viernes, 26 de diciembre de 2008

Asesinato de Juan Bautista Idiarte Borda visto por Andrea Estevan


En esos tiempos la Iglesia y el Estado solían caminar juntos por las calles montevideanas. Y ese día de 1897 sería el principio del fin de la irremediable separación.
– ¿Quién disparó el arma que arrebató su vida? –preguntó indignado el jefe de policía–
Pensar que sus hijas le imploraron que no asistiera a los festejos patrios pues temían por su integridad física. Los motivos eran fundados, pues meses atrás se había perpetrado un atentado y por milagro resultó ileso gracias a la bendita (o maldita) bala que en ese momento no quiso salir despedida.
– ¿Quién disparó el arma? –preguntó nuevamente el jefe de policía–
Poco después de las dos de la tarde, luego de asistir al Te Deum del 25 de Agosto, el Arzobispo de Montevideo y el Presidente de la República Oriental del Uruguay salieron juntos de la Catedral; detrás de ellos el séquito que aún vibraba con los últimos acordes del himno nacional. Juan Bautista hinchó su pecho y respiró profundo una bocanada de aire: olor a frío –pensó–
Del otro lado de la Plaza Matriz inmerso en la convocada multitud poco multitudinaria, esperaba Avelino que su presa se aproximara al punto de encuentro. Adentro del país, en el interior de la República, la sangre corría a borbotones en filas blancas y coloradas, la conciliación era una utopía, el horizonte se desdibujaba tras los intereses de la oligarquía localista, no había paz, se respiraba muerte, innecesaria muerte, inconducente muerte, impertinente muerte.
La comitiva estaba integrada por no más de treinta personas, caminaban a paso lento adoquín por adoquín, repitiendo el recorrido habitual que los conduciría hasta la Casa de Gobierno.
El cuerpo aún con vida fue trasladado a la Jefatura de Policía de Montevideo.
– Lo hirieron de muerte, de muerte lo hirieron. –encumbraba la multitud–
Y minutos más tarde Idiarte Borda abandonó su cuerpo.
– ¿Cómo caratularlo: atentado, crimen político, homicidio? –se preguntó en voz alta el jefe de policía que en forma personal había tomado el caso–
– No se preocupe jefe, el caso está resuelto. –la voz de un policía joven que se entrecruzaba con las cavilaciones del alto mando–
– ¿Resuelto? –inquirió de forma severa el jefe de policía efectuando un golpe de puño seco sobre el escritorio–
– Aquí traemos al culpable del magnicidio. –fueron las palabras del funcionario aprehensor teñidas de un color orgullo resplandeciente–
Entre cinco policías aparecía maltrecho Avelino Arredondo.
– ¿Quién es el presidente? –preguntó en voz baja Avelino a un hombre que estaba parado a su lado mientras la comitiva se desplazaba por la calle Sarandí–
– Es el de la banda –contestó de forma inocente el transeúnte–
– Mañana serás portada de los periódicos capitalinos, todos conocerán al heroico poseedor del dedo fatídico. –sentenció el jefe de policía–
– Y lo volvería a hacer. –replicó con tono desafiante Arredondo–
– Dime la verdad, ¿quién te envió? –preguntó de forma suspicaz el jefe de policía–
– Yo disparé, o si prefiere mi dedo índice derecho apretó el gatillo mientras una mano que no tembló, seguramente la mía, sostenía el revólver que supo esconder como la ostra la perla, el proyectil milagroso. –fueron las palabras pronunciadas por Arredondo sin que se le moviera un pelo del bigote–
– ¿Proyectil milagroso? Curiosa confesión, yo que usted me iba consiguiendo un buen abogado, Señor. –sugirió de forma sugestiva el jefe de policía–
– Contraté al Doctor Luis Melián Lafinur. Pero soy culpable y no me arrepiento, único responsable de mis actos, que el castigo sea proporcional al mal ocasionado y de esa manera reestablecer el daño, ¿no es ese acaso el sentido de la pena? –contestó Arredondo con convicción y pleno conocimiento de causa–
Poco después de las dos de la tarde, sumergidos en el más absoluto silencio, Mariano Soler, Juan Bautista Idiarte Borda, y la comitiva, caminaban por la calle Sarandí hacia la Casa de Gobierno. Como una chispa que salta del fuego, Avelino se desprendió de la convocada multitud poco multitudinaria y apuntó. No dudó, disparó. El tiro fue certero como lo había planeado, como se lo habían dicho, como Borges alguna vez lo soñó, como la historia lo escribió y la memoria colectiva lo situó en el olvido.
Desde el balcón del Jockey Club del Uruguay se divisó el hecho: En el preciso momento que el Arzobispo estaba estrechando la mano con el Señor Stewart, se escuchó la detonación seca y breve de un arma de fuego; el Presidente se llevó las manos al pecho y exclamó Dios mío. Monseñor Soler se inclinó sobre el cuerpo del herido y le preguntó si quería que le diera la absolución: "Arrepiéntase de todos sus pecados e invoque el nombre de Dios", dijo con voz solemne Soler.
Dicen que la historia la escriben los vencedores; el único magnicidio de nuestra historia se desdibujó y quedó reprimido en el inconsciente colectivo. ¿Habrá sido Idiarte Borda un verdadero vencido?
– ¿Quién disparó el arma que arrebató su vida? –preguntó indignado el jefe de policía–
“¿Podía el país vivir por más tiempo sometido a una voluntad envuelta en las tinieblas de tan honda inconsciencia moral?”, fue la portada del Diario El Día al otro día del magnicidio.
– ¿Acaso sólo una bala certera podía ponerle fin al derramamiento de sangre en la guerra civil? –se preguntó el jefe de policía–
– De pronto me sentí relajado, y una extraña sensibilidad se apoderó de mi cuerpo; la mente se empezó a nublar y buscaba sujetarse a algo contundente, ya había comenzado a dispersarse, a fraccionarse en pequeñas partículas que se alejaban estrepitosamente del centro, de mí; intenté organizar mis pensamientos pero era un mero espectador de lo que estaba sucediendo, era cuestión de minutos, de un momento a otro podía desorganizarse y yo desaparecer, pensé estoy muerto. Juan Bautista Idiarte Borda dijo antes de desplomarse: “Estoy muerto”.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Avelino Arredondo visto por Jorge Luís Borges

El hecho aconteció en Montevideo, en 1897.

Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café del Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehuyen su ámbito. Eran todos montevideanos; al principio les había costado amistarse con Arredondo, hombre de tierra adentro, que no se permitía confidencias ni hacía preguntas. Contaba poco más de veinte años; era flaco y moreno, más bien bajo y tal vez algo torpe. La cara habría sido casi anónima, si no la hubieran rescatado los ojos, a la vez dormidos y enérgicos. Dependiente de una mercería de la calle Buenos Aires, estudiaba Derecho a ratos perdidos. Y cuando los otros condenaban la guerra que asolaba el país y que, según era opinión general, el presidente prolongaba por razones indignas, Arredondo se quedaba bien callado. También se quedaba callado cuando se burlaban de él por tacaño.

Poco después de la batalla de Cerros Blancos, Arredondo dijo a los compañeros que no lo verían por un tiempo, ya que tenía que irse a Mercedes. La noticia no inquietó a nadie. Alguien le dijo que tuviera cuidado con el gauchaje de Aparicio Saravia; Arredondo respondió, con una sonrisa, que no les tenía miedo a los blancos. El otro, que se había afiliado al partido, no dijo nada.

Más le costó decirle adiós a Clara, su novia. Y lo hizo casi con las mismas palabras. Le previno que no esperara cartas, porque estaría muy atareado. Clara, que no tenía costumbre de escribir, aceptó el agregado sin protestar. Los dos se querían mucho.

Arredondo vivía en las afueras. Lo atendía una parda que llevaba el mismo apellido porque sus mayores habían sido esclavos de la familia en tiempo de la Guerra Grande. Era una mujer de toda confianza; le ordenó que dijera a cualquier persona que lo buscara que él estaba en el campo. Ya había cobrado su último sueldo en la mercería.

Se mudó a una pieza del fondo, la que daba al patio de tierra. La medida era inútil, pero lo ayudaba a iniciar esa reclusión que su voluntad le imponía.

Desde la angosta cama de fierro, en la que fue recuperando su hábito de sestear, miraba con alguna tristeza un anaquel vacío. Había vendido todos sus libros, incluso los de introducción al Derecho. No le quedaba más que una Biblia, que nunca había leído y que no concluyó.

La cursó página por página, a veces con interés y a veces con tedio, y se impuso el deber de aprender de memoria algún capítulo del Éxodo y el final del Eclesiastés. No trataba de entender lo que iba leyendo. Era librepensador, pero no dejaba pasar una sola noche sin repetir el padrenuestro que le había prometido a su madre al venir a Montevideo. Faltar a esa promesa filial podría traerle mala suerte.

Sabía que su meta era la mañana del día veinticinco de agosto. Sabía el número preciso de días que tenía que trasponer. Una vez lograda la meta, el tiempo cesaría o, mejor dicho, nada importaba lo que aconteciera después. Esperaba la fecha como quien espera una dicha y una liberación. Había parado su reloj para no estar siempre mirándolo, pero todas las noches, al oír las doce campanadas oscuras, arrancaba una hoja del almanaque y aliviado pensaba: un día menos.

Al principio quiso construir una rutina. Matear, fumar los cigarrillos negros que armaba, leer y repasar una determinada cuota de páginas, tratar de conversar con Clementina cuando ésta le traía la comida en una bandeja, repetir y adornar cierto discurso antes de apagar la candela. Hablar con Clementina, mujer ya entrada en años, por cierto no era nada fácil, porque su memoria había quedado detenida en el campo y en lo cotidiano del campo.

Disponía asimismo de un tablero de ajedrez en el que jugaba partidas desordenadas que no acertaban con el fin. Le faltaba una torre que solía suplir con una bala o con un vintén.

Para poblar el tiempo, Arredondo se hacía la pieza cada mañana con un trapo y con un escobillón, y perseguía a las arañas. A la parda no le gustaba que se rebajara a esos menesteres que por cierto eran de su gobierno y que, por lo demás, él no sabía desempeñar muy bien.

Hubiera preferido recordarse con el sol ya bien alto, pero la costumbre de hacerlo cuando clareaba pudo más que su voluntad. Extrañaba muchísimo a sus amigos y sabía sin amargura que éstos no lo extrañaban, dada su invencible reserva. Una tarde preguntó por él uno de ellos y lo despacharon desde el zaguán. La parda no lo conocía; Arredondo nunca supo quién era. Ávido lector de periódicos, le costó renunciar a esos museos de minucias efímeras. No era hombre de pensar ni de cavilar.

Sus días y sus noches eran iguales, pero le pesaban más los domingos.

A mediados de julio conjeturó que había cometido un error al parcelar el tiempo, que de cualquier modo nos lleva. Entonces dejó errar su imaginación por la dilatada tierra oriental, hoy ensangrentada, por los quebrados campos de Santa Irene donde había remontado tantas cometas, por cierto petiso tubiano que ya habría muerto, por el polvo que levanta la hacienda cuando la arrean los troperos, por la diligencia cansada que venía cada mes desde Fray Bentos con su carga de baratijas, por la bahía de La Agraciada, donde desembarcaron los Treinta y Tres, por el Hervidero, por cuchillas, montes y ríos, por el Cerro que había escalado hasta la farola pensando que en las dos bandas del Plata no hay otro igual. Del cerro de la bahía pasó una vez al cerro del escudo y se quedó dormido.

Cada noche la virazón traía la frescura, propicia al sueño. Y nunca se desveló.

Quería plenamente a su novia, pero se había dicho que un hombre no debe pensar en mujeres, sobre todo cuando le faltan. El campo lo había acostumbrado a la castidad. En cuanto al otro asunto... trataba de pensar lo menos posible en el hombre que odiaba.

El ruido de la lluvia en la azotea lo acompañaba.

Para el encarcelado o el ciego, el tiempo fluye aguas abajo, como por una leve pendiente. Al promediar su reclusión Arredondo logró más de una vez ese tiempo casi sin tiempo. En el primer patio había un aljibe con un sapo en el fondo; nunca se le ocurrió pensar que el tiempo del sapo, que linda con la eternidad, era lo que buscaba.

Cuando la fecha no estaba lejos, empezó otra vez la impaciencia. Una noche no pudo más y salió a la calle. Todo le pareció distinto y más grande. Al doblar una esquina, vio una luz y entró en un almacén. Para justificar su presencia, pidió una caña amarga. Acodados contra el mostrador de madera conversaban unos soldados. Dijo uno de ellos:

—Ustedes saben que está formalmente prohibido que se den noticias de las batallas. Y ayer tarde nos ocurrió una cosa que los va a divertir. Yo y unos compañeros de cuartel pasamos frente a “La Razón”. Oímos desde afuera una voz que contravenía la orden. Sin perder tiempo entramos. La redacción estaba como boca de lobo, pero lo quemamos a balazos al que seguía hablando. Cuando se calló, lo buscamos para sacarlo por las patas, pero vimos que era una máquina que le dicen fonógrafo y que habla sola.

Todos se rieron.

Arredondo se había quedado escuchando, y el soldado le dijo:

—¿Qué le parece el chasco, aparcero?

Arredondo guardó silencio. El del uniforme le acercó la cara y le dijo:

—Gritá en seguida: ¡Viva el Presidente de la Nación, Juan Idiarte Borda!

Arredondo no desobedeció. Entre aplausos burlones ganó la puerta. Ya en la calle lo golpeó una última injuria.

—El miedo no es sonso ni junta rabia.

Se había portado como un cobarde, pero sabía que no lo era. Volvió pausadamente a su casa.

El día veinticinco de agosto, Avelino Arredondo se recordó a las nueve pasadas. Pensó primero en Clara y sólo después en la fecha. Se dijo con alivio: Adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día.

Se afeitó sin apuro y en el espejo lo enfrentó la cara de siempre. Eligió una corbata colorada y sus mejores prendas. Almorzó tarde. El cielo gris amenazaba llovizna; siempre se lo había imaginado radiante. Lo rozó un dejo de amargura al dejar para siempre la pieza húmeda. En el zaguán se cruzó con la parda y le dio los últimos pesos que le quedaban. En la chapa de la ferretería vio rombos de colores y reflexionó que durante más de dos meses no había pensado en ellos. Se encaminó a la calle de Sarandí. Era día feriado y circulaba muy poca gente.

No habían dado las tres cuando arribó a la Plaza Matriz. El Te Deum ya había concluido; un grupo de caballeros, de militares y de prelados, bajaba por las lentas gradas del templo. A primera vista, los sombreros de copa, algunos aún en la mano, los uniformes, los entorchados, las armas y las túnicas, podían crear la ilusión de que eran muchos; en realidad, no pasarían de una treintena. Arredondo, que no sentía miedo, sintió una suerte de respeto. Preguntó cuál era el presidente. Le contestaron:

—Ése que va al lado del arzobispo con la mitra y el báculo.

Sacó el revólver e hizo fuego.

Idiarte Borda dio unos pasos, cayó de bruces y dijo claramente: Estoy muerto.

Arredondo se entregó a las autoridades. Después declararía:

—Soy colorado y lo digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora, que me juzguen.

Así habrán ocurrido los hechos, aunque de un modo más complejo; así puedo soñar que ocurrieron.

Crimen político en Uruguay

Un crimen político en Uruguay hace más de 100 años: Asesinato de Juan Idiarte Borda.

La información histórica a la que aquí se hace referencia realmente es sumamente interesante, porque involucra el asesinato de un Presidente de Uruguay, en un contexto de una posible y extendida corrupción administrativa y política, y con la quiebra de un muy importante sector financiero de la época en ese pequeño país latinoamericano. Esos hechos ocurridos a fines del siglo XIX en Uruguay, ciertamente incitan a una reflexión desapasionada y valorada por la perspectiva histórica.

Hoy día nos encontramos inmersos en una crisis financiera de importantes dimensiones, que ya ha llevado a la quiebra a numerosas instituciones bancarias en EEUU, en Europa, y en Asia, y que sin lugar a dudas de ahora en más tendrá también otras consecuencias negativas, entre ellas muy probablemente el aumento del desempleo y la baja de la actividad económica en numerosos países.

Personalmente me pregunto si no sería hora al menos de analizar con mayor detalle las propuestas del pensador español Agustí Chalaux de Subirà en relación al uso del dinero telemático, en relación al uso de las monedas telemáticas. Tal vez en ese instrumento se encuentre la clave para poder construir un mundo más seguro y menos injusto.

Para obtener información relevante y resumida sobre los recién citados acontecimientos del siglo XIX en Uruguay, se sugiere acceder a las páginas web cuyas direcciones se indican a continuación: http://www.larepublica.com.uy/politica/53865-un-crimen-politico-a-fines-del-siglo-xix http://www.cairomontenotte.com/luigi/18970825.html

Para obtener información sobre el Centro de Estudios Joan Bardina y sobre Agustí Chalaux de Subirà, se sugiere acceder a su sitio web http://www.bardina.org/ o en su defecto ubicar la correspondiente página informativa en Wikipedia.

martes, 25 de noviembre de 2008

Y el estilo epistolar aún puede dar sus frutos

La sapiencia del búho (ensayo y práctica de un cuento usando estilo epistolar)

Queridos hermanos:

Ya casi es mi tiempo, y hay algunas cosas que por el bien de todos quiero y debo decir antes de partir. Y las digo por escrito, para que así se puedan recordar mejor, para que así nadie tenga el pretexto de poder decir que las olvidó.

Hoy como tantas otras veces, la tarde de sábado cayó sobre la ciudad con sutiles y frescos reflejos naranja y rosa, anunciando un domingo con un muy buen tiempo.

Lentamente se fueron apagando los resplandores y los colores, para dar paso a las sombras y a los ruidos y al misterio y a los aromas. Lentamente la jornada se fue aquietando, lentamente cada uno de nosotros fue tomando su lugar.

Ruidos metálicos, incisivos, chirriantes, por momentos se escuchan distantes. Ruidos repetidos de cerrojos que ceden y de motores que arrancan. Ruidos que se esperan, puntuales, constantes, regulares.

Ruidos que se aguardan con ansia, que se anhelan, y que se temen. Ruidos que en diversos momentos despiertan sentimientos contrapuestos: por un lado anuncian la llegada del alimento; por otro recuerdan el encierro y la poderosa mano del carcelero; por otro provocan alerta y recelo por ser ignorado su origen; por otro invitan al descanso por señalar que el peligro está lejos.

Todas las noches del zoológico son parecidas, menos las noches de los sábados. Esas noches especiales respiran una particular tensión y una emoción mal contenida. ¡Ciertamente no es para menos! Es que el domingo es el gran día.

Nosotros, los habitantes del zoológico, tenemos todos nuestros propios códigos, que son distintos a los de los animales en libertad.

Aquí el rey no es el león, como podría suponerse. Las habilidades propias del rey de la selva no son útiles en la ciudad. Aquí los leones no deben correr ni cazar a nadie. Sus potentes garras no ofrecen riesgo detrás de las rejas o a lo lejos tras los fosos.

Sin embargo, sin duda mucho ha obtenido poder aquél que desarrolló capacidades que lo asemejan al hombre, que es quien domina en esta parte del mundo. Armas como seducción, astucia, inteligencia, gracia, simpatía, son muy valiosas aquí.

Por eso el mono es rey. Sin duda fue quien mejor supo adaptarse a este medio, y quien mejor logró ganarse la confianza y simpatía de los humanos. Y por eso es quien los conoce más. Sabe sus gustos, sus preferencias, sus debilidades, y gracias a ese conocimiento con relativa facilidad puede obtener lo que quiera.

La competencia por la comida, la lucha por sobrevivir, la búsqueda de cobijo, la incertidumbre por lo inesperado y peligroso. Nada de eso existe aquí.

Lo que prima es un espíritu común de solidaridad y cooperación entre nosotros los animales, que excede los propios límites de las jaulas. Una íntima sensación compartida de encierro, de prisión, de arbitrariedad, de condena a cadena perpetua sin juicio en tiempo y forma y sin juez.

Pero sin duda los domingos son diferentes. Pero sin duda en los domingos hay un cambio. Los domingos sirven para hacer menos pesada nuestra condena.

Casi todos los días el zoológico recibe visitantes, pero el domingo es el día esperado. Los animales nos preparamos con dedicación. Nos higienizamos. Nos acicalamos. Nos practicamos en nuestras mejores artes y habilidades, para al día siguiente no defraudar. Nos preparamos para recibir a la gente con nuestras mejores galas, como quien se arregla para una fiesta, o para un deslumbrante espectáculo.

El domingo es sin duda el día del gran evento, el esperado día del colorido y carnavalesco desfile.

He pasado la mayor parte de mi vida en este lugar, y por momentos he tenido la suerte de estar del otro lado de las rejas, llevando mensajes de jaula en jaula, escuchando historias, y a veces también siendo parte de ellas.

Como buen búho, he sabido mantener los ojos bien abiertos, y he mirado atentamente todo cuanto pasó en mi derredor. He podido observar casi casi como tarea exclusiva, a los seres que transitan frecuente o esporádicamente por este lugar, y antes de morir mis amigos, quisiera transmitir a ustedes mis descubrimientos. Sé que poco me queda ya porque siento a la muerte rondando cerca, y no quisiera irme sin compartir con vosotros, mis queridos animales del zoo, la modesta ciencia que he aprendido.

De todo lo que he visto, escuchado, y vivido, con certeza puedo asegurar mis hermanos, que entre ellos vuestros carceleros y vuestros ocasionales visitantes, encontraréis prisioneros aún más esclavos y sumisos que entre nosotros mismos.

Mientras nosotros podemos palpar los barrotes de nuestras jaulas, ellos cargan con sus celdas desde dentro. Arrastran por la vida sus cadenas, y a cada paso quitan eslabones que limitan el tranco y empequeñecen el trayecto. Y a veces ellos no tienen real conciencia de lo que está pasando, mientras que nosotros a cada instante palpamos y entendemos nuestra real condición.

Muchos de ellos encajonan su existencia entre las paredes de grises oficinas, y castigan su cuerpo ciñéndolo con ropas incómodas pero supuestamente “adecuadas” a la ocasión. También aprisionan sus cuellos tal como a veces hacen con sus mascotas, y se obstinan en usar zapatos no adecuados para la marcha.

Y otros corren tras el dinero, el poder, la gloria, o tras alguna otra estilizada figura de moda, invirtiendo su vida en pos de esos logros, sin darse cuenta que esa vida invertida no vuelve, y quizás, si finalmente obtienen lo que deseaban, puede que ya sea demasiado tarde para poder disfrutar o utilizar lo obtenido, y ya no les sirve.

Hay quienes hipotecan el alma al lado de quien no aman, y muchos de ellos cuando consiguen liberarse de ese yugo, los domingos pasean sus culpas junto a sus crías por entre estas jaulas, para volver a dejar ambas cosas hasta el siguiente fin de semana.

Algunos hombres y mujeres se afanan por exhibirse orgullosamente con sus humeantes cigarrillos entre los dedos, pensando que así muestran su modernidad, su esnobismo, su lustre, su adultez, su libertad, su posición de liderazgo o supremacía, vanos sentimientos y sensaciones que de poco sirven.

Y aún peor, otros hombres y mujeres prefieren lacerarse consumiendo sustancias aún más nefastas, que sin duda los esclavizan y engañan, y que por fugaces instantes les mienten libertades que no poseen, y alegrías que no logran atrapar.

Unos y otros y en algún momento se sumergen en abismales frustraciones y angustias. Unos y otros, presos de sus adicciones y como hipnotizados o embrujados, invariablemente regresan a ellas. Unos y otros lamen y huelen sus sustancias adictivas, tal como entre nosotros los que más se humillan lamen y huelen las manos de los carceleros.

Y otros, dominados por la frustración y la violencia, acometen furibundamente sobre sus congéneres, a veces sólo con amenazadores gruñidos y rugidos, y a veces con un ensañamiento tan atroz, como ninguna bestia sobre la tierra sería capaz de perpetrar contra un miembro de su propia especie.

Tantas cosas he visto en estos años‼ Tantas cosas podría relatarles con lujo de detalles‼ Tantas cosas podría yo narrarles mis queridos hermanos‼ Tantas cosas podría yo decir, que seguro ustedes quedarían de boca abierta‼

Altivos y gallardos caballeros munidos de ostentosos cuernos, detenidos en plan de mofa delante de la zona de alces y ciervos.

Padres que se agrandan frente a sus crías, y que son capaces de decir o de hacer cualquier disparate.

Rastreras criaturas, obsecuentes y traicioneras, que con cara de asco y marcha lenta recorren el serpentario.

Personajes siniestros y a la vez burlones natos, comentando con desdén las perversas aptitudes de hienas y chacales.

Seres que fruncen la nariz cuando una ráfaga de viento les lleva nuestro aroma, y que luego son capaces de comer cualquier porquería en la fonda de enfrente.

Y qué decir de esos con aire de inteligentes, que se exhiben arrogante y orgullosamente frente a burros y asnos. O de esos que displicentes hacen gráciles movimientos con sus brazos y manos, señalando así sus respectivas figuras frente al estanque de los hipopótamos. O de esos que con sorna enseñan sus colmillos a las morsas.

¿Será que esta gente es tan estrecha de mente, que no concibe otra manera de divertirse que haciendo morisquetas y presumiendo en el zoológico? La visita a nuestro barrio para ellos debería ser la gran experiencia de sus vidas, y no algo banal e intrascendente que puede tomarse a la chacota. Con decirles algo mis amigos, que algunos de ellos hasta han intentado burlarse de mí, imitando mis gráciles y ágiles movimientos de cabeza.

No voy a cometer uno de los errores más repetidos que he podido observar en los humanos, generalizando mis conceptos más allá de lo justo y razonable, pero son indudablemente muchos los que sin residir aquí, con resignación pasean sus jaulas de gruesos barrotes incrustados en su propia carne.

Si realmente queréis descubrir la verdad mirad a sus ojos. Sólo allí podréis hallar la verdad. Sólo en sus ojos veréis si verdaderamente se trata de un ser libre o no.

Y cuando por casualidad encontréis uno de esos escasos especimenes humanos que aún son libres, deberíamos amigos míos sentirnos reconfortados, porque os aseguro sin temor a equivocarme, que es mucho más difícil ser libre para ellos en medio de su selva humana repleta de envidias y hormigón, que para nosotros en medio del zoológico lleno de rejas y de fosos.

Poned mucha atención mis amigos. Mañana es domingo. Mañana es el gran día. Mañana es el día del esperado y florido desfile.

Hombres, mujeres, y niños, ofrecen ellos una exhibición singular y vistosa a los atentos espectadores que aquí vivimos. Humanos de todo tipo, clase, tamaño, color, condición social, e inclinación sexual, por horas circulan pacientemente frente a nosotros los animales.

Todo esto quería decirles mis hermanos. Sobre todo esto quería llamarles la atención.

Y no se dejen confundir. Y no se dejen engañar con inocentes ardides o con falaces argumentaciones que de poco sirven y consuelan.

Recuerden siempre que la libertad se lleva dentro. Recuerden siempre que la libertad se lleva en los corazones.

Recuerden siempre estos consejos. Recuerden siempre estas palabras. Y hasta siempre mis amigos, hasta siempre mis hermanos, hasta siempre.

Comentarios sobre el escrito “La sapiencia del búho”

La riqueza de sugerencias sobre contradicciones observadas desde fuera de nuestra estructura social, en esta obra ciertamente es tal que nos inhibe de enumerarlas todas y de comentarlas todas, en mérito a la brevedad deseada.

En este escrito fantasioso, imaginativo, lúdico, experimental, sin duda hace referencia a la insaciable y contradictoria sociedad consumista en la que estamos inmersos.

Allí también se plantea lo absurdo de los prejuicios que con frecuencia invaden a las personas, el miedo al que dirán, la aprensión de sentir que otros le critiquen o que le miren como bicho raro, el temor a sentirse rechazado o excluido, el temor a sentirse diferente.

Tal vez lo que podríamos hacer para mejor apreciar la calidad de este escrito y su riqueza de diferentes lecturas, sería organizar una reunión lúdica con familiares y amigos. Y allí leer “La sapiencia del búho” un par de veces, y luego ponerlo a debate, y luego pedir opiniones y comentarios.

Sería interesante observar las reacciones de un auditorio como el indicado, cuando por segunda o tercera vez escuchan esa parte del escrito que alude a los paseantes que se burlan de alces y ciervos, que alude a los padres que aparentan ser más incluso frente a sus hijos, que alude a los visitantes del serpentario que parecen más reptiles que los animales allí exhibidos, que alude a los personajes que al igual que hienas y chacales tienen apariencia de traidores y perversos, que alude a las personas que la van de finas y delicadas a pesar que son capaces de comer cualquier porquería o de hacer cualquier otra chanchada.

Sería muy interesante observar desde fuera a un auditorio como el indicado, describiendo con detalle cuándo y de qué forma ríen al escuchar “La sapiencia del búho”, y recogiendo todas y cada una de las interpretaciones y conclusiones que ellos son capaces de elaborar.

Terminamos aquí esta corta y jugosa crítica literaria, incentivando al lector a que efectivamente haga una experiencia lúdica como la que venimos de señalar. Verá lo interesante que es. Verá lo novedoso de ciertas opiniones.

Análisis de unas pocas frases de una buena obra

Mil novecientos ochenta y cuatro

Era un luminoso y frío día de abril, y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Éste era ocupado casi en su totalidad por un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años, con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas.

Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia, y además en esta época la corriente se cortaba durante las horas diurnas. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio.

Necesariamente tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de várices por encima del tobillo derecho, subió lentamente y descansando varias veces.

En cada descansillo y frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que vaya. “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, decía la leyenda al pie.

Análisis de algunas frases de “Mil novecientos ochenta y cuatro”

En la sección anterior ya fueron transcriptos los cinco primeros párrafos de esta obra.

Se tratará aquí de hacer un análisis superficial y breve de estos párrafos, como una primera aproximación.

Por cierto que la hilacha de buen escritor de George Orwell se observa desde estas primeras frases.

El recurso que reiteradamente se usa en esos párrafos, es el de no decir las cosas directamente, sino obligar al lector a formar su propia composición de lugar en base a los signos y síntomas que se describen.

Véase por ejemplo la forma elegida por el escritor para dar precisiones sobre la fecha y la hora.

Véase también cómo se señala que el día está ventoso, dando detalles más o menos intrascendentes sobre la forma que adopta el protagonista para protegerse del viento, y la forma como el viento penetra en el condominio cuando se abren las puertas de cristal.

Véase también cómo se indica que el hombre tenía dificultades para caminar, y que por tanto le era penoso subir muchos pisos por las escaleras.

Véase la forma retenida para hacer explícito que se debían subir muchos pisos.

Una característica usual de muchos cuentos es la de decir las cosas en forma bastante directa, para así instrumentar economía de medios, para así lograr que el escrito finalmente no resulte ser demasiado largo.

En “1984” indudablemente Eric Arthur Blair no se preocupa por orquestar economía de medios. Claro, podría señalarse que esta interesante obra de este escritor británico es una novela y no un cuento. Sin embargo, existen cuentos en los que también se aplica esta misma técnica, como por ejemplo lo hace Julio Florencio Cortázar en “Continuidad en los parques”.

Para no sacar otro ejemplo del texto que aquí se analiza, bien podría señalarse que este recurso equivale a no decir directamente que la mujer de nuestros sueños es desordenada, sino describir su dormitorio indicando que se podía ver un sostén por aquí, las pinturas labiales entreveradas con los lápices por allá, y otras cosillas de similar tenor. Y como broche de oro añadiendo por ejemplo que en la alcoba de esta dama también había una escoba de alambre para césped, o sea allí ubicando un objeto que debería estar en un garaje o en un cuartito de herramientas, pero no en un cuarto de dormir.

Esta estrategia de no decir las cosas directamente sino dejar que el propio lector sea quien las descubra, es además especialmente conveniente cuando también se desea obligar al lector a que a lo largo de la obra varias veces reelabore sus interpretaciones y sus suposiciones.

Por ejemplo en “Cartas de mamá”, Cortázar primero anuncia que Nico tiene o tuvo un problema, introduciendo así la existencia del conflicto aunque sin dar entonces mayores precisiones. Varios párrafos más abajo se indica que Luís y Nico se pelearon, más tarde aún se advierte que ambos son hermanos, más tarde aún se señala que lo que los distancia es el robo de una novia ahora transformada en esposa de Luís.

Esta estrategia de decir las cosas por entregas, en episodios, es particularmente útil para mantener al lector muy atento e interesado en la obra, y por cierto esta técnica solamente puede ser aplicada cuando las situaciones no se dicen en forma muy directa y diáfana. Pero además, esta forma de expresarse a media lengua es la que también facilita los escritos de final abierto, recurso muy utilizado por muchos escritores, y especialmente útil para así imponerse al lector induciéndolo a que piense y reflexione.

Bien, ya se han expresado unos cuantos comentarios relativos a los primeros cinco párrafos de “1984”, así que el objetivo de elaborar un análisis breve y primario sobre estas frases sin duda está razonablemente bien cumplido.

Con más tiempo y con otro espíritu, volveremos sobre este asunto a efectos de lograr enfoques más elaborados y profundos.

Otro análisis sobre frases de “Mil novecientos ochenta y cuatro”

En cuentos, en ensayos, en escritos de todo tipo, el manejo del humor suele ser un ingrediente interesante, novedoso, estimulante, ya que atrae la atención del lector, le distiende, le provoca interés en lo que está leyendo y le incita a continuar leyendo.

Así que comenzaré el presente ensayo con un poco de humor, para así iniciar estas líneas en una forma un tanto atípica y poco ortodoxa.

Carlos, el conductor de un taller literario virtual el cual regularmente sigo, precisamente sugirió la conveniencia de hacer este ejercicio, aconseja e insiste en señalar que la brevedad es un mérito, especialmente cuando se analiza y comenta el trabajo de un compañero, o cuando esto se hace respecto de un texto de un escritor exitoso.

En efecto, la verborragia es un defecto que claramente tienen los aprendices de escritores, así que hay que parar las orejas cuando Carlos se refiere a este asunto en estos términos. En líneas generales Carlos así está dando un buen consejo.

Pero por otra parte y en nuestro caso particular, hay también otra importante razón para seguir este consejo, puesto que si no se actúa de esta forma, puesto que si en el taller generamos narraciones y ensayos demasiado largos, ello hace impracticable la discusión de los mismos en nuestras sesiones de Chat. En nuestro caso específico, esta recomendación tiene pues también un claro ingrediente pragmático, una clara necesidad práctica.

La lógica argumental manejada por Carlos es de una claridad tan diáfana, que inhibe cualquier intento de rebatirla. Los escritos largos suelen aburrir al lector.

Estimado Carlos: «Ciertamente tú tienes razón. Ciertamente tú tienes razón sobre este punto, pero así también demuestras una gran ingenuidad.»

Mi querido y estimado Carlos: ¡Cómo se te ocurre pedirle a un ingeniero con veleidades de escritor, que tenga bien desarrollado su poder de síntesis! ¡Si es más fácil pedirle peras a un olmo, que expresión breve y sintética a un ingeniero!

Durante sus estudios, quien sigue la carrera de ingeniería debe cumplir un adiestramiento lógico-deductivo de singulares características, pero por encima de todo se le enseña a ser muy analítico y detallista. Un ingeniero debe preverlo todo, debe analizarlo todo, debe considerarlo todo.

No en vano en la currícula de estudios de esta carrera universitaria, no existe ninguna materia que se llame: Matemática, sino que hay materias con títulos tales como: Análisis Matemático I, Análisis Matemático II, Análisis Matemático III, Teoría del Cálculo, Análisis Numérico, Cálculo Infinitesimal, Geometría Analítica, Geometría Proyectiva, Geometría Descriptiva, Espacios Normados, Teoría de la Numeración, Números Complejos y Transfinita, Introducción a la Topología e Introducción al Álgebra, Álgebra de Boole y Teoría de la Información, Algorítmica, Teoría de Conjuntos, Análisis Tensorial, Teoría General de Sistemas, Teoría de la Relatividad y Física Cuántica, etcétera, etcétera, etcétera.

Lo que el autor de estas líneas suele hacer ante los pedidos de Carlos, es tratar de cumplir con lo solicitado de la mejor manera posible, y luego repasar quitando frases enteras y simplificando otras. Aún así, a pesar de que así se suele eliminar más de la mitad de lo escrito, el resultado final suele ser un documento de abultada apariencia.

Hecho este introito de disculpas por la singular extensión de lo que sigue, pasaré a analizar los cinco primeros párrafos de “1984”. ¡Y verán lo que cinco inocentes párrafos pueden llegar a generar!

En un análisis superficial y primario de estos párrafos, se advierte de inmediato que el escritor evita decir las cosas en forma directa, prefiriendo más bien dar indicios aquí y allá, para que de esta forma y poco a poco, el lector vaya construyendo su propia y personal composición de entorno y de situación. La ventaja de este planteamiento sin duda es la de mantener viva la atención del lector, a la par de crear una atmósfera de tensión, misterio, incertidumbre, fruto de las informaciones omitidas, y fruto de los datos proporcionados que admiten dos o más interpretaciones posibles.

Antes de llevar el análisis más lejos, aquí efectuamos el ejercicio de reescribir estos cinco primeros párrafos, tratando precisamente de desmontar esta técnica de informaciones sugeridas o dichas a media lengua. De lo que se trata es pues de obtener otros cinco párrafos que digan más o menos lo mismo que los originales, aunque expresando las ideas en forma explícita y no en forma indirecta o incompleta. Por cierto, deberá tratarse que los nuevos párrafos también se encuentren bien redactados, y que ellos también provoquen cierta tensión y cierto misterio, lo que en alguna medida puede lograrse con la llamada técnica de la suspensión o técnica de la dilación, figura retórica que consiste en diferir en todo lo posible la referencia explícita a un sujeto o a un concepto, para así inducir ansiedad en el lector (evidentemente esto se logra colocando los términos claves al final de las oraciones, o incluso sustituyendo alguno de ellos por algún pronombre y transfiriendo ese vocablo a la siguiente frase).

1. Era un luminoso y frío día de abril, y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

1. Era un ventoso y frío día de abril al mediodía. Las Casas de la Victoria se encontraban en un polvoriento suburbio. El entorno lucía descuidado, y el citado residencial con toda evidencia estaba mal mantenido. Winston Smith entró por la puerta principal de la edificación, con una ligera dificultad debido al viento en ese momento imperante.

2. El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Éste era ocupado casi en su totalidad por un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años, con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas.

2. Ya en el vestíbulo con claridad percibió olores desagradables y nauseabundos. Y para colmo, desde el fondo le observaba un hombre de unos cuarenta y cinco años y bigote negro. El enorme rostro de facciones hermosas y endurecidas, estaba estampado en un afiche a colores pegado a la pared. Las dimensiones de este cartel sin duda desentonaban.

3. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia, y además en esta época la corriente se cortaba durante las horas diurnas. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio.

3. De inmediato el hombre se dirigió a las escaleras. No valía la pena comprobar si el ascensor funcionaba o no, pues su vetustez indicaba que estaba fuera de servicio. Además, en ese tiempo la corriente se cortaba durante las horas diurnas, como parte de las restricciones que preparaban la Semana del Odio.

4. Necesariamente tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de várices por encima del tobillo derecho, subió lentamente y descansando varias veces.

4. Antes de comenzar a escalar Winston exhaló un largo suspiro, pues debía subir al piso siete. Con sus treinta y nueve años ya no era ningún jovencito, y además tenía problemas circulatorios y dificultades para caminar. Así que subió lentamente y descansando varias veces.

5. En cada descansillo y frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adondequiera que vaya. “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”, decía la leyenda al pie.

5. El enorme cartelón de enorme rostro se repetía en cada piso. El dibujo estaba hecho con maestría, pues los ojos de esa figura parecían mirar al visitante adondequiera que éste fuera. Y una leyenda al pie rezaba “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”.

Las frases que se alternan convenientementes numeradas, son muy elocuentes en mostrar los modos de expresarse en forma subrepticia y velada, frente a las formas algo más directas y explícitas de decir, así que se entiende que con lo hecho esta cuestión debe de haber quedado relativamente bien planteada y comprendida.

Otro de los asuntillos a remarcar concierne al primer párrafo, el que contiene dos frases solamente, una bastante corta que básicamente alude al mes del año y a la hora, y otra bastante larga, la que para más precisión se transcribe en las siguientes líneas.

A. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

Sin duda aquí se está marcando un desequilibrio, sin duda aquí se está provocando una singularidad. Una de las recomendaciones más frecuentes que se hacen a los escritores principiantes, es que eviten las frases largas y complejas, pues ellas a veces son difíciles de comprender y cansan al lector.

Con toda certeza ésta es una recomendación bastante sabia. Sin embargo el autor de “Nineteen Eighty Four” se tiró al agua, se arriesgó, y ya en el primer párrafo emplea una estructura gramatical compleja, que sin duda no es de las más frecuentes. No obstante ello, no obstante actuar en forma contraria a lo que la prudencia aconseja, esta frase larga se comprende, y aún dicha a viva voz no provoca esfuerzo en quien lee y dice, pues las comas están colocadas a espacios regulares, separando las dos oraciones subordinadas del resto, y cortando en dos a la oración principal. Obsérvese la longitud de estas oraciones: las dos oraciones secundarias son de una longitud apenas inferior a la de un renglón, y la oración principal apenas si es un poquito más larga al unir sujeto y complemento.

Sin duda con este comienzo bastante atípico y original, el escritor Eric Arthur Blair está mostrando su hilacha, está exhibiendo su temple, está poniendo en evidencia sus cualidades y habilidades como escritor (y eso que la versión que aquí se analiza es una traducción).

De este primer párrafo también podría decirse que no es la forma típica y más frecuente de iniciar una obra.

En efecto, pensemos por ejemplo en un dibujante que quiere dibujar un vaquero a caballo con un revólver en la mano. Ciertamente el dibujante comenzará primero por bosquejar la silueta de los dos cuerpos dentro de la hoja de papel, para no fallar en las proporciones, para encuadrar mejor el conjunto. A ningún dibujante se le ocurriría comenzar primero por los detalles, comenzar primero por dibujar el pasto y el revólver.

Está bien, es cierto que un escritor tiene más libertad que un dibujante en cuanto al orden de los factores que debe combinar. De todas maneras, no es infrecuente que una obra comience por un esbozo o por una descripción global del entorno físico donde se van a desarrollar los hechos, o de la problemática que se piensa tratar, o del conflicto planteado, o que se comience presentando a los personajes. Pero no, en “1984” el autor inicia el relato enumerando detalles menores e intrascendentes, sin preparar al lector para lo que va a recibir, sin decirle: “Agua va”.

Otro asuntillo concierne la aplicación de la figura retórica llamada paralelismo o replicación.

Esta figura retórica consiste en repetir una misma construcción sintáctica y/o en repetir palabras y expresiones, y/o en repetir o replicar tiempos verbales. Este recurso se puede usar para reforzar la idea de aburrimiento, o de soledad, o de nostalgia, o de tristeza, o de desesperación, o de resignación, etcétera.

También se puede usar este recurso literario para buscar algún efecto fonético especial, para marcar ritmo, para marcar sonoridad (ésta es una técnica utilizada en la prosa, para lograr un efecto sonoro y un ritmo similares o que hacen recordar a los que se presentan en el verso).

Simplemente para ejemplificar, se transcriben seguidamente un par de frases tomadas de un cuento de un conocido escritor latinoamericano, y en donde precisamente se aplica esta figura retórica.

«Los perros no debían ladrar y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora y no estaba.» “Continuidad en los parques”, cuento de Julio Cortázar.

Otro ejemplo simplemente para reforzar el concepto. «Había partido hacía más de un mes, y cada día más y más le quería. Iba a la iglesia hacía más de treinta días, y cada día pedía más y más por ella.»

Este recurso expresivo también es usado con cierta frecuencia en algunas canciones populares, en ciertos textos litúrgicos, y también como ya se dijo en muchos textos poéticos. Así se logra cierto efecto rítmico, cierta resonancia rítmica, que por lo general transmite algo especial al oyente o receptor, preparándolo mejor para recibir el mensaje que se está emitiendo, y también así creando cierto clima espiritual propicio para la recepción de la historia y del mensaje.

El paralelismo a veces también es utilizado para con él conformar una ambientación arcaica, aprovechando la circunstancia de que esta técnica fue muy utilizada por los poetas medioevales galaicoportugueses, y que por tanto ésa es la impresión que suele dar a muchos oyentes y lectores, tanto por su reconocido uso arcaico como por la baja frecuencia de utilización en las actuales formas habladas y escritas.

El paralelismo o replicación ciertamente se puede presentar en muy variadas formas, dado que lo que se repite o se imita puede centrarse en los aspectos fonéticos, en las estructuras sintácticas, en los contenidos semánticos, en la ubicación de las pausas, en los tiempos verbales, etcétera.

Este docto interludio nos permite descubrir el uso de este recurso también en los párrafos aquí analizados, según lo que con cierta facilidad puede apreciarse comparando las dos frases que siguen.

L. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el muy molesto viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

M. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared.

Como podrá apreciarse, estas dos frases son ambas bastante largas, y ambas utilizan tres comas, o sea en ambas con claridad están marcadas tres pausas. Además, en ambas se han evitado el uso de las conjunciones “y”, “o”, recurso al que a veces se recurre cuando varias oraciones son ubicadas en una misma frase.

Bien, pensamos que muchas más observaciones y señalamientos no pueden hacerse sobre la porción de texto aquí analizada, en la medida que no se agreguen otros párrafos para el análisis, o información adicional sobre la obra completa.

Así que este ensayo literario concluye en este momento, con la esperanza que le haya aportado algo al lector.

Lo que nos puede aportar la literatura

Posibles aportes del escrito que aquí se presenta (a1)

Está bien, cualquier escrito de ficción que se encuentre bien redactado y que utilice un vocabulario florido y enriquecido, que en algún sentido tenga la particularidad de atrapar al lector, y que entre líneas o en forma explícita plantee una o varias temáticas de cierto interés social o histórico o científico o cultural, constituye de hecho un disparador que es potencialmente útil para la propia reflexión o para el debate dialéctico, construye de hecho una situación de aprendizaje que motiva y que es portadora de cultura y de sinergias…

En efecto, si el escrito en cuestión utiliza un vocabulario extendido, por cierto que directa o indirectamente la lectura y el análisis del mismo ayuda al lector a mejor manejar ese idioma, y a través de este aprendizaje directa o indirectamente le ayuda a mejor comprender la estructura social en la que vivimos, así como los paradigmas y las teorías y las normativas generadas por la humanidad en el decurso de las distintas épocas… Disfrutar un escrito de este tipo por tanto puede ser positivo, tanto para quien está aprendiendo una segunda lengua, como para quien en la enseñanza primaria o secundaria está reafirmando el uso de su propia lengua materna, y como para quien en un momento de tranquilidad y de distensión dedica un tiempo circunstancialmente libre a la lectura y al divague creativo…

Pero además, si el escrito es atrayente, si en él se hace un buen manejo de la tensión y del suspenso para mantener siempre vivo el interés del lector y no aburrirle, permite agregar una cualidad adicional… La enseñanza de algo, de una lengua extranjera, de la propia lengua materna, de una determinada cuestión vinculada con un aspecto específico de la economía o de la sociología o de la historia, la transmisión de un aviso en relación a un problema que se puede presentar o en relación a una situación potencialmente peligrosa que tal vez pueda extenderse, y también la simple y sencilla descripción de una experiencia de vida de la que eventualmente pueda extraerse sabiduría, no tienen ellas porqué ser aburridas sino todo lo contrario… Por todos los medios siempre debe buscarse un enfoque y un planteamiento que le den vida a esa enseñanza o a esa transmisión de experiencia, para así convertir la instancia educativa en un ejercicio ameno, divertido, enriquecedor…

Un escrito de ficción puede llevar consigo un mensaje o una conclusión o una temática que se invita a analizar, y estos elementos así se introducen de una manera muy espontánea y natural, sin necesidad de adoptar ese enfoque docto y formal y rígido que suele utilizarse en los textos de estudio, y que a veces y en alguna medida alejan a los lectores…

Y el escrito titulado “Un conflicto que viene de lejos” es un buen ejemplo de los múltiples objetivos que se pueden alcanzar a través de una historia de ficción…

En primer lugar, corresponde señalar que ese escrito está redactado en idioma español, aunque no obstante ello, allí se utilizan palabras, expresiones, y aún frases enteras que corresponden al francés… Por lo tanto, la historia podría ser entonces muy apta para ser utilizada en algún curso de enseñanza del idioma español orientado a personas francohablantes…

Pero además, con naturalidad allí se plantean diversos asuntos vinculados con la inmigración, con el bilingüismo y con el multiculturalismo, y también vinculados con ciertas temáticas sociales referentes a la fragmentación familiar, al desarraigo respecto del lugar de nacimiento y respecto de la cultura de origen, a la violencia que se sufre directa o indirectamente por cuestiones políticas, etcétera, etcétera…

Por último, corresponde destacar también que el escrito que se presenta en la siguiente sección claramente se divide en dos partes… En la primera parte propiamente se desarrolla la historia, mientras que en la segunda parte el escritor se dirige directamente al lector para a través de este recurso poder plantear y resaltar una serie de interesantes cuestiones sobre la historia en sí misma y sobre la forma en la que ella es presentada, y para así no dejar libradas al azar las interpretaciones personales que los lectores puedan dar a ese relato… Así, a través de este inteligente recurso táctico, explícitamente se plantean y se ponen en relieve asuntos tales como… Las temáticas del bilingüismo y del multiculturalismo… Los sentimientos humanos que afloran y que marcan rumbos… Los problemas y los sinsabores de la niñez abandonada, de la inmigración por razones económicas o políticas, de la violencia ejercida por grupos sediciosos o por grupos parapoliciales… El propio tema de la literatura y de la lectura, en integración armónica con otras vías de transmisión de cultura… Los recursos estilísticos utilizados por los escritores en las buenas obras literarias…

No corresponde extenderse más en esta introducción… Lo principal ya está dicho… Lo medular ya está planteado…

Se invita por tanto al ocasional lector a ponerse cómodo y en situación receptiva, para así disfrutar del escrito aquí muy brevemente comentado, y el cual se inserta en las líneas que siguen…

Un conflicto que viene de lejos (a2)

Ese jueves llegué a casa un poco más tarde de lo habitual. Al entrar en el condominio hice mi acostumbrada visita a la “boîte aux lettres”. La factura del teléfono, una carta de Canadá con la inconfundible letra de Antonio, y una carta cerrada y sin destinatario que supuse era de la Administración. Nada fuera de lo usual.

Al salir del ascensor en el piso cinco, de inmediato me saqué los zapatos. Ya no los aguantaba, ya no los soportaba. El par que había comprado la semana pasada en una barata sin duda era muy elegante y llamaba la atención, pero estaba destrozando mis pobres y sufridos piecitos.

No bien abrí la puerta de mi apartamento, Sultán se echó sobre mí con sus acostumbradas muestras de cariño y afecto. Ah, si al menos tuviera una mujer que me hiciera la limpieza y que de vez en cuando sacara al perro de paseo. Pero no, por el momento no me podía dar esos lujos, al menos mientras Antonio no regresara definitivamente a Lima.

Rápidamente me cambié de abrigo, me puse un par de zapatos de tacones bajos que me iban a la perfección, puse la correa a Sultán, y allá salimos al acostumbrado paseo vespertino. Sultán tenía tanta energía que no se sabía bien si él me llevaba a mí, o si yo le conducía a él.

Al final Sultán era un estorbo. Por su causa mis paseos estaban limitados, muy limitados.

Hacía ya una eternidad por ejemplo que no iba al museo del oro, allí en el distrito de Santiago de Surco. Mi última visita a ese lugar había sido hacía ya unos cuantos años, y naturalmente acompañada de mi prometido Antonio.

También por culpa de Sultán, al mediodía debía regresar a comer a casa, en lugar de ir con las compañeras y con los compañeros de trabajo a algún chifa. Ay, hace ya tanto que no saboreo un pato laqueado, como el que un día descubrí en San Isidro, en el conocido chifa Lung Fung. La comida china cantonesa sin duda es una delicia, y el mestizaje de sabores criollos y chinos de los chifas limeños con toda certeza genera las más destacadas especialidades gastronómicas peruanas, especialmente en lo que concierne a la comida agridulce.

Claro, al final ciertamente Sultán no tenía toda la culpa. Al menos algunas veces me las podría arreglar para hacer al menos un simple paseo por el centro histórico de Lima, o para ir algún fin de semana a un teatro o a un cine… La música peruana y las danzas peruanas sin duda tienen una riqueza sin parangón. Influencia nativa. También influencia africana y china. También influencia española. ¡Qué música! ¡Qué danzas! ¡Qué coloridos vestuarios! La diablada de Puno. La marinera norteña. La Zamacueca. La influencia africana y china en Perú es muy llamativa, pues entre los siglos XVII a XIX muchos esclavos llegaron a esas costas desde África, y en el siglo XIX la inmigración china fue sumamente importante. A los chinos se los traía con un contrato de trabajo que en realidad luego no se respetaba en la mayoría de los casos, obligando a los inmigrantes a trabajar de una forma que mucho se parecía al trabajo semiesclavo.

Habitualmente me encontraba tan cansada por el ajetreo de toda la semana, que no tenía ánimo para arreglarme y salir. Además, está mal que una mujer salga sola, especialmente por la noche y a algún espectáculo nocturno. Al menos en América Latina está mal. Al menos en Perú está mal.

A raíz de estos pensamientos de inmediato comencé a añorar mi adorada estadía en París. Ah, el Teatro Nacional Opéra-Comique. Ese teatro estaba situado frente a la Place Boieldieu, y estaba bien cerca de la buhardilla donde vivía, octavo piso sin ascensor. Allí con frecuencia se presentaban grupos de baile de Latinoamérica y de África. Colombia, Egipto, Perú, Costa Rica, Senegal, Bolivia, Marruecos. ¡Oh, qué inolvidables recuerdos! Mi estadía en Francia sin duda había sido maravillosa y de lo mejor. Y en París fue donde conocí el amor, el verdadero amor…

Sultán sin duda es un estorbo, pero por lo menos no deja que me deprima y que me sienta tan sola.

Las mujeres no deberían vivir solas porque necesitan alguien que las mime y que las proteja. Debería haber una ley que obligara a los hombres a formalizar una familia no bien ellos cumplieran la mayoría de edad. Y si luego de los veintidós o veintitrés añitos un hombre continuara soltero, deberían imponerle una multa o algún tipo de impuesto por ser tan desconsiderado…

Ya de regreso al apartamento, miré de reojo las cartas que resaltaban sobre la muy oscura y lustrada tapa de la mesa del comedor, y me dirigí de inmediato a la cocina diciendo: “Un momento Antonio, ya estoy contigo, me ocupo de la comida del perro y en cinco minutos estoy contigo”.

Preparé el alimento de Sultán, y deposité el mismo en el piso de la terracita. Y luego de cambiar el agua del bebedero, cerré la puerta de la terraza-lavadero. Quería estar tranquila. Quería que Sultán no me distrajera.

Prendí la lámpara de la sala, me acomodé en el sillón, y di un suave y necesario masaje a mis dolidos piecitos. Y luego de unos instantes de reposo y con los ojos entornados, me puse en movimiento y abrí la carta de Antonio.

Finalmente mi prometido no me decía nada nuevo, nada que yo no hubiera podido imaginar. Había perdido el juicio de residencia tal como ya se sospechaba, y al menos en teoría se vería forzado a salir del país a breve plazo.

Y por esto, porque no había logrado regularizar su situación en Canadá, tenía muchas ganas de ingresar a EEUU en forma clandestina. Unos amigos suyos así habían pasado sin problemas, y le habían dejado el contacto. Solamente debería reunir el dinero para el viaje, y le llevarían hasta la frontera dejándole muy cerca de un túnel ferroviario. Después el problema sería suyo. El túnel era bastante largo, y únicamente debería tener mucha atención con los trenes que con frecuencia por allí pasaban. Del otro lado del túnel y ya en territorio estadounidense, era fácil escabullirse, era muy fácil escabullirse, especialmente de noche y con clima malo, especialmente en primavera o en otoño, pues en invierno era imposible por allí pasar, y en verano sin duda había demasiado movimiento y noches demasiado cortas.

Ya fuere en EEUU ya fuere en Canadá, sin duda a Antonio le sería muy pero muy difícil levantar cabeza. O al menos eso le llevaría mucho muchísimo tiempo. Tengo que resignarme, y admitir que ya lo he perdido. Claro, hace ya tres años que se fue a probar suerte a Canadá y aún me escribe, y yo siempre le contesto. Pero esto no va a durar para siempre. Lo intuyo. Lo siento bien claro, bien clarito, en el fondo de mi alma. Tengo que resignarme. Debo resignarme. Por mi bien debo aceptar la realidad.

Puse la carta de Antonio en el sobre, y abrí la otra carta. Sin duda esperaba encontrarme con una convocatoria a asamblea de copropietarios (la que debería reexpedir al dueño), o con una aburrida circular relativa a la limpieza, o a la necesidad de evitar hacer ruidos molestos. Pero no. El muy blanco papel-carta con finas líneas azules, apenas tenía unas pocas líneas manuscritas, que expresaban lo siguiente: «Te conozco. Sé bien quien eres. Sé bien que lo hiciste, así que tenemos que hablar. Nos veremos mañana viernes a la hora 17 dentro de la Catedral que está frente a la Plaza de Armas y junto al Palacio Arzobispal. No faltes, y sé puntual. Y no te preocupes pues yo te reconoceré, así que seré yo quien primero me acercaré a ti para darme a conocer.»

¡El sobre cerrado y en blanco contenía un anónimo, pues esas escuetas y preocupantes líneas no tenían ningún tipo de firma!

Releí una y otra vez el mensaje hasta casi aprenderlo de memoria. ¡Qué disparate! ¡Quién habría podido escribirme algo así! ¿Estaría realmente dirigido a mí, o en realidad sería una nota enviada a otro apartamento y colocada por error en mi buzón?

Un escalofrío recorrió mi espalda. Esa nota me había estropeado la noche. Esa nota había conseguido intranquilizarme. ¿Y qué es lo que haría? ¿Respondería a la cita, o dejaría plantado al ignoto remitente de esta esquela?

De inmediato decidí que no iría, que no concurriría a esa extraña y enigmática cita. No correspondía. La prudencia esto me indicaba. Ni siquiera siendo hombre y por simple curiosidad respondería sumisamente a una convocatoria de este tipo, y siendo mujer menos que menos. Ciertamente los anónimos eran totalmente improcedentes.

La decisión ya tomada me tranquilizó un poco. Pero aún así esa noche tuve mucha dificultad para dormirme.

A la mañana siguiente el despertador sonó a la hora habitual, pero dejé pasar su llamado. Ya había decidido que ese día no concurriría al trabajo. Pediría el día libre pretextando que tenía un fuerte dolor de cabeza, así que a eso de las nueve llamaría al jefe para advertirle de este asunto. Y listo.

En realidad la cabeza no me dolía. Simplemente ese día parecía más sensato y sabio no salir de la casa. Era por lo de la nota, era por lo del anónimo, que sin duda tenía una redacción misteriosa e intimidante. Sin duda eso era lo mejor y lo más prudente.

No sabía bien si esa esquela estaba o no dirigida a mí, pero con certeza era más razonable y seguro estar ya en la casa a la hora de la cita. En Perú no tenía a nadie cercano a quien recurrir en caso de peligro. A esa hora pensaba encerrarme en mi dormitorio a ver televisión y con la puerta bien cerrada. El resto de la casa sería para Sultán. Si algo pasaba, el perro me defendería, o al menos causaría gran alboroto.

Mientras miraba las telenovelas y los documentales, me reía un poco de mi misma. Estaba muy segura que nada malo había hecho en mi vida. Nadie podía estar reprochándome algo o teniéndome manía. Sin duda no había cometido ningún ilícito.

En Perú mi residencia era absolutamente legal. Nadie en su sano juicio debería preocuparse por mí, a tal punto de haberse tomado la molestia de enviarme un anónimo, y a tal punto de querer causarme algún daño o darme algún disgusto.

Al apagar la televisión comencé a repasar mi vida en cámara rápida. El orfelinato en Asunción. Mis empleos como doméstica en el Paraguay. Mi ingreso de pura suerte como trabajadora en la casa particular del embajador francés en Paraguay. Luego mi viaje a París junto al diplomático y a su familia. Los cinco años de gran lujo y de poco trabajo pasados en la residencia de ese respetable grupo familiar. Luego mi negativa a continuar sirviendo a la familia en Camboya, y por tanto mi decisión de quedarme en Francia pues ya tenía la residencia legal en ese país.

Nadie nada podría reprocharme algo. Con nadie tenía deudas pendientes. Y no podía haber ninguna autoridad migratoria ni ninguna gendarmería que por alguna razón me buscara.

Ni siquiera Carlos José podía reprocharme algo. Muy por el contrario, en todo caso era yo quien tenía cosas para reprocharle a él.

¡Oh, qué errores a veces se cometen en la vida! ¿Por qué le había entregado mi corazón a ese argentino, así, sin precauciones y dándome por entero, cuando en Asunción corrientemente se decía que había que desconfiar de los argentinos, y especialmente de los argentinos-porteños?

Y yo, incauta, justamente vine a enredarme con un argentino-porteño allí en París, ciudad muy cosmopolita en donde abundan las diferentes nacionalidades, y en donde indudablemente los argentinos son minoría. París, ciudad encantadora, ciudad maravillosa, megalópolis de más de catorce millones de personas, sin duda generosamente me ofrecía miles de posibilidades. Pero no, bien podría decirse que fui paciente e inconciente, y que esperé a ese argentino como si fuera mi tabla salvadora. Oh, ¿por qué habré ido ese día a la “Maison de l’Amérique Latine” en el Boulevard Saint-Germain? Porque fue allí que conocí a Carlos José.

Por cierto, tampoco puedo ser injusta con Carlos José. Los años que pasé junto a él sin duda fueron maravillosos, emocionantes, diferentes, llenos de sentimientos hasta entonces desconocidos para mí. Sin duda ese argentino me hizo vibrar como nunca antes nadie lo había hecho. Los años pasados junto a él fueron mis mejores años.

La cultura que ahora tengo en buena medida se la debo a él. Carlos José siempre se inclinó por las artes y por la literatura y por la historia.

Junto a él visité museos y castillos casi hasta el hartazgo. Junto a él concurrí a numerosos espectáculos teatrales. Junto a él descubrí la ópera de la mejor manera, a través de una muy interesante y muy divertida representación heterodoxa que combinaba una fresca historia policial con ensayos operísticos en un teatro. En esa oportunidad disfruté trozos cortos de las mejores óperas italianas: “La traviata” de Giuseppe Verdi, “El barbero de Sevilla” (“Il barbiere di Siviglia”), ópera bufa de Giovacchino Rossini… Si hasta me acuerdo del nombre de esa obra poco ortodoxa que disfruté en un teatro en los arrabales del norte de París: “Figaro cui, Figaro lá”.

También fue Carlos José quien me indujo a inscribirme en la “Fac de Vincennes” (Paris VIII). Y gracias a él hoy día soy Licenciada en Civilización Hispánica de esa prestigiosa universidad francesa.

Yo, que nunca conocí a mis padres. Yo, que fui criada en un oscuro orfelinato paraguayo. Yo, que apenas completé tres años secundarios en Asunción. Yo, a pesar de todas estas limitantes, hoy día puedo vanagloriarme de ser egresada universitaria, y de dominar bastante bien tanto el español como el francés. Estoy orgullosa de mi misma. «Je suis fière de ma vie, je suis très fière, je suis plein d´orgueil. Il y a une belle fierté dans mes pensées.» Habiendo partido de tan bajo, sola y sin apoyo familiar, evidentemente puede decirse que logré algo.

El famoso “mai soixante-huit” sin duda tuvo sus puntos positivos, pues ampliamente abrió las puertas de dos centros universitarios en Nanterre y en Vincennes. Fue por ello que sin dificultades pude inscribirme en la Universidad del Bois de Vincennes, pues pude obtener una derogación respecto de la exigencia de tener aprobado el ciclo secundario completo. Supuestamente por el simple paso de los años, cualquier persona adquiere la madurez suficiente como para poder realizar estudios universitarios, así que a los mayores de veintiséis o veintisiete años le dejaban inscribirse en la Universidad Paris VIII con secundaria incompleta.

Está bien, tengo que reconocer que Carlos José me aportó muchas cosas positivas. Pero luego me engañó. Pero luego me abandonó. Se fue a Buenos Aires diciendo que debía atender ciertos asuntos familiares, pero que volvería en dos meses. Y luego nada. Ni una carta, ni una mísera postal, ni un llamado telefónico. Disculpándolo, como una tonta me fui a Bruselas a esperar su vuelo charter, pues por economía él había comprado un billete aéreo en una línea belga, habiendo fijado fecha de ida y de vuelta que eran inamovibles.

Con expectativa y con emoción contenida le esperé en la terminal aérea. ¡Qué tonta! ¡Qué ingenua! Pensé que vendría a pesar de su silencio.

Me abandonó como ni siquiera a un perro se abandona. ¡Qué disparate! Sus confesiones de amor parecían sinceras.

Sin duda Carlos José tenía dotes de actor, pues me tenía convencida de su cariño. Pero me engañó. Seguro que la idea de abandonarme siempre estuvo en sus planes. Como todo en París me recordaba a él, decidí irme de esa ciudad y de Francia.

¿Volver a Paraguay? Ni soñarlo. Mis recuerdos de la patria tampoco me eran gratos. Gracias a mi nacionalidad francesa conseguí un contrato de trabajo en Perú, y aquí me vine. Sin duda aquí pasaré el resto de mi existencia. Mis épocas cosmopolitas ya pasaron. Mis épocas aventureras y emocionantes ya se terminaron.

El viernes finalmente pasó, y también el fin de semana, y nada extraño ocurrió. Así que tiré el anónimo a la basura, y al lunes siguiente continué con mi vida normal, como si nada. Mi trabajo. Las tareas de la casa. Mis paseos en el barrio con Sultán. Mis lecturas tranquilas por las noches antes de dormirme.

El miércoles me acordé de Antonio, y me apresuré a escribirle.

Querido mío. Hace ya varios días que recibí tu carta. Perdona por mi retraso en contestarte, pero he tenido unos días muy moviditos…

El siguiente fin de semana llegó, y el cambio de ritmo me permitió descansar plenamente. Dormí como no había podido hacerlo en los siete días precedentes. Recuperé fuerzas, y el lunes siguiente comencé la nueva semana con bríos renovados.

Esa tardecita, ese lunes, al entrar en el condominio y retirar mi correspondencia del buzón, mi corazón pegó un brinco. Un sobre muy llamativo me esperaba. En él se indicaba el nombre completo y el apellido que me había asignado el juez paraguayo: Lucía Beatriz Umpiérrez. Lo curioso es que todo el mundo me conocía como Beatriz y no como Lucía Beatriz, así que seguro que esas señas habían sido copiadas de algún documento. Allí también se indicaba mi dirección limeña con toda precisión así como mi actual número telefónico. ¡El envío había sido confiado a un correo privado, y el sobre tenía un membrete con los datos de un estudio jurídico!

¿Qué será lo que contiene este sobre? –me pregunté con una mezcla de curiosidad e intranquilidad– El suspenso y la ansiedad me hacían cosquillas en el estómago, pero me contuve. De inmediato se me vino a la mente el asuntito del anónimo.

Después de atender a Sultán en paseo y comida, me enfrenté muy decidida al enigmático sobre. Y la carta que allí encontré me dejó estupefacta.

Por este medio se convoca a usted a concurrir a nuestras oficinas pasado mañana miércoles 12 del corriente a las 17 horas, por un tema que sin duda será de su máximo interés. Le rogamos encarecidamente que concurra. Como el tema por el cual la convocamos tiene algunas aristas delicadas, preferimos no adelantárselo en esta nota. Confíe en nosotros y venga. Somos un estudio jurídico-notarial serio, y de los más prestigiosos de Lima. Si le interesa, puede usted consultar nuestro sitio Web, donde se hace una presentación detallada de nuestra firma, de los profesionales que nos acompañan, y de nuestros principales clientes. Por cierto le reembolsaremos sus gastos de locomoción así como el eventual lucro cesante que usted pudiere tener por concurrir a nuestras oficinas en el día indicado. Además, si usted lo prefiere y para su mayor comodidad, le enviaremos una limusina para que la recoja en su domicilio o donde usted nos señale. Favor indicarnos telefónicamente si usted acepta este medio de transporte, para poder hacer los necesarios arreglos. Etcétera, etcétera, etcétera.

Todo este asunto era raro, muy raro. ¿Para qué querría entrevistarme alguien de esa oficina? ¿Y por qué estaban dispuestos a pagarme para que fuera? Por un momento pensé en mis padres. ¡De niña había pedido tanto por ellos, tanto los había necesitado! Pero de eso hacía ya demasiado tiempo, y no estaba muy segura de querer conocerlos justo ahora.

Sacudí la cabeza. Era mejor no pensar en nada. Cualquier especulación de mi parte sería sin base, y por tanto lo más probable es que fuera errada. Decidí concurrir el miércoles a la cita. Por las dudas. Por curiosidad. Por si acaso realmente fuera algo importante. Por cierto no pediría a la empresa que me vivieran a buscar, pues bien podría tomar un taxi. Después de todo, mis finanzas aún me permitían pagarme un corte de cabello y un taxi. Además, ellos habían prometido reembolsarme los gastos, así que tal vez ni siquiera tendría que gastar de mi dinero.

Y así procedí. El miércoles pedí franco en mi trabajo (de sobra tenía licencias no usufructuadas), me bañé, tuve una mañana bien tranquila, a las doce y treinta fui a la peluquería del barrio, y listo. A la hora dieciséis ya estaba merodeando cerca de la dirección de ese estudio jurídico. Era en el distrito de Miraflores, y el edificio era a todo lujo, así que la cosa no parecía demasiado arriesgada.

Me metí en una confitería, y a las dieciséis y cuarenta y cinco ya estaba tocando el timbre en la dirección que me habían dado. Sonó una chicharra y empujé la puerta. De inmediato me atendió una recepcionista.

– ¿Qué se le ofrece? –preguntó con cortesía–

– Tengo una entrevista –dije– Mi nombre es Beatriz Umpiérrez, Lucía Beatriz Umpiérrez.

– Ah, Señora Umpiérrez, la estábamos esperando. Por favor tome asiento en la salita que el Doctor Carvajal enseguida la atiende. Perdón, ¿tal vez usted prefiera esperar en el reservado en lugar de hacerlo en la sala de espera?

– No. –respondí un poco turbada– En la sala de espera está bien.

– ¿Desea la señora que se le sirva un café o una gaseosa?

– No. –respondí con rapidez– Me siento bien, y además hace poco tomé algo caliente en una confitería de la zona.

Me ubiqué en la sala de espera justo frente a un par de personas que también esperaban, un hombre y una mujer. No bien me vieron, empezaron a cuchichear entre ellos con voz bien baja. Tomé una revista, pero mi atención estaba en ese dialogado. Apenas pude percibir algo así como “se le parece bastante”. ¿Estarían hablando de mí? Por un momento me sentí ligeramente intranquila.

A los pocos minutos se abrió la puerta y alguien dijo saliendo a la salita: “Por favor, señoras, señores, pasen ustedes, el doctor Julio Carvajal les espera”.

Al entrar la puerta se cerró detrás de nosotros, y luego de los saludos y apretones de manos de rigor, comenzó el dialogado. De inmediato se me preguntó si conocía a Carlos José Rodríguez. Rápidamente respondí que sí, que lo conocía, y a mi vez pregunté donde estaba, moviéndome nerviosamente en la silla.

El señor Carvajal comenzó a responderme que en realidad no sabían con certeza donde estaba en ese momento, pero el otro señor que se había presentado como Isaac Beerman, le interrumpió diciéndome que se había alojado casi un año en su domicilio particular, en la localidad de Liniers, en la Provincia de Buenos Aires, localidad lindante con los Partidos de La Matanza y Tres de Febrero. Este asunto prometía arrancarme el llanto, y con lágrimas en los ojos atiné a pedir que se me contara lo sucedido, y preguntando si Carlos José había hablado de mí. Isaac afirmó que sí, que Carlos José en varias oportunidades había hablado de mí, a pesar de que naturalmente por su situación él era más bien reservado.

– ¡Por su situación! ¿De qué situación está hablando? –pregunté–

– Por la situación de su hermano, que era montonero. –me respondió Isaac con mucha calma, preguntándome a su vez– ¿Usted no estaba enterada de este asunto?

Moví negativamente la cabeza, y luego de unos instantes de silencio logré balbucear en voz baja: «No puede ser. Carlos José metido en política. ¡Pero si vivimos juntos un poco más de seis años, y él sólo hablaba de historia y de literatura y de poesía, y nunca de política! Además nunca me informó que tenía un hermano. A mí no me importa la política y nunca me metí en política, y aparentemente en este aspecto Carlos José era como yo. Tantas y tantas veces los amigos latinos nos invitaron a manifestaciones y actos de protesta contra las dictaduras latinoamericanas, y por cierto nosotros nunca participamos, nunca fuimos a ninguna de estas reuniones.»

– Bueno, –prosiguió Isaac con voz pausada, aún junto a su esposa que permanecía callada y sin apariencia de querer interrumpirle– probablemente lo que usted dice debe tener algo de cierto, porque por algo fue que estuvo preso un poco más de un año y luego le soltaron.

– ¡Carlos José preso! –repetí en forma mecánica, como si quisiera asegurarme que había entendido bien–

– Sí. –confirmó Isaac– Y cuando salió en libertad fue a buscarla a usted a Francia, pero no logró ubicarla. Al menos eso fue lo que él nos contó.

Ya no daba más, sentí que todo el rostro se me contraía, y sobre mi piel percibí la humedad de varias lágrimas mientras corrían por mis mejillas. Pero fui fuerte y logré reprimir el llanto.

El doctor Carvajal que hasta ese momento había permanecido en silencio, me preguntó: «Señora Umpiérrez, ¿desea usted tomar un café o alguna cosa? ¿O tal vez prefiere un vaso de agua y una aspirina?»

– Estoy bien. –dije– Pero desearía pasar al baño para lavarme la cara y maquillarme de nuevo. –y para salir del paso argumenté– No estoy acostumbrada a un ambiente tan calefaccionado.

En el baño di rienda suelta al llanto. ¡Oh, Carlos José, Carlos José! ¡Cómo debes de haber sufrido! ¡Cómo hemos sufrido ambos por culpa del destino! Mis pensamientos iban y venían en torbellino. Me miré al espejo y me vi horrible. Hacía esfuerzos pero no lograba recobrar la calma, y por ello volví al lugar de la reunión al menos unos quince o veinte minutos más tarde. El señor y la señora Beerman estaban tomando café, y junto a mi silla habían ubicado una mesita chica con café, gaseosa, agua, y un blister de aspirinas. Nerviosamente ubiqué dos aspirinas en mi boca y las tragué con un poco de agua, pidiendo a medias palabras que se me lo contara todo.

Al parecer Carlos José fue preso en averiguaciones no bien ingresó a la Argentina en 1979, y estuvo privado de libertad un poco más de un año. Luego salió, y en un plazo tal vez relativamente breve volvió a Francia a buscarme. No tenemos una gran certeza de la fecha exacta de su retorno a Francia, lo cierto es que no logró ubicarme. Eso se explica. Me mudé a Grenoble a mediados de 1980 pues ya había abandonado toda esperanza de que él volviera, y París me agobiaba. Y en 1981 partí para Perú con mi contrato de trabajo recién otorgado.

A mediados de 1982 y ya de regreso a la Argentina, Carlos José se instaló como huésped en la casa de la familia Beerman. Y una madrugada, en mayo de 1983, vino a buscarlo la policía y se lo llevó. Y a partir de allí ya no se supo más de él, al menos la familia Beerman no sabía nada más. Lo que se me contaba era todo verosímil, pero el rompecabezas no estaba completo. ¿Por qué el señor y la señora Beerman se habían molestado en viajar de Argentina a Perú a contarme todo esto? ¿Y sobre todo, cómo fue que se me localizó en Perú si no me carteaba con nadie de Paraguay o de Francia? Así que esto pregunté. El señor Beerman con voz firme dijo: «Fue el doctor Carvajal aquí presente quien me llamó varias veces a Buenos Aires, y quien nos pidió a mi esposa y a mí que viniéramos. Y este estudio jurídico es el que está sufragando todos nuestros gastos de viaje y estadía.»

Desconcertada, volví mi vista hacia el enorme escritorio, y busqué los ojos del abogado que de inmediato se puso a hablar.

– Créame señora Umpiérrez –dijo– que fue sumamente difícil ubicarla. Tengo entendido que primero se intentó localizarla en Francia, y luego se hicieron intensas pesquisas en España, Paraguay, y Argentina, todas con resultados negativos. Agencias especializadas en búsquedas de personas se dedicaron a esto con muchísimo esfuerzo y gran dedicación. Finalmente por un registro en Francia supimos de su contrato de trabajo en Perú, y a partir de allí todo fue muy fácil.

– ¿Y quién se tomó tantas molestias para ubicarme, gastando probablemente mucho dinero? –pregunté asombrada–

– Fue Jean-Pierre Bureau –respondió el abogado–

– ¿Y quién es ese señor –pregunté aún más desconcertada– No creo que lo conozca, al menos no recuerdo ese nombre.

– Bueno. –dijo el abogado con voz firme pero hablando con mucha lentitud– Tenemos muchos indicios que nos hacen suponer que es su hijo biológico.

El llanto y los sollozos me ahogaron, y todos en la habitación se acercaron a mí… Me desperté sobresaltada, pues claramente escuché los rápidos y suaves golpecitos de nudillos que se habían producido en la entrada, y de inmediato bajo la puerta pasaron un sobre no muy grande, y con bastante impulso pues el mismo logró llegar casi hasta la mitad de la habitación contigua.

Desde la cama podía ver ese sobre, así como los sillones, el amplio barcito con espejo y luces indirectas aún encendidas, y el piso oscuro y súper lustrado que brillaba. El dormitorio comunicaba con ese espacioso ambiente a través de una enorme puerta corrediza que estaba cerrada sólo a medias. Recorrí mi vista por el dormitorio, y vi las seis puertas de placares, la mesita de maquillaje con espejo y de proporciones exageradas que parecía destinada a una actriz de cine, y una puerta de dimensiones normales que por lo que se veía daba a un baño. Un enorme cobertor de plumas cubría mi cuerpo. Me di un pellizco. El dolor me aseguró que no estaba soñando. Me daba la impresión de ser la heroína de un cuento de hadas, o de un cuento de príncipes y de princesas. Corrí descalza y abrí el sobre.

Señora Lucía Beatriz Umpiérrez: Siguiendo estrictamente sus instrucciones, adjuntamos a la presente el comprobante del giro bancario telegráfico por US$ 35000 hecho hoy día en la mañana a Canadá, y a favor de Antonio Gutiérrez Ruiz. Además le informamos que su perro Sultán ya fue trasladado a una guardería limeña, institución que conoce bien los trámites legales y sanitarios necesarios para que su mascota pueda viajar a Francia a la brevedad posible. Le advertimos no obstante que debido a las vacunas y a otros trámites, el perro no podrá reunirse con ustedes en Biarritz antes de mediados del mes entrante. También nos encargaremos de entregar su apartamento arrendado a sus propietarios limeños, saldando cualquier suma que corresponda por alquileres o por otros gastos. La agencia de viajes instalada en la galería comercial del Hotel Las Palmeras de San Isidro de Lima, ya se está encargando de los pasajes de avión tanto para usted como para el señor Jean-Pierre Bureau. No dude en contactarnos por cualquier otra cosa que usted pudiera < necesitar. Le deseamos una muy buena jornada, y un mejor cierre de su estadía en el Perú. Atentos saludos. Julio Carvajal, Abogado-Director

Sentía un poquito de frío en los pies, pero igual fui descalza al escritorio que recordaba haber visto en una habitación no exageradamente grande, que junto a la enorme sala de estar, al baño, y al dormitorio de proporciones principescas, completaban el reservado de ese hotel de lujo en donde ahora me alojaba. Tomé una hoja de papel y un sobre, y con nerviosa letra escribí lo siguiente.

Mi querido Antonio: Tengo miedo por ti. No cometas una locura. No pases a EEUU en forma clandestina. Eso es muy peligroso, y no vale la pena que te arriesgues tanto. Por giro telegráfico te envío unos ahorros que tenía para una emergencia; adjunto el correspondiente comprobante. Con ese dinero contrata un buen abogado que se encargue de la apelación de tu juicio de residencia. Creo que lo mejor para ti es que te quedes en Canadá, y que allí rehagas tu vida. Por mi parte pienso volver a Francia para a mi vez iniciar una nueva vida. Bien siento que lo nuestro se enfrió, así que lo mejor es que cada cual siga su camino de la mejor manera posible. Toma el dinero que te envío como un regalo de despedida. No admitiré que me lo devuelvas. Sé bien que eres orgulloso, pero lo primordial ahora es que salgas adelante y que no arriesgues tu vida sin necesidad. Piensa en esto. En dos o tres días me tomaré un avión para Paris, y no estoy muy segura si continuaré o no escribiéndote. Muy probablemente una eventual relación epistolar a ambos nos haría más mal que bien. Y ciertamente es casi imposible que tú puedas venir a Francia o que yo pueda ir a Canadá. Suerte, mucha suerte. Beatriz

Con rapidez escribí las señas de Antonio en el sobre, y enseguida tomé el teléfono.

– Señorita, por favor, déme con la administración.

– Ah, bien, acabo de dejar correspondencia sobre mi escritorio, y desearía que la misma fuera enviada de inmediato a Canadá. Sí, habitación 1029.

– Sí, sí, por el servicio de entrega inmediata está bien, pues así el destinatario recibe el envío en pocos días y en forma segura.

Colgué y corrí al dormitorio. La cama redonda y enorme se me ocurría era un poco grotesca. Seguro que en ella podrían dormir bien tres o cuatro personas. ¡Qué inconducente lujo asiático! El llamado telefónico me sobresaltó.

– Ah, Carlos Alberto, eres tú.

– Sí, en una hora nos vemos en el lobby del hotel para ir a almorzar.

– No, no me molesta para nada que tú quieras conservar tu actual nombre francés, lo que por cierto es lo más lógico. Pero para mí siempre vas a ser Carlos Alberto Rodríguez, Carlos Alberto Rodríguez Umpiérrez.

– Ah, y muchas gracias por haberme dado los 35000 dólares americanos. En su momento Antonio me rescató de un problema, y tenía la obligación moral de devolverle este dinero no bien me fuera posible.

– Sí, besos, nos vemos.

De inmediato me metí en la ducha. El jacuzzi no sabía bien como usarlo, y además no tenía tanto tiempo ni estaba de humor como para eso.

Comencé a pensar en todo lo que me estaba ocurriendo. ¡Qué enorme cantidad de casualidades! ¡Qué cantidad de casualidades y de coincidencias! Las cosas estaban saliendo bien, muy bien, pero de chiripa. Primero la búsqueda emprendida por Carlos José en Francia y luego de que estuvo preso en Argentina. Seguro que se enteró enseguida de lo de mi embarazo, y de que me atendía en el Hospital Antoine-Béclèrc en Clamart, en la rue de la Porte de Trivaux. La portera debe de haberle informado de todo esto. Mucho más difícil para Carlos José, debe haber sido averiguar que había dado al niño en adopción. A excepción de las autoridades, casi nadie sabía de esta cuestión. Probablemente fue la sage-femme quien le informó. La partera que me atendió durante el parto y mi subsiguiente internación, fue quien me informó de los trámites de adopción cuando vio que dudaba de mi futuro, y que una de las posibilidades podría ser la de dar al bebé a un matrimonio que pudiera criarlo como Dios manda. Luego, la gran decisión de Carlos José de iniciar juicio de nulidad respecto de esa adopción, en mérito a que él no había dado su consentimiento. ¡No sé cómo se le ocurrió esa salida! ¡No sé quien pudo asesorarlo! Lo cierto es que el juez le dio la razón, y le otorgó la tenencia del niño quitándosela a la familia adoptiva.

¿Y posteriormente qué hizo Carlos José? De nuevo se fue a la Argentina, y en algún momento, enseguida que llegó o después de algunas semanas, le alquiló una pieza a Isaac Beerman. Según me contó este buen hombre, allí pasó unos cuantos meses. Carlos José durante ese tiempo salía muy poco, y casi por entero se dedicaba al niño. Pero se ve que recelaba de algo o de alguien, pues le advirtió al matrimonio Beerman que si algo pasaba, que si en algún caso él no volvía, que atendieran al niño por un par de días. Y que si su ausencia se prolongaba, que entonces avisaran a una familia en Francia que quería adoptar al niño, que seguro ellos vendrían a buscarlo.

Los temores de Carlos José se ve que eran fundados, pues una madrugada a mediados de 1983, concretamente el 26 de mayo de ese año, el matrimonio Beerman se despertó porque con gran escándalo estaban llamando a la puerta de su casa. Casi enseguida entró Carlos José al dormitorio de la pareja con el niño dormido en sus brazos, y diciendo: «Seguro que vienen a buscarme. Si alguien pregunta digan que este niño es vuestro sobrinito que está de visita. Y si luego de unos días no aparezco, ya saben lo que hacer. Los documentos del niño y todos los datos de la familia en Francia que quiere adoptarlo, están en mi bolso de mano en el placard del pasillo.»

Y el matrimonio Beerman cumplió con este pedido al pie de la letra. El jueves siguiente y ya en junio de 1983, Isaac ya estaba escribiéndole a la familia francesa cuyos datos estaban en el bolso de mano de Carlos José. Y una docena de días más tarde Monique Bureau y un abogado ya estaban llamando a la puerta de la familia Beerman en Buenos Aires. Monique no escatimó ni precauciones ni gastos. Estimando que sería arriesgado intentar llevar a Carlos Alberto a Francia con su pasaporte argentino, decidieron que lo mejor era que mi hijo viajara como si fuera hijo del hermano de Isaac, quien tenía dos hijas y cuatro hijos, el menor de los cuales apenas si tenía cuatro meses más que Carlos Alberto. Y así se hizo. Rubén Beerman, el hermano de Isaac, sufría del corazón y tenía un marcapasos, y mucho le habían recomendado no viajar en avión. Así que todos fueron a Europa en un crucero. Y en ese barco viajaron los dos matrimonios Beerman, los cinco hijos mayores de Rubén, Carlos Alberto simulando ser el sexto hijo, y también por cierto Monique Bureau. Cada uno de los chicos tenía pasaporte independiente donde se les autorizaba a viajar con cualquiera de sus padres o con terceras personas. Por suerte no hubo el más mínimo problema de documentación ni con la salida de Argentina ni con el ingreso en Francia.

Los Beerman pasaron varias semanas en los hoteles propiedad del matrimonio Bureau en Europa, y luego todos ellos regresaron a Argentina en otro crucero, los cuatro mayores y los cinco chicos. Y Carlos Alberto se quedó en Francia y allí nuevamente pasó a ser Jean-Pierre Bureau.

Al matrimonio Bureau le fue relativamente sencillo obtener entonces la custodia provisoria de Jean-Pierre y luego su custodia definitiva, aduciendo que el padre biológico de la criatura, Carlos José Rodríguez, a ellos el niño les había entregado voluntariamente, para así poder hacer un rápido viaje a la Argentina y por un tiempo limitado, pero que luego les había llamado por teléfono desde su país, informando que tenía problemas políticos, y que por muchos años probablemente no podría volver a Francia a buscar a su hijo.

¡Oh, Carlos José, Carlos José! Voluntaria o involuntariamente diste la felicidad a mucha gente, y tú fuiste el único gran perjudicado. Y a mí me diste la felicidad absoluta, me hiciste el mejor de los regalos. Con tu accionar directa o indirectamente permitiste que me reencontrara con mi hijo. Y como broche de oro, Carlos Alberto aceptó las razones que le di, justificando por qué lo había dado en adopción. Por cierto eso hice no por egoísmo o por razones mezquinas. Sé bien lo que se siente crecer sin conocer a sus padres. Y no quería que mi hijo sufriera algo parecido a lo que yo tuve que sufrir. Claro, a ti Carlos Alberto pensé que solamente te faltaría la figura paterna, pues estaba bien dispuesta a siempre estar a tu lado. Juzgué sin embargo que incluso esa sola falencia sería para ti un sacrificio demasiado grande, pues argumenté que permaneciendo a mi lado deberías crecer sin nunca siquiera haber visto a tu padre, y teniendo una madre sólo de tiempo parcial. Pues para mantenernos ciertamente hubiera tenido que trabajar muy fuerte, y hubiera podido estar a tu lado poca parte del día. Eso era lo que me angustiaba Carlos Alberto mientras te tenía en la panza, pues todo parecía indicar que esa era la vida que podría darte. Y para ti Carlos Alberto quería lo mejor de lo mejor, quería que tuvieras una infancia plena y feliz, y no la infancia oscura y desgraciada y con frustraciones que a mí me tocó vivir. Muchas gracias Carlos Alberto, por haberme comprendido y por haberme perdonado…

– Sube a la limusina, por favor… ¿Dónde quieres almorzar?

– En Lung Fung. Hoy quiero comer pato laqueado. Necesito llevarme ese sabor y ese aroma a Francia.

– Creo que ya escuchó a mi mamá. Así que directo al restaurante Lung Fung en el distrito de San Isidro. Y rápido, bien rapidito, que tenemos mucho apetito.

Fin de la historia. No sé querido lector si esta narración le agradó mucho o poquito o nada. Si cette histoire vous a plut, tant mieux. Je trouve qu’elle emmène à beaucoup de réflexions sur soi-même, et sur les événements qui sans interruption s’enchaînent dans l’entourage. Si por el contrario la historia no gustó, la escritora le autoriza a apropiarse de la trama, y modificar en este escrito todo lo que haya encontrado poco logrado. Sin duda la trama vale la realización de este esfuerzo. ¿No le parece?

En el relato precedente intenté introducir tensión y suspenso en la presentación, en cierta medida imitando el muy particular estilo aplicado reiteradamente por el conocido escritor Julio Cortázar. Este estilo consiste en poco a poco ir describiendo escenarios y situaciones, de forma de así obligar al lector a reiteradamente ir modificando sus hipótesis y sus suposiciones. Ah, este gran escritor de nacionalidad argentina pero nacido en Bélgica, sin duda mucho amaba emocionalmente a la ciudad de París, y en este sentido varios de sus cuentos provocan en mí una resonancia especial, pues con toda certeza también amo a la bellísima ciudad-luz. Moi aussi, j’adore Paris. Moi, je suis une francophile malgré ma nationalité paraguayenne.

Otra de las particularidades de presentación del escrito precedente, es que hay tres o cuatro abruptas interrupciones en la continuidad del tiempo. Este recurso estilístico también ayuda a introducir interés y emoción en el relato, pues así el lector se ve obligado a cubrir estas lagunas con su propia imaginación, y/o con recuerdos y elucubraciones eventualmente manifestados posteriormente por el personaje. La historia precedentemente presentada sin duda es ella factible, o sea tiene ella características que perfectamente podrían haberse dado en la realidad, a pesar del gran cúmulo de increíbles circunstancias, imponderables, y rebotes, que juegan con la vida y con los sentimientos de los personajes. ¡Qué enorme cantidad de casualidades están presentes en este relato! ¡Qué cantidad de casualidades y de coincidencias y de sinergias de todo tipo y color! Mi historia sin duda tiene ribetes cinematográficos. Mi historia no parece haber sido trazada por el simple azar y por un discurrir común y corriente de acontecimientos, sino que en ella parece notarse el fino y emotivo toque del Creador.

Pero además, entremezclado con la trama principal que sin duda se refiere a los sentimientos personales de Lucía Beatriz, a sus incertidumbres, a su relativa soledad, a sus estrategias de subsistencia, a sus renuncias, a sus sacrificios para con un hijo que vino sin anunciarse y para quien quiere lo mejor, también se presentan allí otras interesantes y variadas cuestiones. En primer plano se destacan los problemas de inserción y de integración de los inmigrantes, a través de los avatares particulares que sufren Antonio Gutiérrez Ruiz en Canadá, Carlos José Rodríguez en Francia, y la propia protagonista Lucía Beatriz Umpiérrez en Francia y en Perú. En mayor o menor grado esta cuestión de la inmigración está presente y ha afectado a un número muy grande de latinoamericanos, pues quien no se ha desarraigado de la patria por un período más o menos largo, en la mayoría de los casos tiene a familiares viviendo en el exterior, o al menos conoce de cerca los casos de amigos y de compañeros de trabajo que han tomado el camino de la radicación en el exterior por razones políticas o económicas o familiares o laborales, o al menos para mejor capacitarse profesionalmente.

Sin duda también está presente el drama de los niños que deben criarse en orfanatos o que son dados en adopción, así como de los niños que deben crecer con solamente un referente paterno. Otro de los asuntos visibles que también puede provocar la reflexión es el tema del bilingüismo y del biculturalismo latente o presente en muchos inmigrantes, cuestión que sin duda tiene una relevancia especial en el mundo de hoy día caracterizado por una importantísima expansión del comercio internacional y de los intercambios culturales de todo tipo, o sea caracterizado por una marcada globalización y mundialización de las actividades culturales, comerciales, y productivas. Ciertamente también se hace mención a la problemática de la sedición y de los grupos parapoliciales, los que con sus acciones en muchos casos afectan significativamente la vida de personas no especialmente comprometidas con posiciones político-ideológicas de tipo radical o extremo.

Y muy marginalmente también se alude al tema de la lectura, al señalar que ésta es una actividad regular y frecuente de la protagonista principal, de la heroína de la historia. La vida vertiginosa y agitada que llevan hoy día muchísimas personas, así como las muchas ofertas culturales y los muchos pasatiempos que hoy por hoy se ofrecen a través de la radiodifusión, a través de la teledifusión, a través de la cinematografía, a través del teatro, etcétera, etcétera, sin duda conspiran en contra de la lectura de tipo tradicional (cuentos, novelas, crónicas, ensayos, poesías, artículos periodísticos y de opinión, entrevistas, biografías, etcétera, etcétera). La voz humana, y sobre todo la combinación de sonidos e imágenes, por cierto son sumamente atrayentes, súper atrayentes y seductores. Aquí no vamos a ponernos en contra de esos medios que con toda evidencia ofrecen enormes posibilidades, y que también son vectores culturales de potencial notoria incidencia. Pero sí corresponde señalar que lo que puede transmitirse en el cinematógrafo a través de un esplendoroso decorado natural y un breve dialogado, indudablemente tiene un equivalente en la escritura que podría ser de cierta extensión y de cierta riqueza, en la medida que allí se intente describir ese paisaje natural con cierto detalle y con cierto tinte poético. Con toda evidencia todas las alternativas recién aludidas son vías o formas de expresión que no deben verse como competitivas y antagónicas sino como complementarias. Con toda evidencia los escritos obligan al lector a cubrir las lagunas con gran imaginación, con gran inventiva, con gran aportación personal, imaginación, inventiva, y aporte personal, que obviamente suelen ser menos necesarios cuando se combinan sonidos e imágenes. Con toda evidencia los escritos promueven más activamente el enriquecimiento verbal de los lectores, esto cumpliendo con mejor eficiencia y mayor profundidad a como lo hace la televisión con los televidentes. Se reitera para que quede bien claro, todos los posibles y diversos canales culturales recién mencionados, no deben verse como competitivos sino como complementarios, y entonces la actitud que debe tenerse, es la de velar para que algunos de estos medios no primen de tal forma que prácticamente anulen a algún otro. De aquí los esfuerzos que últimamente se vienen desarrollando a favor de la escritura y a favor de la lectura, actividades en donde en las últimas décadas se ha observado una franca declinación.

Y como fue dicho un poco más arriba, los entretelones de mi historia incitan al lector a plantearse un cúmulo de reflexiones sobre sí mismo, sobre los azares de la vida, sobre las increíbles casualidades con consecuencias a veces positivas y a veces negativas. Estos procesos reflexivos sin lugar a dudas también contribuyen a la mejor capacitación de los individuos, formando parte de lo que podríamos llamar educación no formal, o sea adiestramiento realizado al margen de una organización educativa bien planificada y con etapas o niveles claramente marcados. La literatura, los escritos de ficción, además de entretener, además de alegrar el espíritu, además de contribuir a una existencia más feliz y plena, sin duda también tienen un importante valor educativo-formativo de tipo no formal.