sentir a la chiquilla el calor y la protección de alguien que era capaz de amarla tanto pero tanto, como para pasar por alto ciertas cosas y como para perdonar las debilidades humanas, las cuales a fin de cuentas y en realidad, habían sido dictadas y promovidas por dicho protector en persona.

Sin embargo la vida nos lleva de un lugar a otro, y tras los festejos de mis quince primaveras, mis padres me mandaron a estudiar al extranjero. Ese había sido el deseo de ellos desde siempre. Ese también había sido mi sueño desde hacía años.

El fin de semana anterior a mi partida, obviamente la pase con mi BernAsno, y le aseguré que jamás lo abandonaría y que le sería fiel. Pero por la madrugada y antes de salir de su habitación, a modo de broma y para distender el ambiente, me dirigí a su muñeca de hule diciéndole a viva voz: “Te lo encargo hermanita, cuídalo y quiérelo”. En esa situación Don BernAsno me abrazó tan fuerte, que me tronaron los huesitos de todo el cuerpo, y por fuerza tuve que separarlo de mí, o de lo contrario me lo hubiera tenido que llevar de equipaje.

El tiempo pasó, en verdad miles de cosas pasaron en ese período en el que la pasé lejos, pues cada vez surgían nuevos compromisos y retos y tareas y descubrimientos y desafíos que ocupaban mi mente por completo. Mis cursos y mis laboratorios y mis exámenes. Mis perfeccionamientos en los idiomas y mis prácticas de conversación. Mis lecturas. Mis visitas a museos. Mis acrobacias dirigidas. Ciertamente también obligaciones adquiridas y los sentimientos íntimos que afloraban. Con innumerables tropiezos iniciales logré hacer grandes cosas, pues en algún momento, cuando me sentí derrotada y triste tratando de recordar todo lo que había amado, y al no encontrar reemplazo en forma alguna, traté de cambiar entonces el rumbo de mi vida, y descubrí que con sólo cambiar los términos de la petición en la oración de Don BernAsno, eso serviría para atraer como imán las cosas que amamos pero que siempre están fuera de nuestro alcance. Soy creyente pero no devota, y más bien creo que esas oraciones tienen que ver con fórmulas de inducción mental, pues en poco tiempo logré realizar una de mis mayores ambiciones, algo para lo que muchas nacimos pero que muy pocas conseguimos…

Las semanas se convirtieron en meses, y un buen día, cuando por fin encontré la oportunidad de visitar mi país y mi hacienda, surgieron de nuevo los recuerdos, las visiones, los perfumes, los colores… Y mientras el vuelo esperaba y los tramites de aduana transcurrían, pensaba en mi BernAsno, el dueño de mis tres virginidades, y a quien sin duda tendría que rendirle cuentas a mi llegada, pues yo no había tenido actividad sexual en todo ese tiempo que había pasado lejos, y pensaba que mi encuentro con él sería igual de doloroso que la primera vez. Había hecho el esfuerzo de la abstinencia solamente por él, para agradarle. Ese sería mi especial regalo luego del viaje. Por cierto los dolores o las dificultades de una segunda primera vez no me importaban. Tenía grandes deseos de ser atormentada de nuevo por esa verga de asno que no conocía la clemencia, y quería darle la sorpresa, y decirle que su muñeca había sido seleccionada para participar en la Primera Línea de la exclusiva pasarela “Victoria’s Secrets”, y que esta vez tendría en su cama a una autentica “Súper Modelo”, para hacerle todo lo que él quisiera, y para complacerlo en todo. Pasados algunos días tal vez iríamos juntos a una playa, donde el hombre podría presumir con su chica paseándola con una deliciosa tanga. La cercanía del encuentro y las posibilidades que en desordenado tropel me venían a la mente, junto al carreteo del avión al posarse suavemente en tierra mexicana, me produjo sorpresivamente unas cosquillitas que ya me eran bien conocidas y familiares.

Al llegar a mi pueblo muy temprano me recibió mi familia y el resto de la comunidad. Los sirvientes de la casa estaban felices de que la princesita hubiera regresado, pero mordiéndome los labios por la ansiedad y casi sin discreción, volteaba continuamente hacia el área donde habitaba mi BernAsno, pero no le veía, pero no había rastro de aquel hombre, de aquel súper macho. En fin, pensé que andaría ocupado en el pueblo cercano, o con alguna otra encomienda.

Luego mi madre organizo el desayuno, y casualmente vio que hacía falta cierto condimento, y de inmediato vinieron a mi mente los recuerdos de la bodega de vinos. Con el mayor disimulo le dije a mi madre que le pidiera a Don Bernardo que lo trajera, ya que él estaba familiarizado con la bodeguita pues de vez en cuando hacía allí alguna tarea.

Mi madre y dos de las sirvientas se quedaron mirándome sin decir palabra, y luego de una inequívoca señal de mi progenitora, las sirvientitas salieron rápidamente del comedor. Y mi madre se acercó a mí en forma un tanto misteriosa. Extrañada, le pregunté qué estaba pasando, y pude leer en su angustiado rostro la amarga respuesta. Ya francamente alterada le dije: “No, no, dime por favor que no es cierto lo que estoy pensando”.

Como mujer que es mi madre, intuyó inmediatamente que entre él y yo… Y sin decir palabra, mi madre me abrazó para consolarme, mientras lloraba… Le pedí entonces que me contara detalles… Ella bajó la cabeza y solamente me dijo que había sido un infarto mientras trabajaba, y aunque anduve indagando, nadie más me quiso dar detalles… Pero en mi fuero íntimo yo estoy segura de que lo encontraron abrazado a su muñeca de hule, venerando a su diosa… Mi mente no podía elaborar otra cosa. Seguramente el infarto lo había sorprendido en plena faena…

Y bueno, el tiempo pasa, y cada cual trata de seguir su vida. Luego de unas plácidas y tranquilas semanas en la estancia, tuve que partir de nuevo a cumplir con mi pesada agenda de compromisos en Italia y en Noruega. Pero antes de irme fui al cementerio del pueblo. Quería darle el último adiós a quien no solamente me había enseñado a gozar sino también a ser humilde, a pesar de tener muchas cosas casi sin esfuerzo, debido al hogar en el que por azar había nacido. Sin duda ese campesino medio bruto y mal hablado, me enseñó también a valorar el contenido humano de las personas por encima del aspecto físico y por encima de los modismos y de las expresiones, y por sobre todas las cosas, me enseñó a obrar milagros pura y simplemente con el poder mental del amor, adosado sólo con un poco de fetichismo.

En el cementerio no fue difícil encontrar la lápida que yo misma le había encargado días pasados en una funeraria de la localidad. Llevaba conmigo una flor como la que oportunamente él mismo me había obsequiado cierto día. Al llegar al lugar rápidamente deposité la flor, y leí la leyenda en la lápida: “Aquí yace un hombre de verdad, quien tuvo el privilegio de hacer sus sueños realidad”.

Fin de la historia…

Sugerencia: Dejar pasar al menos veinticuatro horas para leer el epílogo que sigue más abajo.

Epílogo

Perdón, perdón, era sólo una sugerencia pues en verdad nadie lo hace por estos días, nadie espera esas veinticuatro horas, esas interminables veinticuatro horas…

Como en toda película, hay escenas y personajes no incluidos por razones de espacio, edición, o concordancia con el resto de la trama, y obviamente nuestra historia no es la excepción…

A continuación, el desarrollo tras bambalinas de la obra con sus escenas inéditas…

0. Escena Culminante.

1a. Toma 1: La Muñeca tras su primer Orgasmo.

Como ya lo había comprobado ella con la anterior muñeca, Don BernAsno era capaz de repetir la acción en más de una ocasión, así que esperó mientras disfrutaba sintiendo cómo las anchas narices de esa bestia resoplaban el agitado y caliente aire de su respiración sobre su propia nuca y espalda.

Luego de un rato Don BernAsno volvió a la actividad, y acariciando la oreja de su muñeca le murmuró algo al oído. Ella movía la cabeza negándose, pero Don BernAsno le mordió la oreja hasta que finalmente la chiquilla movió la cabeza afirmativamente. Y entonces él se acomodó sobre ella, y abrazándola con mucha fuerza simplemente esperó.

La Muñeca empezó a mover al asno que tenía montado sobre ella hacia adelante y hacia atrás hasta que…

1b. El DIRECTOR interrumpe la Toma 1.

– ¡CORTEN! … ¡CORTEN! … Pero no puede ser, otra vez metieron la pata.

– Todos a receso, en quince minutos continuamos… ¿Qué te pasa Muñeca? Debes de moverte lentamente, poco a poco y sólo hasta que Don Bern… digo y sólo hasta que el asistente de cámara te dé la señal, y entonces lo haces algo más rápido… ¿Entendido? Bueno Felipe, desgánchala y disculpen todos un momento, ahora vuelvo.

1c. Diálogo entre PRODUCTOR y DIRECTOR.

PRODUCTOR: Oye Eduardo, ahora sí estoy nervioso. ¿De veras crees que puedas con este “material”? El presupuesto ya casi llegó al límite, y el tiempo se nos viene encima. Los accionistas quieren un informe esta misma tarde, y no sé cómo convencerlos de que todo va bien.

DIRECTOR: Tranquilízate hombre, ten fe en mí, no es la primera vez que trabajo con inútiles que quieren ser artistas. ¿Recuerdas por ejemplo “ENCUENTROS CERCANOS”? Andabas igual de nervioso, y ya ves el éxito fulgurante que obtuvimos… Entre nosotros, te diré que ya rodé todas las escenas que me interesaban, y éstas que hacemos ahora son las de menor importancia, pero debo rodarlas como requisito para redondear la historia y completarla.

PRODUCTOR: Bueno, sí, y reconozco que lo mismo me dijiste cuando hicimos “TIBURON” y obtuvimos éxito de taquilla y elogios de la crítica, pero… Esta vez creo es muy diferente… Los tiempos han cambiado, y la presente no es una historia para niños. Estamos tocando un tema que afecta el subconsciente colectivo. ¡Todo el clero se nos va a venir encima! Ciertamente esta vez se trata de una historia de penetración mental, todo un desarrollo de neuro-lingüística, y en verdad, creo que la guerita esa sólo sirve para cantar sus estúpidas canciones de rock y para lucir esos ridículos sombreritos, pero como actriz no vale nada y nos va a hacer quebrar. ¿No sería posible reeditar todo con otra actriz? ¿Por qué no contrataste a Lolita?… ¿O incluso a Nicole?… Nicole podría ir muy bien en el papel, es muy sexy, sabe moverse, y tiene unas curvas de ensueño.

DIRECTOR: ¿Y hacer eso con el presupuesto que me asignaste? Ah, olvídalo, estás soñando, no les podríamos pagar ni una semana. Esta papusa aceptó porque cree que con esto se convertirá en actriz, complementando así su carrera como cantante… ¡Pero sí cómo no!

PRODUCTOR: ¿Y Pamela?

DIRECTOR: Mhmm… Demasiado vulgar.

PRODUCTOR: ¿Y la “Caza Vampiros”?

DIRECTOR: Platiqué con ella, la encontré en la playa y me dijo que estaba libre, pero que no podía porque estaba recuperándose de la “despedida” por el cierre de la serie que le hicieron sus amigos los vampiros. Me explicó que tras la briaga celebración, el elevador en vez de bajar subió hasta el penthouse del edificio, donde la estaban esperando todos para pescarla. Y hasta hicieron fila para clavarle la estaca… en el corazón… Esa piba quedó desecha, y por un tiempo no podrá trabajar.

PRODUCTOR: Pero no puede ser. Si en esta ciudad pones un aviso para actuar como extra, y te vienen doscientos. Hay una cantidad enorme de personas que pretenden ser actores y actrices. ¿Y que tal la heredera de la cadena de hoteles?

DIRECTOR: Ha sí… esa flaquita hubiera estado ideal para el papel, es de las que quieren convertirse en actrices a toda costa. Lamentablemente estaba ocupada haciendo unos comerciales para las hamburguesas, como también lo estaban Jessica y Cristina haciendo la propaganda de las sodas esas que envenenan a largo plazo.

PRODUCTOR: ¿Y tu ahijadita Dorotea? Ella jamás se negaría si tú se lo pides.

DIRECTOR: Mhmm… Sí, así es, pero con ella siento como que estoy cometiendo incesto. Tú sabes… Al final E.T. diciéndole: “Sé buena niña”, y todo el publico llorando a más no poder… Ahora no la pueden ver de vampiresa, toda pintarrajeada, y montada por un asno profesional. No, Dorotea mejor no, creo que nos puede salir peor el remedio que la enfermedad. Nos tenemos que seguir quedando con esta inútil, que es puro cuerpo, abundantes y abultados senos, destacado culo, y nada de cerebro.

PRODUCTOR: ¡Pero mírala! Ya está otra vez con su inseparable paletita de dulce coqueteando con todos. Sé bien que tú tienes buen olfato para obtener éxito donde parece imposible, pero… ¿Qué fue lo que te hizo aceptarla para esta obra?

DIRECTOR: Pues realmente no había muchas opciones, las únicas que aceptaron el papel fueron ella y Carmen, pero Carmen se nos cuarteó en cuanto le dijimos que el animalito le tenía que entrar “allá” por donde te platiqué, y nos dijo que ni por un millón de dólares haría eso… La muy tonta no sabía que teníamos un tope de diez millones para negociar, y que perfectamente se podía haber embolsado unos ocho millones para ella solita.

PRODUCTOR: ¿Y por qué por “allá” Eduardo?

DIRECTOR: Bueno, recuerda que para que la obra tenga éxito debemos cubrir también al público gay, y con los antecedentes de ella, de paso atraemos también a sus amigas lesbianas. Y así, al final de la obra todo el mundo amará a uno de los dos y/o a la propia historia.

PRODUCTOR: Cierto… Muy cierto Eduardo… Excelente Eduardo… Como siempre eres un genio, pero igual yo sigo nervioso. Creo que deberíamos de meterla en agua helada de veras a esa mocosa, y darle unos azotes de verdad como los de la historia, y luego morderla y…

DIRECTOR: Para de soñar amigo mío, para de soñar… ¡Todos a escena, última llamada! En posición querida, y tú móntate como ya sabes… ¿Ya la tienes ganchada?… Bien, bien, bien… Déjame acomodarte el pelo querida mía… Mhmm, el maquillaje de tus ojos tiene algo que no me gusta… Déjame quitarte eso, y también los aretes, pues en esta escena no debes llevar pendientes… ¿Pero Dios mío, acaso no leíste el guión?… No, claro que no, tu guión era demasiado difícil de estudiar y de memorizar… Y el resumen es muy sencillo: “Quietita y adolorida”… ¡Oh por Dios! Princesa, por favor, borra esa burlona sonrisa de placer cuando te toco o te digo algo, que me enfermas… Se supone que te acaban de reventar y que estas sufriendo, y entonces no puedes estarte sonriente y chupandote los labios cada vez que se acomoda el burrito que tienes por compañero… Él es un profesional y sólo está buscando lucir como lo ordena el guión… ¿Entiendes lo que es eso queridita mía?… Hay que respetar el guión… ¡No, pero qué vas a entender!… Y tú BernAsno, agárrala de los cabellos con las dos manos… Sí, eso es, más fuerte aún, bien fuerte… Bien fuerte… ¿Lo vez mi amor?… Precisamente esa es la cara que quiero que pongas… ¿Verdad que es bien fácil actuar?… Bueno, bueno… ¿Ya están todos listos?… Y por favor princesita, queridita mía, ya déjate de estarme sacando la lengua cada vez que me volteo… Ya no eres una niña y yo no soy uno de tus profesores… Compórtate como actriz por favor… Atención… Corre secuencia… ¡Luces!… ¡Cámara!… ¡Acción!…

2a. Toma 2: Reiteración, La Muñeca tras su primer Orgasmo.

Como lo anticipó ella, en breves minutos Don BernAsno volvería a la carga tal y como lo había visto desde su escondite en el techo, con la diferencia de que ahora ella sería la pobre muñeca.

Don BernAsno se acercó a la oreja de su muñeca, para murmurarle algo al oído que la hizo apretar con fuerza sus párpados, negándose con un débil movimiento de su cabeza a hacer lo que se le pedía. Pero Don BernAsno la tomó por el cuello con sus manos de gorila, sujetándola de esta forma y mordiendo su oreja, hasta que la hizo mover su cabeza para expresar aceptación. Acto seguido la muñeca clavó su frente en la cama, y arqueando su espalda empezó a hacer imperceptibles movimientos, los cuales luego de un rato consiguieron mover al pesado asno que tenía montado sobre ella. Hacia adelante y hacia atrás. Hacia delante y hacia atrás. Simulando de esta forma los movimientos de entrada y salida de una poderosa longitud, la que sin duda sería la envidia de cualquier serpiente.

Poco a poco los movimientos se acentuaron, como si él realmente lo estuviera haciendo. Y luego de varios segundos en estas prácticas, la excitación de la pareja era evidente, y pronto empezaron a llegar al clímax.

Por un lado sollozantes gemidos característicos de la hembra excitada, y por otro lado los rebuznos y ronquidos del macho. La muñeca se movía frenéticamente, clavándose con fuerza al excitado asno bien dentro de ella, quien en situación un tanto pasiva se dejaba llevar por los movimientos de la hembra…

2b. El DIRECTOR interrumpe la Toma 2.

– ¡CORTEN! … ¡CORTEN! … ¡Todo perfecto, se imprime!… ¡Qué bárbaro!… Esta vez les quedó genial, los felicito… Realmente excelente, y tal como quería… ¡DIJE QUE CORTEN!… ¡MUÑECA!…

– Y ustedes, los de ahí atrás, no se queden parados como estatuas, traigan al director de escenografía y armen el establo, preparen los efectos de lluvia y viento con relámpagos, que los de vestuario le coloquen a la muñeca las rodilleras, el casco, y un protector de cuello… Sí, eso es, también una ajustada faja de gimnasta y el más sexy atuendo que encuentren para juego de tenis. Pero no pongan ropa interior, tiene que verse bien pero bien sexy, y muy sugestiva… Pero… Pero… ¿Qué están haciendo?… ¡No imbéciles! En esta escena la actriz no lleva maquillaje, claro está, obviamente… ¿Se imaginan cómo quedaría la cara de la actriz con la lluvia?…

– ¡ATENCION TODOS! En treinta minutos empezamos con la primera toma del “Burrito EnAno”… ¿Y tú, ya tienes listos los guiones?… ¡Oh! por Dios, inútiles, estoy rodeado de inútiles y de estúpidos… Creo que en esta escena, el único que hará correctamente su trabajo será el burro… Ustedes son todos unos incompetentes…

2c. Nuevo diálogo entre PRODUCTOR y DIRECTOR.

PRODUCTOR: (En voz baja) Oye Eduardo, ven acá. Necesito hablarte en privado… es urgente…

DIRECTOR: (Fuera del área de filmación) ¡Que pasa! ¿Qué es tan urgente para que me interrumpas?…

PRODUCTOR: Acabo de hablar con los accionistas y cancelaron ya el presupuesto, esta vez tienes que hacer magia editando las escenas filmadas hasta el momento. Obviamente no podemos seguir filmando.

DIRECTOR: Eso no es problema, pero… ¿Y ahora, qué le decimos al escritor de la obra?

PRODUCTOR: Eso déjamelo a mí… ¿Quien es ese escritor?

DIRECTOR: Tú sabes bien quien es… Solamente hay una persona que puede escribir así, con esa fuerza, con esa vivencia, con ese realismo, con esa soltura…

PRODUCTOR: ¡Ah! Sí, sí… Alguien que siempre vive enamorado de la idea de enamorarse.

DIRECTOR: Correcto. ¡Y no sabes cuánto me insistió en que editara fielmente la historia, y sin que faltara ninguna escena, pues esta obra es producto de su último amor! ¿Sabías que el muy tonto se enamoró de una joven que fue la que le inspiró esta trama?

PRODUCTOR: Seguramente será alguna con los atributos físicos que describe en la historia… Oh, Dios mío… Seguro debe de haberse enamorado de una cualquiera…

DIRECTOR: Bueno, digamos que así la veía él, en forma idílica, tal como la describe en el texto… Pues según me explicó con claridad, a su entender y su sentir, esa chiquilla era el complemento perfecto que había estado buscando para producir el “éxtasis dorado”, que muy pocos logran conocer en su vida.

PRODUCTOR: ¿Éxtasis como el que Don BernAsno y su Muñeca logran construir?

DIRECTOR: ¡Exacto!... Algo que ni siquiera los que se dicen “Casanovas” podrían entender a cabalidad… Ahora puedes adivinar a quienes se refería con el adjetivo de “Fornicarios”. Como un amigo y consejero que soy del protagonista de la historia, traté de advertirle que ella solamente se estaba burlando de él… Y efectivamente así fue… Ella le hizo creer que el “arroz” se estaba cociendo, para luego voltearle todo exactamente al revés… Pero únicamente para que te rías, para que te diviertas un rato, te diré que el muy tonto sigue enamorado de ella, y es por esa causa que estamos ocupados con este emprendimiento… El pobre tipo, el pobre desgraciado, invirtió todos sus ahorros en esta obra… Y el muy inocente cree que con la obra en parte va a revivir lo que vivió, cuando en realidad no vivió realidades sino que soñó fantasías… Aunque a decir verdad creo que ella también es una tonta, pues algún día comprenderá que lo más escaso y raro que hay en el mundo es el amor de verdad… Curiosamente esto es típico de las mujeres… Rechazan a quienes las necesitan y a quienes las aman de verdad, y en cambio aceptan lo más inconveniente que por ahí aparece, para así adornar su vida, para así tener algo que mostrar.

PRODUCTOR: Sí, es verdad, solamente en las novelas y en las películas las mujeres aceptan a quienes se han enamorado de ellas… Y es por eso que en la vida real muchas terminan enamoradas de un hombre casado… o de su maestro de escuela… o de un gay… pero nunca del hombre que las necesita por haberlas reconocido instintivamente como su complemento… ¿Crees que tenga alguna causa común ese comportamiento?

DIRECTOR: Hace tiempo recibí el guión para una obra sobre una temática que nunca había tratado antes… Se trataba de una historia bíblica, en la que Dios estaba planeando crear a los humanos, y el Diablo de casualidad se enteró de que iban a ser tan perfectos que serían inmunes a su influencia… Y entonces el Diablo protestó y protestó… Y entonces el Diablo se confabuló… Y entonces el Diablo obstruyó todas las vías lácteas de constelaciones y galaxias, con una copiosa marcha de ángeles rebeldes, reclamando así el derecho de participar en dicha creación.

PRODUCTOR: Ah sí, oí algo de eso… ¿Y el Diablo, consiguió finalmente realizar sus propósitos?

DIRECTOR: No exactamente… Los ángeles diseñadores argumentaron que ya tenían al hombre terminado, y que solamente le dejarían participar en la creación de la mujer… Pero que de acuerdo a las leyes celestiales, solamente le dejarían crear una sola cosilla de ella… Y para que el Diablo no se excediera, los ángeles diseñadores protegieron todas las partes de la mujer, de pies a cabeza, para que cualquier intento de sabotaje fuera invertido… Y llegado el gran día al Diablo le hicieron la gran pregunta: “¿Cuál parte de la mujer es la que tú quieres construir?”… Y el Diablo, tranquilamente, jugueteando sobre una mesa estelar haciendo remolinos de estrellas con sus uñas, les dijo: “De acuerdo a la ley celestial que me otorga el derecho a participar, he decidido… he decidido… hacerle la mente”.

PRODUCTOR: ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¿Y entonces el Diablo se salió con la suya?

DIRECTOR: Según la obra, la protesta de los ángeles diseñadores no se hizo esperar, y luego de una prolongada discusión y tras arduas negociaciones en las que el Diablo no quitaba el dedo del renglón, tuvo que intervenir el “mero jefe” de todos y se suspendió el proyecto de creación de los humanos, y sólo después de muchos siglos ellos aparecieron repentinamente en el tercer planeta de un sistema solar casi olvidado… Obviamente la versión oficial entre los ángeles, fue que se optó por rediseñar la mente de ambos, hombre y mujer, pero con la participación del Diablo, y bajo el hábil argumento por parte del Diablo, de que si eran tan listos algún día evolucionarían hasta encontrar la fórmula para hacerse inmunes a su influencia… Los registros de dicho acuerdo fueron grabados en sus cuerpos, y por órdenes del “mero jefe” no podrían ser leídos hasta el siguiente alineamiento de cuatro planetas de un sistema solar de nueve planetas o más, que el Diablo eligiera para allí colocarlos para que vivieran… Y casualmente ese alineamiento ocurrió en el año en que terminaron el “Genoma Humano”… Y parece ser que el “mero jefe” sigue jugándonos rudo, pues ya encontramos la escritura, pero ahora tendremos que aprender a leerla, solamente para enterarnos qué remolidos diablos hicieron con la mujer…

PRODUCTOR: Muy divertido, pero creo que eso no le haría ninguna gracia a nuestros amigos los abates y los curas… Bueno, sea cual sea la causa, mientras ese tonto siga enamorándose así y escribiendo historias, nosotros seguiremos ganando un buen dinerillo… Mhh, dinero, creo que es lo único bueno que hizo el Diablo… Casualmente es con lo único que logras enamorar a las mujeres… Bueno Eduardo, será mejor que te pongas a editar de inmediato todas las escenas con las que contamos… Como siempre confió en ti… No me falles esta vez… Y a propósito… ¿Cómo dices que se llama el escritor?

DIRECTOR: Muñeca Viviente.

PRODUCTOR: No, yo no me refiero a la chica que inspiró esta obra, me refiero al autor de esta obra… ¿Me lo vas a decir, verdad, o es algo que piensas reservarlo? Ciertamente creo que cuando publiquemos esto por tierra, mar, y aire, el público del mundo entero querrá saber el nombre del escritor…

DIRECTOR: No, no soy tan vulgar como para decirte todo… Algo de misterio siempre hay que poner en las historias… Así que solamente te diré que quien efectivamente escribió esta obra, y quien modificó levemente e inteligentemente algunos hechos para que los mismos pudieran ser escritos con mayor efecto y repercusión literaria, en realidad es una mujer, y de ella te diré que en este momento nos esta leyendo…

Fin del escrito, fin de la narración, fin del epílogo…

OBSERVACIONES FINALES Y CONCLUSIONES

¿Leyó la narración anterior en forma completa?… ¿Le gustó? ¿No le gustó?… ¿Pudo o no extraer de esa lectura alguna enseñanza o conclusión o mérito?…

¿Opina el lector que el texto anterior es innecesariamente extenso, y/o que profundiza en léxico y en detalles que se refieren a inconducentes propuestas porno, que se refieren a innecesarias e indecentes propuestas contrarias a la moral general y a las buenas costumbres?… ¿Dicho escrito puede ser considerado como positivo o negativo, desde el punto de vista de los aportes que realiza en cuanto a las relaciones sexuales y en cuanto a las relaciones de pareja, tanto en lo que concierne a la población en general como en lo que concierne muy especialmente a la juventud?… ¿Esta historia puede aportarle algo bueno a los jóvenes, y muy particularmente a quienes aún no han tenido su iniciación sexual?…

Sin duda pueden hacerse algunas críticas al escrito anterior…

Como se acaba de insinuar, tal vez la historia es exagerada y arbitrariamente extensa… Obviamente hoy día el tiempo escasea, pues las personas frecuentemente tienen una agenda bastante recargada, y entonces los textos no se suelen leer completos si es que ellos son de gran tamaño… Además, en un escrito muy largo y con secuencias en algún sentido reiterativas, es bastante difícil mantener la tensión y el suspenso, es bastante difícil mantener en alto el interés del lector, con el consecuente riesgo de que se abandone la lectura por aburrimiento, por compromisos inesperados o previamente contraídos, por somnolencia, por simple desinterés, etcétera, lo que suele frustrar al lector, y lo que casi seguramente le impide sacar alguna conclusión o resumen de provecho…

También posiblemente se usen en el aludido escrito palabras gruesas en demasía, profundizando en detalles innecesarios de erotismo de subido tono, así como de prácticas sexuales no aceptadas por todos… Incluso tal vez algunos puritanos puedan indicar que esta narración incita a las jovencitas a masturbarse, y/o a apresurar su primera vez cuando aún no están maduras como para ello… Y tal vez algunos analistas sociales señalen que escritos como el aquí presentado, tendrán como segura consecuencia incrementar el embarazo juvenil, con toda la carga negativa que ello generalmente conlleva, madres solteras, familias monoparentales o por lo menos mal establecidas, parejas que con excesiva frecuencia se forman y que rápidamente se deshacen, y además niños maltratados y/o abandonados y/o creciendo con notorias carencias materiales y afectivas, etcétera, etcétera, etcétera…

Por cierto también está la otra cara de la moneda, por cierto también está el enfoque alternativo…

La maduración femenina y las fantasías sexuales y la actividad hormonal son inevitables en las jovencitas, y entonces tal vez convenga que ellas se preparen para una primera relación de otra forma, conociendo de antemano ciertas variaciones de los juegos sexuales y del coito que algunas parejas practican, y a pesar de que ciertos individuos rechacen abiertamente ciertas y determinadas prácticas, por considerarlas antinaturales, vergonzantes, aberrantes, repugnantes, descaminadas, monstruosas, absurdas… Siempre será preferible que las jovencitas aún vírgenes tomen conocimiento de ciertos preámbulos y componentes de las relaciones sexuales por la vía de la literatura, por la vía de escritos literarios y/o por la vía de escritos técnicos orientados por un sexólogo, que hacerlo por la vía de los hechos, y obligadas tal vez a ejecutar ciertos actos contrarios a sus preferencias y a sus sentimientos profundos, a veces a través de amenazas, y/o a veces a través de extorsiones de algún tipo o a través de la violencia simple y llana…

Y para los jovencitos, para los jóvenes heterosexuales de sexo masculino, el escrito que aquí analizamos también puede serles útil en algún sentido, pues no es infrecuente que ellos se inicien sexualmente con alguna prostituta en algún burdel o en alguna casa de citas, y entonces conviene que sepan que las profesionales del sexo están bastante habituadas a recibir clientes que van buscando de esta forma experiencias novedosas que no se atreven a plantear a sus parejas estables, como ser el sexo oral o el sexo anal, como ser incluso el maltrato verbal y la intimidación del acompañante, como ser incluso algún tipo de maltrato físico real o simulado, con alguna aproximación al sadismo, o al masoquismo, o incluso al sadomasoquismo… El sadismo o el masoquismo no son extraordinariamente frecuentes, pero sin duda existen… Y una cuota relativamente suave de brutalidad, de salvajismo, de agresión, de intento de violación, de castigo doloroso, o la simple insinuación de que se realizarán actos ligados con esos comportamientos, obviamente desencadenan sensaciones y emociones tan intensas que a veces facilitan la presentación de orgasmos muy intensos… Por cierto estos complementos del propio acto sexual, del propio roce suave o enérgico o frenético entre los órganos genitales de los dos participantes, no son nada homogéneos en los distintos individuos, y en muchos casos ellos se relacionan con fantasías infantiles, con traumas, con recuerdos, con prácticas anteriores que fueron casualmente placenteras…

La prostituta que se encama con un jovencito en su primera vez (generalmente de menor edad que ella), lo que quiere y busca es despachar al cliente lo antes posible, y por lo tanto generalmente comienza por hacer sexo oral para así calentar rápidamente a su acompañante y así provocarle una rápida eyaculación, lo que no siempre es del todo placentero para quien recibe ese tratamiento, pues en cuanto a las relaciones sexuales el componente psicológico y los preámbulos son de primordial importancia… Por lo tanto no es infrecuente que un jovencito iniciado con una prostituta salga decepcionado de esta primera relación, de esta primera aventura, y a veces incluso asqueado y repugnado y espantado y malhumorado… Lo que un jovencito sin experiencias sexuales probablemente necesita en su primera vez, es que no le apuren a consumar el acto, y que simplemente lo besen y lo acaricien para así crear un ambiente de intimidad y de confianza, y para así dejarle buscar el momento más adecuado para que él mismo tome la iniciativa…

Recordemos además que a pesar de Internet y a pesar de que de estos temas se habla hoy día con mayor libertad en los círculos de amigos, muchos jovencitos y muchas jovencitas llegan a su primera relación sexual sin mucha idea sobre la anatomía del sexo opuesto, así que no está nada mal que en la primera relación se avance en forma muy lenta, dejando que el iniciado explore el sexo del compañero o compañera de la forma que más le plazca, y sin forzarle, y sin plantearle procedimientos que generen algún tipo de rechazo o de incomodidad… El beso en la boca por ejemplo, es una manera excitante y suave de preludio de una relación sexual, pero atención, tal vez el joven o la joven sin experiencia espere un simple contacto de labios, y si en esas condiciones el compañero/a de buenas a primeras alarga su lengua y la hace penetrar en la boca del otro, con intercambio así de saliva entre ambos, por cierto no siempre ello es considerado placentero y aceptable y gratificante por el otro… ¡Bueno, y si aún esto puede llegar a desagradar a algunos, qué decir entonces si lo que se recibe en la boca y se traga es un líquido seminal o un lubricante fluido vaginal!…

Otro asunto que merece atención es el de los deseos obsesivos, de los objetivos obsesivos de Don Bernardo y de Muñeca Viviente…

En efecto, el campesino sin duda tiene un sueño obsesivo, tener buenas descargas sexuales, y consumar al menos alguna relación sexual con la señorita de la estancia… Y a este deseo principal, y a esta fantasía principal, tal vez corresponde agregar otra cosa adicional: Poder demostrar claramente a los ricos cómo viven y sienten los pobres, con una clara intencionalidad social final, tratar que las relaciones entre ricos y pobres sean más armónicas y equilibradas, y que en alguna medida se suavicen las diferencias de clase y las fracturas de clase…

En lo que concierne a Muñeca Viviente, ella también parece tener objetivos obsesivos o metas obsesivas, pues buena parte de la obra gira sobre la pérdida de virginidad de la protagonista principal, sobre su primera relación (anunciada o evocada, presentida o analizada), y sobre el placer y el dolor que ella sentirá durante la penetración y durante el coito… Pero hacia el final de la obra, se descubre por cierto otra importante aspiración personal del personaje femenino que tiene el rol protagónico: Ser modelo top, ser conocida y cotizada modelo de pasarela… Claro está, finalmente es el lector quien da o quita importancia a los diferentes planteamientos o a las diferentes pistas que encierra la obra, pero hay buenos indicios dejados por el escritor o escritora sobre este asunto de las estrategias de orientación de la propia existencia, entre ellos el epitafio que la protagonista encarga para la tumba del mancebo que la desfloró: “Aquí yace un hombre de verdad, quien tuvo el privilegio de hacer sus sueños realidad”… Bien puede establecerse entonces que en la obra se destaca el interés de plantearse ciertas metas personales y de conseguirlas, así como el paralelismo existente entre los deseos íntimos de los dos protagonistas principales, con el resultado de que de una forma o de otra ambos resultaron ser ganadores, ambos colmaron sus metas principales, con ciertas dificultades claro está pero ambos finalmente alcanzaron el éxito que más anhelaban…

Muy bien, hasta aquí en estas conclusiones finales hemos analizado algunas cuestiones referidas al contenido temático del escrito de Marbella Lizette Martínez Fernández, pero por cierto también puede ser interesante tratar ciertos asuntos relativos a la técnica literaria por ella aplicada…

En primer lugar concentremos nuestra atención sobre la longitud de las frases, pues sin duda muchas de ellas son exageradamente largas y complejas, llenas de adjetivos más o menos redundantes, llenas de complementos que se adicionan a otros complementos o a frases subordinadas…

Por cierto mucho se ha escrito sobre las técnicas literarias en sí mismas, y sobre los decálogos a seguir por los buenos escritores y también por quienes son escritores aficionados que aspiran a escribir cada vez mejor… Entre dichos consejos, en dichos decálogos, con frecuencia se resaltan las ventajas de la brevedad, de la sencillez, de la simplicidad, de la claridad… Y se recomienda por ejemplo suprimir adjetivaciones innecesarias o claramente sobre entendidas… Y se recomienda por ejemplo sustituir una frase muy larga por dos equivalentes… Con certeza el autor de MuñecaViviente no siguió estos consejos, pues tiene párrafos enormes así como frases extremadamente largas, y así como pasajes un tanto reiterativos, y a pesar de todo ello la lectura del texto no se dificulta en demasía y no desanima en extremo… En el escrito que estamos analizando, la redacción es aceptable, y la lectura no se hace aburrida y pesada…

De esta experiencia, de esta constatación, podemos sacar como conclusión algo en realidad ya señalado por muchos críticos literarios y por muchos expertos en literatura… Los consejos del buen escritor pueden ayudar a escribir mejor, pero no deben ser considerados como pautas obligatorias e inamovibles… En literatura no hay normas estrictas, pues toda regla puede ser transgredida con resultados no siempre negativos…

Pero otra cosa también a destacar de MuñecaViviente por lo novedosa y fuera de lo habitual, es el tratamiento que se da al narrador… Observe el lector las variaciones que el escritor plantea en cuanto al narrador, en cuanto a quien se supone hace el relato…

Recordemos en primer término el comienzo del escrito de Marbella Martínez Fernández…

«« ¡Lector, Escritor, Crítico literario, Pensador, Analista del alma! »»

«« ¿Cuándo fue la última vez que leíste algo que atrapa y que no pudiste parar de leer? »»

Así la escritora inicia un diálogo directamente con el lector, advirtiéndole algunas cosas en relación a la narración que seguirá, y dirigiéndose al lector como si éste fuera su igual, como si éste se encontrara a su nivel y como si en algún sentido participara en la obra…

Muy bien, pero acto seguido y muy rápidamente, se cambia de estilo y el narrador pasa a ser la protagonista principal de la historia, que no es otra que MuñecaViviente expresándose en primera persona…

«« Actualmente tengo 17 años, pero recuerdo cuando tenía 13 o 14 y vivía con mis familiares en una hermosa hacienda a las orillas de la ciudad, un bonito lugar donde teníamos toda la comodidad posible. En ese ambiente campestre pasaba largos ratos paseando por el hermoso paisaje natural, y allí contaba con el cuidado y la atención de los sirvientes de la casa, entre los que había un jardinero que decoraba nuestros patios. Era un hombre de baja estatura, maduro como de cincuenta y tantos años, de fiera y dominante mirada, robusto casi… »»

Se continúa así la narración casi hasta el final, casi hasta terminar, intercalando párrafos en primera persona supuestamente expresados por la protagonista principal, con párrafos expresados en tercera persona por un hipotético narrador omnisciente y omnipresente, quien en realidad supuestamente también es la propia protagonista principal de la historia, que así se expresa viéndose ella misma desde fuera, viéndose ella misma como extraña, y usando este recurso cuando precisamente se adentra en detalles concernientes a sus relaciones sexuales con el campesino, o concernientes a sus escabrosas pesadillas o fantasías…

Y bien… ¿Este recurso literario pretende establecer un simple cambio introducido por la escritora para hacer menos pesado el relato así introduciendo amenas variantes, o es que ello pretende significar algo?… Tal vez así la escritora quiere marcar lo que realmente se ajusta bastante bien a la realidad, con las lujuriantes fantasías y pesadillas, con las tormentosas fantasías y pesadillas de la protagonista central, que en realidad tal vez se hace el bocho ella misma, adulterando en algún sentido y en algún grado lo que realmente está pasando con su vida y con su entorno… Obviamente en lo que concierne este punto, corresponde al lector hacer sus conjeturas y tomar aquello que mejor se acomode a lo que el propio lector necesita para comprender e interpretar la obra, y para sacar de ella alguna enseñanza…

Este juego alternativo de frases en primera y en tercera persona terminan con las frases que se indican seguidamente…

«« En el cementerio no fue difícil encontrar la lápida que yo misma le había encargado días pasados en una funeraria de la localidad. Llevaba conmigo una flor como la que oportunamente él mismo me había obsequiado cierto día. Al llegar al lugar rápidamente deposité la flor, y leí la leyenda en la lápida: “Aquí yace un hombre de verdad, quien tuvo el privilegio de hacer sus sueños realidad”. »»

«« Fin de la historia… »»

Pero el relato no termina en este punto, pues la escritora vuelve a retomar brevemente su diálogo con el lector, para así introducir un interesante epílogo, el que en realidad no pretende expresar una moraleja o sugerir una conclusión o un mensaje, sino que este tramo se integra y forma parte del propio cuerpo del relato… En este complemento se obliga al lector a cambiar el encuadre de la obra, a cambiar su punto de vista en la interpretación de la obra, y aquí incluso se introducen nuevos personajes…

«« Sugerencia: Dejar pasar al menos veinticuatro horas para leer el epílogo que sigue más abajo. »»

«« Epílogo »»

«« Perdón, perdón, era sólo una sugerencia pues en verdad nadie lo hace por estos días, nadie espera esas veinticuatro horas… Obviamente llegados a este punto, los lectores se encuentran tan pero tan interesados en la historia, que no pueden parar de leer, pues quieren enterarse del desenlace lo entes posible… »»

«« Como en toda película, hay escenas y personajes no incluidos por razones de espacio, edición, o concordancia con el resto de la trama, y obviamente nuestra historia no es la excepción… »»

«« A continuación, el desarrollo tras bambalinas de la obra con sus escenas inéditas… »»

Y a partir de aquí la escritora vuelve a efectuar un giro de timón, vuelve a introducir un cambio brusco, modificando así el entorno y el punto de vista… Al mejor estilo del realismo mágico rioplatense, se obliga al lector a replantear sus hipótesis sobre la trama, pues la historia narrada pasa a ser el guión de una película porno que se está produciendo en algún estudio de filmación…

La escritora plantea así con mucha soltura y frescura, esos cambios de niveles y esas incertidumbres muy propias de la cuentística de Julio Florencio Cortázar Descotte… Y el lector ya no puede estar muy seguro si la narración pretende referirse realmente a algo que efectivamente aconteció, o si es un mero escrito de ficción… Tampoco se sabe muy bien si el escritor simplemente se inspiró en algo que realmente pasó al filmar y producir una película porno, o si la película nunca existió por ser también ella una ficción que pasó a enriquecer una historia real o ficticia… Además y en caso de haber efectivamente una base real, también se deja en la incertidumbre si parte de lo relatado son meras fantasías y alucinaciones, o si son sucesos que realmente acontecieron…

Y en cuanto al relator propiamente dicho, en varios de los tramos que siguen y cierran el escrito, se pasa al narrador objetivo e impertérrito que se expresa en tercera persona, y que probablemente ya no puede ni debe ser confundido con la protagonista principal, o sea con la muñeca viviente…

«« 0. Escena Culminante. »»

«« 1a. Toma 1: La Muñeca tras su primer Orgasmo. »»

«« Como ya lo había comprobado ella con la anterior muñeca, Don BernAsno era capaz de repetir la acción en más de una ocasión, así que esperó mientras disfrutaba sintiendo cómo las anchas narices de esa bestia resoplaban el agitado y caliente aire de su respiración sobre su propia nuca y espalda. »»

«« Luego de un rato Don BernAsno volvió a la actividad, y acariciando la oreja de su muñeca le murmuro algo al oído. Ella movía la cabeza negándose, pero Don BernAsno le mordió la oreja hasta que finalmente la chiquilla movió la cabeza afirmativamente. Y entonces él se acomodó sobre ella, y abrazándola con mucha fuerza simplemente esperó. »»

«« La Muñeca empezó a mover al asno que tenía montado sobre ella hacia adelante y hacia atrás hasta que… »»

A partir de aquí se introducen dos personajes adicionales, el Director y el Productor de un film, el Director y el Productor de una película porno, y en cuanto al formato de los párrafos, y en cuanto a la estructura de los párrafos, en muchos de ellos se adopta el estilo diálogo… Y esta modalidad se mantiene hasta el final de la obra, hasta el final último del escrito…

«« 1b. El DIRECTOR interrumpe la Toma 1. »»

«« – ¡CORTEN! … ¡CORTEN! … Pero no puede ser, otra vez metieron la pata. »»

«« – Todos a receso, en quince minutos continuamos… ¿Qué te pasa Muñeca? Debes de moverte lentamente, poco a poco y sólo hasta que Don Bern… digo y sólo hasta que el asistente de cámara te dé la señal, y entonces lo haces algo más rápido… ¿Entendido? Bueno Felipe, desgánchala y disculpen todos un momento, ahora vuelvo. »»

«« 1c. Diálogo entre PRODUCTOR y DIRECTOR. »»

«« PRODUCTOR: Oye Eduardo, ahora sí estoy nervioso. ¿De veras crees que puedas con este “material”? El presupuesto ya casi llegó al límite, y el tiempo se nos viene encima. Los accionistas quieren un informe esta misma tarde, y no sé cómo convencerlos de que todo va bien. »»

«« DIRECTOR: Tranquilízate hombre, ten fe en mí, no es la primera vez que trabajo con inútiles que quieren ser artistas. ¿Recuerdas por ejemplo “ENCUENTROS CERCANOS”? Andabas igual de nervioso, y ya ves el éxito fulgurante que obtuvimos… Entre nosotros, te diré que ya rodé todas las escenas que me interesaban, y éstas que hacemos ahora son las de menor importancia, pero debo rodarlas como requisito para redondear la historia y completarla. »»

«« PRODUCTOR: Bueno, sí, y reconozco que lo mismo me dijiste cuando hicimos “TIBURON” y obtuvimos éxito de taquilla y elogios de la crítica, pero… Esta vez creo es muy diferente. Los tiempos han cambiado, y la presente no es una historia para niños. Estamos tocando un tema que afecta el subconsciente colectivo. ¡Todo el clero se nos va a venir encima! Ciertamente esta vez se trata de una historia de penetración mental, todo un desarrollo de neuro-lingüística, y en verdad, creo que la guerita esa sólo sirve para cantar sus estúpidas canciones de rock y para lucir esos ridículos sombreritos, pero como actriz no vale nada y nos va a hacer quebrar. ¿No sería posible reeditar todo con otra actriz? ¿Por qué no contrataste a Lolita?… ¿O incluso a Nicole?… Nicole podría ir muy bien en el papel, es muy sexy, sabe moverse, y tiene unas curvas de ensueño. »»

«« DIRECTOR: ¿Y hacer eso con el presupuesto que me asignaste? Ah, olvídalo, estás soñando, no les podríamos pagar ni una semana. Esta papusa aceptó porque cree que con esto se convertirá en actriz, complementando así su carrera como cantante… ¡Pero sí cómo no! »»

Bueno, obviamente interrumpimos aquí el dialogado porque no corresponde por cierto transcribir todo lo que aún resta… Hemos querido sí transcribir unos pocos párrafos para apoyar nuestros dichos y nuestro análisis, y así mejor clarificar nuestro pensamiento frente al lector…

A modo de observación final, y ya para cerrar nuestros comentarios, corresponde señalar que los últimos párrafos de la obra de Marbella Martínez Fernández introducen una nueva arista: La posibilidad de extraer del escrito algún mensaje moralizante, o al menos de especular con ello… Y como era de suponer, estos aspectos moralizantes son planteados en forma bastante confusa y abierta, para así dejar enteramente este asunto en las manos del lector… Este recurso literario por cierto no es nuevo; recuérdese y reléase por ejemplo “El Apocalipsis o Revelación de San Juan el Teólogo” en “La Biblia”, último Libro de 22 capítulos del Nuevo Testamento…

Ah, otra cosa más… Ya casi hacia el final, Marbella Martínez introduce de nuevo la temática de la autoría del escrito… ¿Si es que el relato se basa en hechos reales, quien escribió el mismo fue la propia protagonista que vivió los acaecidos, o simplemente ella los transmitió a Marbella Martínez Fernández para que ésta los redactara y los difundiera?… ¿Finalmente es importante saber quien es realmente la autora y escritora de esta historia?… ¿Y el nombre de Marbella Lizette Martínez Fernández, es un pseudónimo, o corresponde realmente a una persona que existe?… ¿Y respecto de la fuente de inspiración, hubo realmente una muñeca viviente de carne y hueso, o la autora simplemente recolectó realidades y fantasías de una serie de amigas, para luego ensamblarlas en forma armónica en un relato?… El mensaje final de la escritora, o del escritor pues tal vez haya sido un hombre quien escribió o quien al menos retocó la obra, parece querer indicar que existe una muñeca viviente dentro de todas las mujeres jóvenes y adultas que sienten el sexo de una manera sincera e intensa…

«« PRODUCTOR: Muy divertido, pero creo que eso no le haría ninguna gracia a nuestros amigos los abates y los curas… Bueno, sea cual sea la causa, mientras ese tonto siga enamorándose así y escribiendo historias, nosotros seguiremos ganando un buen dinerillo… Mhh, dinero, creo que es lo único bueno que hizo el Diablo… Casualmente es con lo único que logras enamorar a las mujeres… Bueno Eduardo, será mejor que te pongas a editar de inmediato todas las escenas con las que contamos… Como siempre confió en ti… No me falles esta vez… Y a propósito… ¿Cómo dices que se llama el escritor? »»

«« DIRECTOR: Muñeca Viviente. »»

«« PRODUCTOR: No, yo no me refiero a la chica que inspiró esta obra, me refiero al autor de esta obra… ¿Me lo vas a decir, verdad, o es algo que piensas reservarlo? Ciertamente creo que cuando publiquemos esto por tierra, mar, y aire, el público del mundo entero querrá saber el nombre del escritor… »»

«« DIRECTOR: No, no soy tan vulgar como para decirte todo… Algo de misterio siempre hay que poner en las historias… Así que solamente te diré que quien efectivamente escribió esta obra, y quien modificó levemente e inteligentemente algunos hechos para que los mismos pudieran ser escritos con mayor efecto y repercusión literaria, en realidad es una mujer, y de ella te diré que en este momento nos esta leyendo… »»