Posibles aportes del escrito que aquí se presenta (a1)
Está bien, cualquier escrito de ficción que se encuentre bien redactado y que utilice un vocabulario florido y enriquecido, que en algún sentido tenga la particularidad de atrapar al lector, y que entre líneas o en forma explícita plantee una o varias temáticas de cierto interés social o histórico o científico o cultural, constituye de hecho un disparador que es potencialmente útil para la propia reflexión o para el debate dialéctico, construye de hecho una situación de aprendizaje que motiva y que es portadora de cultura y de sinergias…
En efecto, si el escrito en cuestión utiliza un vocabulario extendido, por cierto que directa o indirectamente la lectura y el análisis del mismo ayuda al lector a mejor manejar ese idioma, y a través de este aprendizaje directa o indirectamente le ayuda a mejor comprender la estructura social en la que vivimos, así como los paradigmas y las teorías y las normativas generadas por la humanidad en el decurso de las distintas épocas… Disfrutar un escrito de este tipo por tanto puede ser positivo, tanto para quien está aprendiendo una segunda lengua, como para quien en la enseñanza primaria o secundaria está reafirmando el uso de su propia lengua materna, y como para quien en un momento de tranquilidad y de distensión dedica un tiempo circunstancialmente libre a la lectura y al divague creativo…
Pero además, si el escrito es atrayente, si en él se hace un buen manejo de la tensión y del suspenso para mantener siempre vivo el interés del lector y no aburrirle, permite agregar una cualidad adicional… La enseñanza de algo, de una lengua extranjera, de la propia lengua materna, de una determinada cuestión vinculada con un aspecto específico de la economía o de la sociología o de la historia, la transmisión de un aviso en relación a un problema que se puede presentar o en relación a una situación potencialmente peligrosa que tal vez pueda extenderse, y también la simple y sencilla descripción de una experiencia de vida de la que eventualmente pueda extraerse sabiduría, no tienen ellas porqué ser aburridas sino todo lo contrario… Por todos los medios siempre debe buscarse un enfoque y un planteamiento que le den vida a esa enseñanza o a esa transmisión de experiencia, para así convertir la instancia educativa en un ejercicio ameno, divertido, enriquecedor…
Un escrito de ficción puede llevar consigo un mensaje o una conclusión o una temática que se invita a analizar, y estos elementos así se introducen de una manera muy espontánea y natural, sin necesidad de adoptar ese enfoque docto y formal y rígido que suele utilizarse en los textos de estudio, y que a veces y en alguna medida alejan a los lectores…
Y el escrito titulado “Un conflicto que viene de lejos” es un buen ejemplo de los múltiples objetivos que se pueden alcanzar a través de una historia de ficción…
En primer lugar, corresponde señalar que ese escrito está redactado en idioma español, aunque no obstante ello, allí se utilizan palabras, expresiones, y aún frases enteras que corresponden al francés… Por lo tanto, la historia podría ser entonces muy apta para ser utilizada en algún curso de enseñanza del idioma español orientado a personas francohablantes…
Pero además, con naturalidad allí se plantean diversos asuntos vinculados con la inmigración, con el bilingüismo y con el multiculturalismo, y también vinculados con ciertas temáticas sociales referentes a la fragmentación familiar, al desarraigo respecto del lugar de nacimiento y respecto de la cultura de origen, a la violencia que se sufre directa o indirectamente por cuestiones políticas, etcétera, etcétera…
Por último, corresponde destacar también que el escrito que se presenta en la siguiente sección claramente se divide en dos partes… En la primera parte propiamente se desarrolla la historia, mientras que en la segunda parte el escritor se dirige directamente al lector para a través de este recurso poder plantear y resaltar una serie de interesantes cuestiones sobre la historia en sí misma y sobre la forma en la que ella es presentada, y para así no dejar libradas al azar las interpretaciones personales que los lectores puedan dar a ese relato… Así, a través de este inteligente recurso táctico, explícitamente se plantean y se ponen en relieve asuntos tales como… Las temáticas del bilingüismo y del multiculturalismo… Los sentimientos humanos que afloran y que marcan rumbos… Los problemas y los sinsabores de la niñez abandonada, de la inmigración por razones económicas o políticas, de la violencia ejercida por grupos sediciosos o por grupos parapoliciales… El propio tema de la literatura y de la lectura, en integración armónica con otras vías de transmisión de cultura… Los recursos estilísticos utilizados por los escritores en las buenas obras literarias…
No corresponde extenderse más en esta introducción… Lo principal ya está dicho… Lo medular ya está planteado…
Se invita por tanto al ocasional lector a ponerse cómodo y en situación receptiva, para así disfrutar del escrito aquí muy brevemente comentado, y el cual se inserta en las líneas que siguen…
Un conflicto que viene de lejos (a2)
Ese jueves llegué a casa un poco más tarde de lo habitual. Al entrar en el condominio hice mi acostumbrada visita a la “boîte aux lettres”. La factura del teléfono, una carta de Canadá con la inconfundible letra de Antonio, y una carta cerrada y sin destinatario que supuse era de la Administración. Nada fuera de lo usual.
Al salir del ascensor en el piso cinco, de inmediato me saqué los zapatos. Ya no los aguantaba, ya no los soportaba. El par que había comprado la semana pasada en una barata sin duda era muy elegante y llamaba la atención, pero estaba destrozando mis pobres y sufridos piecitos.
No bien abrí la puerta de mi apartamento, Sultán se echó sobre mí con sus acostumbradas muestras de cariño y afecto. Ah, si al menos tuviera una mujer que me hiciera la limpieza y que de vez en cuando sacara al perro de paseo. Pero no, por el momento no me podía dar esos lujos, al menos mientras Antonio no regresara definitivamente a Lima.
Rápidamente me cambié de abrigo, me puse un par de zapatos de tacones bajos que me iban a la perfección, puse la correa a Sultán, y allá salimos al acostumbrado paseo vespertino. Sultán tenía tanta energía que no se sabía bien si él me llevaba a mí, o si yo le conducía a él.
Al final Sultán era un estorbo. Por su causa mis paseos estaban limitados, muy limitados.
Hacía ya una eternidad por ejemplo que no iba al museo del oro, allí en el distrito de Santiago de Surco. Mi última visita a ese lugar había sido hacía ya unos cuantos años, y naturalmente acompañada de mi prometido Antonio.
También por culpa de Sultán, al mediodía debía regresar a comer a casa, en lugar de ir con las compañeras y con los compañeros de trabajo a algún chifa. Ay, hace ya tanto que no saboreo un pato laqueado, como el que un día descubrí en San Isidro, en el conocido chifa Lung Fung. La comida china cantonesa sin duda es una delicia, y el mestizaje de sabores criollos y chinos de los chifas limeños con toda certeza genera las más destacadas especialidades gastronómicas peruanas, especialmente en lo que concierne a la comida agridulce.
Claro, al final ciertamente Sultán no tenía toda la culpa. Al menos algunas veces me las podría arreglar para hacer al menos un simple paseo por el centro histórico de Lima, o para ir algún fin de semana a un teatro o a un cine… La música peruana y las danzas peruanas sin duda tienen una riqueza sin parangón. Influencia nativa. También influencia africana y china. También influencia española. ¡Qué música! ¡Qué danzas! ¡Qué coloridos vestuarios! La diablada de Puno. La marinera norteña. La Zamacueca. La influencia africana y china en Perú es muy llamativa, pues entre los siglos XVII a XIX muchos esclavos llegaron a esas costas desde África, y en el siglo XIX la inmigración china fue sumamente importante. A los chinos se los traía con un contrato de trabajo que en realidad luego no se respetaba en la mayoría de los casos, obligando a los inmigrantes a trabajar de una forma que mucho se parecía al trabajo semiesclavo.
Habitualmente me encontraba tan cansada por el ajetreo de toda la semana, que no tenía ánimo para arreglarme y salir. Además, está mal que una mujer salga sola, especialmente por la noche y a algún espectáculo nocturno. Al menos en América Latina está mal. Al menos en Perú está mal.
A raíz de estos pensamientos de inmediato comencé a añorar mi adorada estadía en París. Ah, el Teatro Nacional Opéra-Comique. Ese teatro estaba situado frente a la Place Boieldieu, y estaba bien cerca de la buhardilla donde vivía, octavo piso sin ascensor. Allí con frecuencia se presentaban grupos de baile de Latinoamérica y de África. Colombia, Egipto, Perú, Costa Rica, Senegal, Bolivia, Marruecos. ¡Oh, qué inolvidables recuerdos! Mi estadía en Francia sin duda había sido maravillosa y de lo mejor. Y en París fue donde conocí el amor, el verdadero amor…
Sultán sin duda es un estorbo, pero por lo menos no deja que me deprima y que me sienta tan sola.
Las mujeres no deberían vivir solas porque necesitan alguien que las mime y que las proteja. Debería haber una ley que obligara a los hombres a formalizar una familia no bien ellos cumplieran la mayoría de edad. Y si luego de los veintidós o veintitrés añitos un hombre continuara soltero, deberían imponerle una multa o algún tipo de impuesto por ser tan desconsiderado…
Ya de regreso al apartamento, miré de reojo las cartas que resaltaban sobre la muy oscura y lustrada tapa de la mesa del comedor, y me dirigí de inmediato a la cocina diciendo: “Un momento Antonio, ya estoy contigo, me ocupo de la comida del perro y en cinco minutos estoy contigo”.
Preparé el alimento de Sultán, y deposité el mismo en el piso de la terracita. Y luego de cambiar el agua del bebedero, cerré la puerta de la terraza-lavadero. Quería estar tranquila. Quería que Sultán no me distrajera.
Prendí la lámpara de la sala, me acomodé en el sillón, y di un suave y necesario masaje a mis dolidos piecitos. Y luego de unos instantes de reposo y con los ojos entornados, me puse en movimiento y abrí la carta de Antonio.
Finalmente mi prometido no me decía nada nuevo, nada que yo no hubiera podido imaginar. Había perdido el juicio de residencia tal como ya se sospechaba, y al menos en teoría se vería forzado a salir del país a breve plazo.
Y por esto, porque no había logrado regularizar su situación en Canadá, tenía muchas ganas de ingresar a EEUU en forma clandestina. Unos amigos suyos así habían pasado sin problemas, y le habían dejado el contacto. Solamente debería reunir el dinero para el viaje, y le llevarían hasta la frontera dejándole muy cerca de un túnel ferroviario. Después el problema sería suyo. El túnel era bastante largo, y únicamente debería tener mucha atención con los trenes que con frecuencia por allí pasaban. Del otro lado del túnel y ya en territorio estadounidense, era fácil escabullirse, era muy fácil escabullirse, especialmente de noche y con clima malo, especialmente en primavera o en otoño, pues en invierno era imposible por allí pasar, y en verano sin duda había demasiado movimiento y noches demasiado cortas.
Ya fuere en EEUU ya fuere en Canadá, sin duda a Antonio le sería muy pero muy difícil levantar cabeza. O al menos eso le llevaría mucho muchísimo tiempo. Tengo que resignarme, y admitir que ya lo he perdido. Claro, hace ya tres años que se fue a probar suerte a Canadá y aún me escribe, y yo siempre le contesto. Pero esto no va a durar para siempre. Lo intuyo. Lo siento bien claro, bien clarito, en el fondo de mi alma. Tengo que resignarme. Debo resignarme. Por mi bien debo aceptar la realidad.
Puse la carta de Antonio en el sobre, y abrí la otra carta. Sin duda esperaba encontrarme con una convocatoria a asamblea de copropietarios (la que debería reexpedir al dueño), o con una aburrida circular relativa a la limpieza, o a la necesidad de evitar hacer ruidos molestos. Pero no. El muy blanco papel-carta con finas líneas azules, apenas tenía unas pocas líneas manuscritas, que expresaban lo siguiente: «Te conozco. Sé bien quien eres. Sé bien que lo hiciste, así que tenemos que hablar. Nos veremos mañana viernes a la hora 17 dentro de la Catedral que está frente a la Plaza de Armas y junto al Palacio Arzobispal. No faltes, y sé puntual. Y no te preocupes pues yo te reconoceré, así que seré yo quien primero me acercaré a ti para darme a conocer.»
¡El sobre cerrado y en blanco contenía un anónimo, pues esas escuetas y preocupantes líneas no tenían ningún tipo de firma!
Releí una y otra vez el mensaje hasta casi aprenderlo de memoria. ¡Qué disparate! ¡Quién habría podido escribirme algo así! ¿Estaría realmente dirigido a mí, o en realidad sería una nota enviada a otro apartamento y colocada por error en mi buzón?
Un escalofrío recorrió mi espalda. Esa nota me había estropeado la noche. Esa nota había conseguido intranquilizarme. ¿Y qué es lo que haría? ¿Respondería a la cita, o dejaría plantado al ignoto remitente de esta esquela?
De inmediato decidí que no iría, que no concurriría a esa extraña y enigmática cita. No correspondía. La prudencia esto me indicaba. Ni siquiera siendo hombre y por simple curiosidad respondería sumisamente a una convocatoria de este tipo, y siendo mujer menos que menos. Ciertamente los anónimos eran totalmente improcedentes.
La decisión ya tomada me tranquilizó un poco. Pero aún así esa noche tuve mucha dificultad para dormirme.
A la mañana siguiente el despertador sonó a la hora habitual, pero dejé pasar su llamado. Ya había decidido que ese día no concurriría al trabajo. Pediría el día libre pretextando que tenía un fuerte dolor de cabeza, así que a eso de las nueve llamaría al jefe para advertirle de este asunto. Y listo.
En realidad la cabeza no me dolía. Simplemente ese día parecía más sensato y sabio no salir de la casa. Era por lo de la nota, era por lo del anónimo, que sin duda tenía una redacción misteriosa e intimidante. Sin duda eso era lo mejor y lo más prudente.
No sabía bien si esa esquela estaba o no dirigida a mí, pero con certeza era más razonable y seguro estar ya en la casa a la hora de la cita. En Perú no tenía a nadie cercano a quien recurrir en caso de peligro. A esa hora pensaba encerrarme en mi dormitorio a ver televisión y con la puerta bien cerrada. El resto de la casa sería para Sultán. Si algo pasaba, el perro me defendería, o al menos causaría gran alboroto.
Mientras miraba las telenovelas y los documentales, me reía un poco de mi misma. Estaba muy segura que nada malo había hecho en mi vida. Nadie podía estar reprochándome algo o teniéndome manía. Sin duda no había cometido ningún ilícito.
En Perú mi residencia era absolutamente legal. Nadie en su sano juicio debería preocuparse por mí, a tal punto de haberse tomado la molestia de enviarme un anónimo, y a tal punto de querer causarme algún daño o darme algún disgusto.
Al apagar la televisión comencé a repasar mi vida en cámara rápida. El orfelinato en Asunción. Mis empleos como doméstica en el Paraguay. Mi ingreso de pura suerte como trabajadora en la casa particular del embajador francés en Paraguay. Luego mi viaje a París junto al diplomático y a su familia. Los cinco años de gran lujo y de poco trabajo pasados en la residencia de ese respetable grupo familiar. Luego mi negativa a continuar sirviendo a la familia en Camboya, y por tanto mi decisión de quedarme en Francia pues ya tenía la residencia legal en ese país.
Nadie nada podría reprocharme algo. Con nadie tenía deudas pendientes. Y no podía haber ninguna autoridad migratoria ni ninguna gendarmería que por alguna razón me buscara.
Ni siquiera Carlos José podía reprocharme algo. Muy por el contrario, en todo caso era yo quien tenía cosas para reprocharle a él.
¡Oh, qué errores a veces se cometen en la vida! ¿Por qué le había entregado mi corazón a ese argentino, así, sin precauciones y dándome por entero, cuando en Asunción corrientemente se decía que había que desconfiar de los argentinos, y especialmente de los argentinos-porteños?
Y yo, incauta, justamente vine a enredarme con un argentino-porteño allí en París, ciudad muy cosmopolita en donde abundan las diferentes nacionalidades, y en donde indudablemente los argentinos son minoría. París, ciudad encantadora, ciudad maravillosa, megalópolis de más de catorce millones de personas, sin duda generosamente me ofrecía miles de posibilidades. Pero no, bien podría decirse que fui paciente e inconciente, y que esperé a ese argentino como si fuera mi tabla salvadora. Oh, ¿por qué habré ido ese día a la “Maison de l’Amérique Latine” en el Boulevard Saint-Germain? Porque fue allí que conocí a Carlos José.
Por cierto, tampoco puedo ser injusta con Carlos José. Los años que pasé junto a él sin duda fueron maravillosos, emocionantes, diferentes, llenos de sentimientos hasta entonces desconocidos para mí. Sin duda ese argentino me hizo vibrar como nunca antes nadie lo había hecho. Los años pasados junto a él fueron mis mejores años.
La cultura que ahora tengo en buena medida se la debo a él. Carlos José siempre se inclinó por las artes y por la literatura y por la historia.
Junto a él visité museos y castillos casi hasta el hartazgo. Junto a él concurrí a numerosos espectáculos teatrales. Junto a él descubrí la ópera de la mejor manera, a través de una muy interesante y muy divertida representación heterodoxa que combinaba una fresca historia policial con ensayos operísticos en un teatro. En esa oportunidad disfruté trozos cortos de las mejores óperas italianas: “La traviata” de Giuseppe Verdi, “El barbero de Sevilla” (“Il barbiere di Siviglia”), ópera bufa de Giovacchino Rossini… Si hasta me acuerdo del nombre de esa obra poco ortodoxa que disfruté en un teatro en los arrabales del norte de París: “Figaro cui, Figaro lá”.
También fue Carlos José quien me indujo a inscribirme en la “Fac de Vincennes” (Paris VIII). Y gracias a él hoy día soy Licenciada en Civilización Hispánica de esa prestigiosa universidad francesa.
Yo, que nunca conocí a mis padres. Yo, que fui criada en un oscuro orfelinato paraguayo. Yo, que apenas completé tres años secundarios en Asunción. Yo, a pesar de todas estas limitantes, hoy día puedo vanagloriarme de ser egresada universitaria, y de dominar bastante bien tanto el español como el francés. Estoy orgullosa de mi misma. «Je suis fière de ma vie, je suis très fière, je suis plein d´orgueil. Il y a une belle fierté dans mes pensées.» Habiendo partido de tan bajo, sola y sin apoyo familiar, evidentemente puede decirse que logré algo.
El famoso “mai soixante-huit” sin duda tuvo sus puntos positivos, pues ampliamente abrió las puertas de dos centros universitarios en Nanterre y en Vincennes. Fue por ello que sin dificultades pude inscribirme en la Universidad del Bois de Vincennes, pues pude obtener una derogación respecto de la exigencia de tener aprobado el ciclo secundario completo. Supuestamente por el simple paso de los años, cualquier persona adquiere la madurez suficiente como para poder realizar estudios universitarios, así que a los mayores de veintiséis o veintisiete años le dejaban inscribirse en la Universidad Paris VIII con secundaria incompleta.
Está bien, tengo que reconocer que Carlos José me aportó muchas cosas positivas. Pero luego me engañó. Pero luego me abandonó. Se fue a Buenos Aires diciendo que debía atender ciertos asuntos familiares, pero que volvería en dos meses. Y luego nada. Ni una carta, ni una mísera postal, ni un llamado telefónico. Disculpándolo, como una tonta me fui a Bruselas a esperar su vuelo charter, pues por economía él había comprado un billete aéreo en una línea belga, habiendo fijado fecha de ida y de vuelta que eran inamovibles.
Con expectativa y con emoción contenida le esperé en la terminal aérea. ¡Qué tonta! ¡Qué ingenua! Pensé que vendría a pesar de su silencio.
Me abandonó como ni siquiera a un perro se abandona. ¡Qué disparate! Sus confesiones de amor parecían sinceras.
Sin duda Carlos José tenía dotes de actor, pues me tenía convencida de su cariño. Pero me engañó. Seguro que la idea de abandonarme siempre estuvo en sus planes. Como todo en París me recordaba a él, decidí irme de esa ciudad y de Francia.
¿Volver a Paraguay? Ni soñarlo. Mis recuerdos de la patria tampoco me eran gratos. Gracias a mi nacionalidad francesa conseguí un contrato de trabajo en Perú, y aquí me vine. Sin duda aquí pasaré el resto de mi existencia. Mis épocas cosmopolitas ya pasaron. Mis épocas aventureras y emocionantes ya se terminaron.
El viernes finalmente pasó, y también el fin de semana, y nada extraño ocurrió. Así que tiré el anónimo a la basura, y al lunes siguiente continué con mi vida normal, como si nada. Mi trabajo. Las tareas de la casa. Mis paseos en el barrio con Sultán. Mis lecturas tranquilas por las noches antes de dormirme.
El miércoles me acordé de Antonio, y me apresuré a escribirle.
Querido mío. Hace ya varios días que recibí tu carta. Perdona por mi retraso en contestarte, pero he tenido unos días muy moviditos…
El siguiente fin de semana llegó, y el cambio de ritmo me permitió descansar plenamente. Dormí como no había podido hacerlo en los siete días precedentes. Recuperé fuerzas, y el lunes siguiente comencé la nueva semana con bríos renovados.
Esa tardecita, ese lunes, al entrar en el condominio y retirar mi correspondencia del buzón, mi corazón pegó un brinco. Un sobre muy llamativo me esperaba. En él se indicaba el nombre completo y el apellido que me había asignado el juez paraguayo: Lucía Beatriz Umpiérrez. Lo curioso es que todo el mundo me conocía como Beatriz y no como Lucía Beatriz, así que seguro que esas señas habían sido copiadas de algún documento. Allí también se indicaba mi dirección limeña con toda precisión así como mi actual número telefónico. ¡El envío había sido confiado a un correo privado, y el sobre tenía un membrete con los datos de un estudio jurídico!
¿Qué será lo que contiene este sobre? –me pregunté con una mezcla de curiosidad e intranquilidad– El suspenso y la ansiedad me hacían cosquillas en el estómago, pero me contuve. De inmediato se me vino a la mente el asuntito del anónimo.
Después de atender a Sultán en paseo y comida, me enfrenté muy decidida al enigmático sobre. Y la carta que allí encontré me dejó estupefacta.
Por este medio se convoca a usted a concurrir a nuestras oficinas pasado mañana miércoles 12 del corriente a las 17 horas, por un tema que sin duda será de su máximo interés. Le rogamos encarecidamente que concurra. Como el tema por el cual la convocamos tiene algunas aristas delicadas, preferimos no adelantárselo en esta nota. Confíe en nosotros y venga. Somos un estudio jurídico-notarial serio, y de los más prestigiosos de Lima. Si le interesa, puede usted consultar nuestro sitio Web, donde se hace una presentación detallada de nuestra firma, de los profesionales que nos acompañan, y de nuestros principales clientes. Por cierto le reembolsaremos sus gastos de locomoción así como el eventual lucro cesante que usted pudiere tener por concurrir a nuestras oficinas en el día indicado. Además, si usted lo prefiere y para su mayor comodidad, le enviaremos una limusina para que la recoja en su domicilio o donde usted nos señale. Favor indicarnos telefónicamente si usted acepta este medio de transporte, para poder hacer los necesarios arreglos. Etcétera, etcétera, etcétera.
Todo este asunto era raro, muy raro. ¿Para qué querría entrevistarme alguien de esa oficina? ¿Y por qué estaban dispuestos a pagarme para que fuera? Por un momento pensé en mis padres. ¡De niña había pedido tanto por ellos, tanto los había necesitado! Pero de eso hacía ya demasiado tiempo, y no estaba muy segura de querer conocerlos justo ahora.
Sacudí la cabeza. Era mejor no pensar en nada. Cualquier especulación de mi parte sería sin base, y por tanto lo más probable es que fuera errada. Decidí concurrir el miércoles a la cita. Por las dudas. Por curiosidad. Por si acaso realmente fuera algo importante. Por cierto no pediría a la empresa que me vivieran a buscar, pues bien podría tomar un taxi. Después de todo, mis finanzas aún me permitían pagarme un corte de cabello y un taxi. Además, ellos habían prometido reembolsarme los gastos, así que tal vez ni siquiera tendría que gastar de mi dinero.
Y así procedí. El miércoles pedí franco en mi trabajo (de sobra tenía licencias no usufructuadas), me bañé, tuve una mañana bien tranquila, a las doce y treinta fui a la peluquería del barrio, y listo. A la hora dieciséis ya estaba merodeando cerca de la dirección de ese estudio jurídico. Era en el distrito de Miraflores, y el edificio era a todo lujo, así que la cosa no parecía demasiado arriesgada.
Me metí en una confitería, y a las dieciséis y cuarenta y cinco ya estaba tocando el timbre en la dirección que me habían dado. Sonó una chicharra y empujé la puerta. De inmediato me atendió una recepcionista.
– ¿Qué se le ofrece? –preguntó con cortesía–
– Tengo una entrevista –dije– Mi nombre es Beatriz Umpiérrez, Lucía Beatriz Umpiérrez.
– Ah, Señora Umpiérrez, la estábamos esperando. Por favor tome asiento en la salita que el Doctor Carvajal enseguida la atiende. Perdón, ¿tal vez usted prefiera esperar en el reservado en lugar de hacerlo en la sala de espera?
– No. –respondí un poco turbada– En la sala de espera está bien.
– ¿Desea la señora que se le sirva un café o una gaseosa?
– No. –respondí con rapidez– Me siento bien, y además hace poco tomé algo caliente en una confitería de la zona.
Me ubiqué en la sala de espera justo frente a un par de personas que también esperaban, un hombre y una mujer. No bien me vieron, empezaron a cuchichear entre ellos con voz bien baja. Tomé una revista, pero mi atención estaba en ese dialogado. Apenas pude percibir algo así como “se le parece bastante”. ¿Estarían hablando de mí? Por un momento me sentí ligeramente intranquila.
A los pocos minutos se abrió la puerta y alguien dijo saliendo a la salita: “Por favor, señoras, señores, pasen ustedes, el doctor Julio Carvajal les espera”.
Al entrar la puerta se cerró detrás de nosotros, y luego de los saludos y apretones de manos de rigor, comenzó el dialogado. De inmediato se me preguntó si conocía a Carlos José Rodríguez. Rápidamente respondí que sí, que lo conocía, y a mi vez pregunté donde estaba, moviéndome nerviosamente en la silla.
El señor Carvajal comenzó a responderme que en realidad no sabían con certeza donde estaba en ese momento, pero el otro señor que se había presentado como Isaac Beerman, le interrumpió diciéndome que se había alojado casi un año en su domicilio particular, en la localidad de Liniers, en la Provincia de Buenos Aires, localidad lindante con los Partidos de La Matanza y Tres de Febrero. Este asunto prometía arrancarme el llanto, y con lágrimas en los ojos atiné a pedir que se me contara lo sucedido, y preguntando si Carlos José había hablado de mí. Isaac afirmó que sí, que Carlos José en varias oportunidades había hablado de mí, a pesar de que naturalmente por su situación él era más bien reservado.
– ¡Por su situación! ¿De qué situación está hablando? –pregunté–
– Por la situación de su hermano, que era montonero. –me respondió Isaac con mucha calma, preguntándome a su vez– ¿Usted no estaba enterada de este asunto?
Moví negativamente la cabeza, y luego de unos instantes de silencio logré balbucear en voz baja: «No puede ser. Carlos José metido en política. ¡Pero si vivimos juntos un poco más de seis años, y él sólo hablaba de historia y de literatura y de poesía, y nunca de política! Además nunca me informó que tenía un hermano. A mí no me importa la política y nunca me metí en política, y aparentemente en este aspecto Carlos José era como yo. Tantas y tantas veces los amigos latinos nos invitaron a manifestaciones y actos de protesta contra las dictaduras latinoamericanas, y por cierto nosotros nunca participamos, nunca fuimos a ninguna de estas reuniones.»
– Bueno, –prosiguió Isaac con voz pausada, aún junto a su esposa que permanecía callada y sin apariencia de querer interrumpirle– probablemente lo que usted dice debe tener algo de cierto, porque por algo fue que estuvo preso un poco más de un año y luego le soltaron.
– ¡Carlos José preso! –repetí en forma mecánica, como si quisiera asegurarme que había entendido bien–
– Sí. –confirmó Isaac– Y cuando salió en libertad fue a buscarla a usted a Francia, pero no logró ubicarla. Al menos eso fue lo que él nos contó.
Ya no daba más, sentí que todo el rostro se me contraía, y sobre mi piel percibí la humedad de varias lágrimas mientras corrían por mis mejillas. Pero fui fuerte y logré reprimir el llanto.
El doctor Carvajal que hasta ese momento había permanecido en silencio, me preguntó: «Señora Umpiérrez, ¿desea usted tomar un café o alguna cosa? ¿O tal vez prefiere un vaso de agua y una aspirina?»
– Estoy bien. –dije– Pero desearía pasar al baño para lavarme la cara y maquillarme de nuevo. –y para salir del paso argumenté– No estoy acostumbrada a un ambiente tan calefaccionado.
En el baño di rienda suelta al llanto. ¡Oh, Carlos José, Carlos José! ¡Cómo debes de haber sufrido! ¡Cómo hemos sufrido ambos por culpa del destino! Mis pensamientos iban y venían en torbellino. Me miré al espejo y me vi horrible. Hacía esfuerzos pero no lograba recobrar la calma, y por ello volví al lugar de la reunión al menos unos quince o veinte minutos más tarde. El señor y la señora Beerman estaban tomando café, y junto a mi silla habían ubicado una mesita chica con café, gaseosa, agua, y un blister de aspirinas. Nerviosamente ubiqué dos aspirinas en mi boca y las tragué con un poco de agua, pidiendo a medias palabras que se me lo contara todo.
Al parecer Carlos José fue preso en averiguaciones no bien ingresó a la Argentina en 1979, y estuvo privado de libertad un poco más de un año. Luego salió, y en un plazo tal vez relativamente breve volvió a Francia a buscarme. No tenemos una gran certeza de la fecha exacta de su retorno a Francia, lo cierto es que no logró ubicarme. Eso se explica. Me mudé a Grenoble a mediados de 1980 pues ya había abandonado toda esperanza de que él volviera, y París me agobiaba. Y en 1981 partí para Perú con mi contrato de trabajo recién otorgado.
A mediados de 1982 y ya de regreso a la Argentina, Carlos José se instaló como huésped en la casa de la familia Beerman. Y una madrugada, en mayo de 1983, vino a buscarlo la policía y se lo llevó. Y a partir de allí ya no se supo más de él, al menos la familia Beerman no sabía nada más. Lo que se me contaba era todo verosímil, pero el rompecabezas no estaba completo. ¿Por qué el señor y la señora Beerman se habían molestado en viajar de Argentina a Perú a contarme todo esto? ¿Y sobre todo, cómo fue que se me localizó en Perú si no me carteaba con nadie de Paraguay o de Francia? Así que esto pregunté. El señor Beerman con voz firme dijo: «Fue el doctor Carvajal aquí presente quien me llamó varias veces a Buenos Aires, y quien nos pidió a mi esposa y a mí que viniéramos. Y este estudio jurídico es el que está sufragando todos nuestros gastos de viaje y estadía.»
Desconcertada, volví mi vista hacia el enorme escritorio, y busqué los ojos del abogado que de inmediato se puso a hablar.
– Créame señora Umpiérrez –dijo– que fue sumamente difícil ubicarla. Tengo entendido que primero se intentó localizarla en Francia, y luego se hicieron intensas pesquisas en España, Paraguay, y Argentina, todas con resultados negativos. Agencias especializadas en búsquedas de personas se dedicaron a esto con muchísimo esfuerzo y gran dedicación. Finalmente por un registro en Francia supimos de su contrato de trabajo en Perú, y a partir de allí todo fue muy fácil.
– ¿Y quién se tomó tantas molestias para ubicarme, gastando probablemente mucho dinero? –pregunté asombrada–
– Fue Jean-Pierre Bureau –respondió el abogado–
– ¿Y quién es ese señor –pregunté aún más desconcertada– No creo que lo conozca, al menos no recuerdo ese nombre.
– Bueno. –dijo el abogado con voz firme pero hablando con mucha lentitud– Tenemos muchos indicios que nos hacen suponer que es su hijo biológico.
El llanto y los sollozos me ahogaron, y todos en la habitación se acercaron a mí… Me desperté sobresaltada, pues claramente escuché los rápidos y suaves golpecitos de nudillos que se habían producido en la entrada, y de inmediato bajo la puerta pasaron un sobre no muy grande, y con bastante impulso pues el mismo logró llegar casi hasta la mitad de la habitación contigua.
Desde la cama podía ver ese sobre, así como los sillones, el amplio barcito con espejo y luces indirectas aún encendidas, y el piso oscuro y súper lustrado que brillaba. El dormitorio comunicaba con ese espacioso ambiente a través de una enorme puerta corrediza que estaba cerrada sólo a medias. Recorrí mi vista por el dormitorio, y vi las seis puertas de placares, la mesita de maquillaje con espejo y de proporciones exageradas que parecía destinada a una actriz de cine, y una puerta de dimensiones normales que por lo que se veía daba a un baño. Un enorme cobertor de plumas cubría mi cuerpo. Me di un pellizco. El dolor me aseguró que no estaba soñando. Me daba la impresión de ser la heroína de un cuento de hadas, o de un cuento de príncipes y de princesas. Corrí descalza y abrí el sobre.
Señora Lucía Beatriz Umpiérrez: Siguiendo estrictamente sus instrucciones, adjuntamos a la presente el comprobante del giro bancario telegráfico por US$ 35000 hecho hoy día en la mañana a Canadá, y a favor de Antonio Gutiérrez Ruiz. Además le informamos que su perro Sultán ya fue trasladado a una guardería limeña, institución que conoce bien los trámites legales y sanitarios necesarios para que su mascota pueda viajar a Francia a la brevedad posible. Le advertimos no obstante que debido a las vacunas y a otros trámites, el perro no podrá reunirse con ustedes en Biarritz antes de mediados del mes entrante. También nos encargaremos de entregar su apartamento arrendado a sus propietarios limeños, saldando cualquier suma que corresponda por alquileres o por otros gastos. La agencia de viajes instalada en la galería comercial del Hotel Las Palmeras de San Isidro de Lima, ya se está encargando de los pasajes de avión tanto para usted como para el señor Jean-Pierre Bureau. No dude en contactarnos por cualquier otra cosa que usted pudiera < necesitar. Le deseamos una muy buena jornada, y un mejor cierre de su estadía en el Perú. Atentos saludos. Julio Carvajal, Abogado-Director
Sentía un poquito de frío en los pies, pero igual fui descalza al escritorio que recordaba haber visto en una habitación no exageradamente grande, que junto a la enorme sala de estar, al baño, y al dormitorio de proporciones principescas, completaban el reservado de ese hotel de lujo en donde ahora me alojaba. Tomé una hoja de papel y un sobre, y con nerviosa letra escribí lo siguiente.
Mi querido Antonio: Tengo miedo por ti. No cometas una locura. No pases a EEUU en forma clandestina. Eso es muy peligroso, y no vale la pena que te arriesgues tanto. Por giro telegráfico te envío unos ahorros que tenía para una emergencia; adjunto el correspondiente comprobante. Con ese dinero contrata un buen abogado que se encargue de la apelación de tu juicio de residencia. Creo que lo mejor para ti es que te quedes en Canadá, y que allí rehagas tu vida. Por mi parte pienso volver a Francia para a mi vez iniciar una nueva vida. Bien siento que lo nuestro se enfrió, así que lo mejor es que cada cual siga su camino de la mejor manera posible. Toma el dinero que te envío como un regalo de despedida. No admitiré que me lo devuelvas. Sé bien que eres orgulloso, pero lo primordial ahora es que salgas adelante y que no arriesgues tu vida sin necesidad. Piensa en esto. En dos o tres días me tomaré un avión para Paris, y no estoy muy segura si continuaré o no escribiéndote. Muy probablemente una eventual relación epistolar a ambos nos haría más mal que bien. Y ciertamente es casi imposible que tú puedas venir a Francia o que yo pueda ir a Canadá. Suerte, mucha suerte. Beatriz
Con rapidez escribí las señas de Antonio en el sobre, y enseguida tomé el teléfono.
– Señorita, por favor, déme con la administración.
– Ah, bien, acabo de dejar correspondencia sobre mi escritorio, y desearía que la misma fuera enviada de inmediato a Canadá. Sí, habitación 1029.
– Sí, sí, por el servicio de entrega inmediata está bien, pues así el destinatario recibe el envío en pocos días y en forma segura.
Colgué y corrí al dormitorio. La cama redonda y enorme se me ocurría era un poco grotesca. Seguro que en ella podrían dormir bien tres o cuatro personas. ¡Qué inconducente lujo asiático! El llamado telefónico me sobresaltó.
– Ah, Carlos Alberto, eres tú.
– Sí, en una hora nos vemos en el lobby del hotel para ir a almorzar.
– No, no me molesta para nada que tú quieras conservar tu actual nombre francés, lo que por cierto es lo más lógico. Pero para mí siempre vas a ser Carlos Alberto Rodríguez, Carlos Alberto Rodríguez Umpiérrez.
– Ah, y muchas gracias por haberme dado los 35000 dólares americanos. En su momento Antonio me rescató de un problema, y tenía la obligación moral de devolverle este dinero no bien me fuera posible.
– Sí, besos, nos vemos.
De inmediato me metí en la ducha. El jacuzzi no sabía bien como usarlo, y además no tenía tanto tiempo ni estaba de humor como para eso.
Comencé a pensar en todo lo que me estaba ocurriendo. ¡Qué enorme cantidad de casualidades! ¡Qué cantidad de casualidades y de coincidencias! Las cosas estaban saliendo bien, muy bien, pero de chiripa. Primero la búsqueda emprendida por Carlos José en Francia y luego de que estuvo preso en Argentina. Seguro que se enteró enseguida de lo de mi embarazo, y de que me atendía en el Hospital Antoine-Béclèrc en Clamart, en la rue de la Porte de Trivaux. La portera debe de haberle informado de todo esto. Mucho más difícil para Carlos José, debe haber sido averiguar que había dado al niño en adopción. A excepción de las autoridades, casi nadie sabía de esta cuestión. Probablemente fue la sage-femme quien le informó. La partera que me atendió durante el parto y mi subsiguiente internación, fue quien me informó de los trámites de adopción cuando vio que dudaba de mi futuro, y que una de las posibilidades podría ser la de dar al bebé a un matrimonio que pudiera criarlo como Dios manda. Luego, la gran decisión de Carlos José de iniciar juicio de nulidad respecto de esa adopción, en mérito a que él no había dado su consentimiento. ¡No sé cómo se le ocurrió esa salida! ¡No sé quien pudo asesorarlo! Lo cierto es que el juez le dio la razón, y le otorgó la tenencia del niño quitándosela a la familia adoptiva.
¿Y posteriormente qué hizo Carlos José? De nuevo se fue a la Argentina, y en algún momento, enseguida que llegó o después de algunas semanas, le alquiló una pieza a Isaac Beerman. Según me contó este buen hombre, allí pasó unos cuantos meses. Carlos José durante ese tiempo salía muy poco, y casi por entero se dedicaba al niño. Pero se ve que recelaba de algo o de alguien, pues le advirtió al matrimonio Beerman que si algo pasaba, que si en algún caso él no volvía, que atendieran al niño por un par de días. Y que si su ausencia se prolongaba, que entonces avisaran a una familia en Francia que quería adoptar al niño, que seguro ellos vendrían a buscarlo.
Los temores de Carlos José se ve que eran fundados, pues una madrugada a mediados de 1983, concretamente el 26 de mayo de ese año, el matrimonio Beerman se despertó porque con gran escándalo estaban llamando a la puerta de su casa. Casi enseguida entró Carlos José al dormitorio de la pareja con el niño dormido en sus brazos, y diciendo: «Seguro que vienen a buscarme. Si alguien pregunta digan que este niño es vuestro sobrinito que está de visita. Y si luego de unos días no aparezco, ya saben lo que hacer. Los documentos del niño y todos los datos de la familia en Francia que quiere adoptarlo, están en mi bolso de mano en el placard del pasillo.»
Y el matrimonio Beerman cumplió con este pedido al pie de la letra. El jueves siguiente y ya en junio de 1983, Isaac ya estaba escribiéndole a la familia francesa cuyos datos estaban en el bolso de mano de Carlos José. Y una docena de días más tarde Monique Bureau y un abogado ya estaban llamando a la puerta de la familia Beerman en Buenos Aires. Monique no escatimó ni precauciones ni gastos. Estimando que sería arriesgado intentar llevar a Carlos Alberto a Francia con su pasaporte argentino, decidieron que lo mejor era que mi hijo viajara como si fuera hijo del hermano de Isaac, quien tenía dos hijas y cuatro hijos, el menor de los cuales apenas si tenía cuatro meses más que Carlos Alberto. Y así se hizo. Rubén Beerman, el hermano de Isaac, sufría del corazón y tenía un marcapasos, y mucho le habían recomendado no viajar en avión. Así que todos fueron a Europa en un crucero. Y en ese barco viajaron los dos matrimonios Beerman, los cinco hijos mayores de Rubén, Carlos Alberto simulando ser el sexto hijo, y también por cierto Monique Bureau. Cada uno de los chicos tenía pasaporte independiente donde se les autorizaba a viajar con cualquiera de sus padres o con terceras personas. Por suerte no hubo el más mínimo problema de documentación ni con la salida de Argentina ni con el ingreso en Francia.
Los Beerman pasaron varias semanas en los hoteles propiedad del matrimonio Bureau en Europa, y luego todos ellos regresaron a Argentina en otro crucero, los cuatro mayores y los cinco chicos. Y Carlos Alberto se quedó en Francia y allí nuevamente pasó a ser Jean-Pierre Bureau.
Al matrimonio Bureau le fue relativamente sencillo obtener entonces la custodia provisoria de Jean-Pierre y luego su custodia definitiva, aduciendo que el padre biológico de la criatura, Carlos José Rodríguez, a ellos el niño les había entregado voluntariamente, para así poder hacer un rápido viaje a la Argentina y por un tiempo limitado, pero que luego les había llamado por teléfono desde su país, informando que tenía problemas políticos, y que por muchos años probablemente no podría volver a Francia a buscar a su hijo.
¡Oh, Carlos José, Carlos José! Voluntaria o involuntariamente diste la felicidad a mucha gente, y tú fuiste el único gran perjudicado. Y a mí me diste la felicidad absoluta, me hiciste el mejor de los regalos. Con tu accionar directa o indirectamente permitiste que me reencontrara con mi hijo. Y como broche de oro, Carlos Alberto aceptó las razones que le di, justificando por qué lo había dado en adopción. Por cierto eso hice no por egoísmo o por razones mezquinas. Sé bien lo que se siente crecer sin conocer a sus padres. Y no quería que mi hijo sufriera algo parecido a lo que yo tuve que sufrir. Claro, a ti Carlos Alberto pensé que solamente te faltaría la figura paterna, pues estaba bien dispuesta a siempre estar a tu lado. Juzgué sin embargo que incluso esa sola falencia sería para ti un sacrificio demasiado grande, pues argumenté que permaneciendo a mi lado deberías crecer sin nunca siquiera haber visto a tu padre, y teniendo una madre sólo de tiempo parcial. Pues para mantenernos ciertamente hubiera tenido que trabajar muy fuerte, y hubiera podido estar a tu lado poca parte del día. Eso era lo que me angustiaba Carlos Alberto mientras te tenía en la panza, pues todo parecía indicar que esa era la vida que podría darte. Y para ti Carlos Alberto quería lo mejor de lo mejor, quería que tuvieras una infancia plena y feliz, y no la infancia oscura y desgraciada y con frustraciones que a mí me tocó vivir. Muchas gracias Carlos Alberto, por haberme comprendido y por haberme perdonado…
– Sube a la limusina, por favor… ¿Dónde quieres almorzar?
– En Lung Fung. Hoy quiero comer pato laqueado. Necesito llevarme ese sabor y ese aroma a Francia.
– Creo que ya escuchó a mi mamá. Así que directo al restaurante Lung Fung en el distrito de San Isidro. Y rápido, bien rapidito, que tenemos mucho apetito.
Fin de la historia. No sé querido lector si esta narración le agradó mucho o poquito o nada. Si cette histoire vous a plut, tant mieux. Je trouve qu’elle emmène à beaucoup de réflexions sur soi-même, et sur les événements qui sans interruption s’enchaînent dans l’entourage. Si por el contrario la historia no gustó, la escritora le autoriza a apropiarse de la trama, y modificar en este escrito todo lo que haya encontrado poco logrado. Sin duda la trama vale la realización de este esfuerzo. ¿No le parece?
En el relato precedente intenté introducir tensión y suspenso en la presentación, en cierta medida imitando el muy particular estilo aplicado reiteradamente por el conocido escritor Julio Cortázar. Este estilo consiste en poco a poco ir describiendo escenarios y situaciones, de forma de así obligar al lector a reiteradamente ir modificando sus hipótesis y sus suposiciones. Ah, este gran escritor de nacionalidad argentina pero nacido en Bélgica, sin duda mucho amaba emocionalmente a la ciudad de París, y en este sentido varios de sus cuentos provocan en mí una resonancia especial, pues con toda certeza también amo a la bellísima ciudad-luz. Moi aussi, j’adore Paris. Moi, je suis une francophile malgré ma nationalité paraguayenne.
Otra de las particularidades de presentación del escrito precedente, es que hay tres o cuatro abruptas interrupciones en la continuidad del tiempo. Este recurso estilístico también ayuda a introducir interés y emoción en el relato, pues así el lector se ve obligado a cubrir estas lagunas con su propia imaginación, y/o con recuerdos y elucubraciones eventualmente manifestados posteriormente por el personaje. La historia precedentemente presentada sin duda es ella factible, o sea tiene ella características que perfectamente podrían haberse dado en la realidad, a pesar del gran cúmulo de increíbles circunstancias, imponderables, y rebotes, que juegan con la vida y con los sentimientos de los personajes. ¡Qué enorme cantidad de casualidades están presentes en este relato! ¡Qué cantidad de casualidades y de coincidencias y de sinergias de todo tipo y color! Mi historia sin duda tiene ribetes cinematográficos. Mi historia no parece haber sido trazada por el simple azar y por un discurrir común y corriente de acontecimientos, sino que en ella parece notarse el fino y emotivo toque del Creador.
Pero además, entremezclado con la trama principal que sin duda se refiere a los sentimientos personales de Lucía Beatriz, a sus incertidumbres, a su relativa soledad, a sus estrategias de subsistencia, a sus renuncias, a sus sacrificios para con un hijo que vino sin anunciarse y para quien quiere lo mejor, también se presentan allí otras interesantes y variadas cuestiones. En primer plano se destacan los problemas de inserción y de integración de los inmigrantes, a través de los avatares particulares que sufren Antonio Gutiérrez Ruiz en Canadá, Carlos José Rodríguez en Francia, y la propia protagonista Lucía Beatriz Umpiérrez en Francia y en Perú. En mayor o menor grado esta cuestión de la inmigración está presente y ha afectado a un número muy grande de latinoamericanos, pues quien no se ha desarraigado de la patria por un período más o menos largo, en la mayoría de los casos tiene a familiares viviendo en el exterior, o al menos conoce de cerca los casos de amigos y de compañeros de trabajo que han tomado el camino de la radicación en el exterior por razones políticas o económicas o familiares o laborales, o al menos para mejor capacitarse profesionalmente.
Sin duda también está presente el drama de los niños que deben criarse en orfanatos o que son dados en adopción, así como de los niños que deben crecer con solamente un referente paterno. Otro de los asuntos visibles que también puede provocar la reflexión es el tema del bilingüismo y del biculturalismo latente o presente en muchos inmigrantes, cuestión que sin duda tiene una relevancia especial en el mundo de hoy día caracterizado por una importantísima expansión del comercio internacional y de los intercambios culturales de todo tipo, o sea caracterizado por una marcada globalización y mundialización de las actividades culturales, comerciales, y productivas. Ciertamente también se hace mención a la problemática de la sedición y de los grupos parapoliciales, los que con sus acciones en muchos casos afectan significativamente la vida de personas no especialmente comprometidas con posiciones político-ideológicas de tipo radical o extremo.
Y muy marginalmente también se alude al tema de la lectura, al señalar que ésta es una actividad regular y frecuente de la protagonista principal, de la heroína de la historia. La vida vertiginosa y agitada que llevan hoy día muchísimas personas, así como las muchas ofertas culturales y los muchos pasatiempos que hoy por hoy se ofrecen a través de la radiodifusión, a través de la teledifusión, a través de la cinematografía, a través del teatro, etcétera, etcétera, sin duda conspiran en contra de la lectura de tipo tradicional (cuentos, novelas, crónicas, ensayos, poesías, artículos periodísticos y de opinión, entrevistas, biografías, etcétera, etcétera). La voz humana, y sobre todo la combinación de sonidos e imágenes, por cierto son sumamente atrayentes, súper atrayentes y seductores. Aquí no vamos a ponernos en contra de esos medios que con toda evidencia ofrecen enormes posibilidades, y que también son vectores culturales de potencial notoria incidencia. Pero sí corresponde señalar que lo que puede transmitirse en el cinematógrafo a través de un esplendoroso decorado natural y un breve dialogado, indudablemente tiene un equivalente en la escritura que podría ser de cierta extensión y de cierta riqueza, en la medida que allí se intente describir ese paisaje natural con cierto detalle y con cierto tinte poético. Con toda evidencia todas las alternativas recién aludidas son vías o formas de expresión que no deben verse como competitivas y antagónicas sino como complementarias. Con toda evidencia los escritos obligan al lector a cubrir las lagunas con gran imaginación, con gran inventiva, con gran aportación personal, imaginación, inventiva, y aporte personal, que obviamente suelen ser menos necesarios cuando se combinan sonidos e imágenes. Con toda evidencia los escritos promueven más activamente el enriquecimiento verbal de los lectores, esto cumpliendo con mejor eficiencia y mayor profundidad a como lo hace la televisión con los televidentes. Se reitera para que quede bien claro, todos los posibles y diversos canales culturales recién mencionados, no deben verse como competitivos sino como complementarios, y entonces la actitud que debe tenerse, es la de velar para que algunos de estos medios no primen de tal forma que prácticamente anulen a algún otro. De aquí los esfuerzos que últimamente se vienen desarrollando a favor de la escritura y a favor de la lectura, actividades en donde en las últimas décadas se ha observado una franca declinación.
Y como fue dicho un poco más arriba, los entretelones de mi historia incitan al lector a plantearse un cúmulo de reflexiones sobre sí mismo, sobre los azares de la vida, sobre las increíbles casualidades con consecuencias a veces positivas y a veces negativas. Estos procesos reflexivos sin lugar a dudas también contribuyen a la mejor capacitación de los individuos, formando parte de lo que podríamos llamar educación no formal, o sea adiestramiento realizado al margen de una organización educativa bien planificada y con etapas o niveles claramente marcados. La literatura, los escritos de ficción, además de entretener, además de alegrar el espíritu, además de contribuir a una existencia más feliz y plena, sin duda también tienen un importante valor educativo-formativo de tipo no formal.
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